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  • Syd Krochmalny

Escena política


Algunas reflexiones sobre las actividades desarrolladas por artistas escénicos a mediados del mes de octubre en Caras y Caretas y otros puntos de la ciudad de Buenos Aires.

Frente al establecimiento de la derecha a escala global –Temer, Macri y Trump- Escena política reverberó aquellos días de crisis, calle y asamblea en los que intervinieron los colectivos de artistas a principios del segundo milenio, una de las mejores costumbres argentinas. Ante la ausente reacción de la clase obrera organizada al ajuste salarial, el aumento de tarifas, la apertura indiscriminada de las importaciones, el endeudamiento externo y la represión, y ante las masivas movilizaciones de mujeres contra los femicidios, un puñado de artistas desarrollaban intervenciones en el espacio público, formas de asociación, agrupamientos productivos, situaciones pedagógicas, redes sociales y distintas formas de protesta social durante el primer año del macrismo en el poder gubernamental. El movimiento pavoneaba desde de los procedimientos más artísticos hasta las acciones que proponen una incidencia política inmediata. Para sorpresa de muchos, bailarines empapados en la filosofía ítalo-francesa discutían de política primero parados en la puerta del Teatro San Martín, más tarde en un sindicato de porteros.

Las convocatorias de Escena política, en el pasado mes de Octubre, intentaron poner en común discursos, ayudaron a sus protagonistas a reconocerse y a contagiarse. Abrieron las puertas a la reflexión pero también a la fumigación fascistoide de algunos moralistas del orden de una izquierda recalcitrante amante de la acusación y el escrache. Comencemos por los aciertos.

El primer logro de Escena política es el de usar una metáfora que permite pensar ciertas relaciones posibles entre los vetustos conceptos de arte y política, maniatados en decenas de bienales de arte contemporáneo. Se puede ensayar que el arte y la política constituyen un escenario en el que se define la praxis como el proceso de producción de acontecimientos culturales y políticos en el espacio social. Este dispositivo pragmático cuenta con actores que son tanto ejecutores como personajes, en una puesta en escena, con cuyos gestos construyen la imagen de sí mismos y acompañan el guión del relato de una determinada dramaturgia (por drama definimos a un suceso en la opinión pública capaz de interpelar y conmover a una comunidad). La producción de performances requiere de medios de producción simbólica y su performatividad está asociada al poder político de estos medios. La performance se despliega en la sociedad y su efectividad estará, por un lado, también asociada a las relaciones entre los medios de producción simbólica, los guiones y los actores con el background de las representaciones colectivas y las relaciones que estos elementos adquieren en su repercusión en la audiencia.

Sin embargo, la riqueza potencial de Escena política se pierde en la charlatanería que desbordó la discusión filosófica y que fue adoptada en particular por el arte contemporáneo primermundista como referencia sustituta en un contexto en el cual las referencias a Deleuze y Toni Negri ya se tornaron una obviedad y que ahora toman el cuerpo en las palabras de un Bifo que no aporta ninguna novedad.

Hay un campo de problemas. El macrismo es una máquina retórica que produce conceptos a partir de la articulación de la ideología neoliberal y el autonomismo. Del mismo modo que el capitalismo semiótico, informacional, cognitivo, entre otras declinaciones, invocó el deseo del trabajador creativo como la mejor máquina subjetiva adaptable al dispositivo libidinal del capital, la nueva gestión gubernamental en Argentina transmuta términos de la tradición artística combativa para crear una batería de eufemismos del ministerio cultural, de la autogestión al emprendedurismo.

Escena política quizás sea la manifestación de jóvenes que bailan e intentan legítimamente pasarla bien, ser felices, pero vale la pena preguntarse si acaso con solo ese gesto se alcanza la laetitia, una potencia spinozeana social. La estrategia de la alegría debería estar bajo sospecha. En particular cuando el presidente de la nación sienta perros en el sillón de Rivadavia y juega a la mascarada por Snapchat. La diversión puede ser un arma de doble filo.

El cierre del Congreso Transversal fue en MU Bar con el ritmo de Hiedrah Club de Baile. Tomar la calle y emborracharse fue una iniciativa divertida pero ¿qué potencia transformadora tiene el cuerpo danzante en la calle? El encuentro entre amigos parece ineficaz frente al avance del populismo de derecha: una masa cultural avasallante que se expande por el mundo como en un tablero del TEG.

Hay que sospechar del autonomismo, otra forma de la escuela clásica liberal, que pone las expectativas en el deseo y los cuerpos. En todo caso podríamos decir que habría dos modelos de subjetivación liberal: el trabajador ascético del liberalismo clásico y el trabajador deseante del liberalismo semiótico. ¿Acaso puede vivirse en sociedad solo con el deseo? Ya Hobbes alertó sobre el terror desatado en el estado de naturaleza, ya Freud escribió sobre la pulsión de muerte. ¿Alcanza con desear para vivir juntos? ¿El deseo es un arma contra el capital o es la inyección de la cultura capitalista en la glándula pineal?

No hay nadie que desee más que el capital, que es puro exceso, pura fuerza creadora, sus crisis son de un deseo tan grande que desborda, colapsa, hay mucho para pocos, crisis de oferta, leche y sangre derramada. Las crisis de sobreproducción en la sociedad capitalista son parecidas al goce de los atracones nocturnos, a los impulsos sexuales irrefrenables en una sociedad que habla y demanda sexo a toda hora, como en los cantos de las bacantes en la danza de Dionisos. Después uno se siente mal del estómago, quiere vomitar, tiene asco o miedo. Todxs impulsadxs con su cuerpos deseantes, moviéndose, agitándose. El capital se anudó con el deseo, la crisis con el goce. Mientras más deseen, más exaltados y activos estén, más la tienen adentro.

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