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¿Las ideas se sienten?

Catalina Berarducci

Imagino una autopista a la noche, vista de lejos. Muchos autos, camiones con acoplado, motos, yendo y viniendo sin parar. Lo único que veo son las luces, pequeñas manchitas de luz que se mueven rápido. Todo parece una lluvia de estrellas o un circuito lumínico o un torrente sanguíneo fulgurante. Pienso que el lugar de las ideas es algo parecido a eso. Que también es parecido al lugar del amor. Gena Rowlands le pregunta a su ex-marido en Love Streams ¿creés que el amor es un torrente continuo? yo sí lo creo, y creo que las ideas también lo son y que accedemos a ellas con el pensamiento, que algunas se repiten, que eso es lo curioso y que otras son objetos nuevos en el mundo, y eso es lo fascinante. Con internet ese lugar de las ideas tiene un puerto de acceso más directo, entonces hay una circulación dinámica de ideas. YouTube por ejemplo es un portal lleno de ideas insólitas, al cual mucha gente tiene acceso. Yo personalmente invierto tiempo en YouTube, me estimulo y me deprimo, todo en el mismo lugar donde siento que accedo a una parte del inconsciente colectivo. La virtualidad compartida. El mercado negro de ideas.

Creo que antes de que existiera internet las ideas eran compartidas a través de la literatura. Por ejemplo hay un libro que estoy leyendo que podría en un punto compararse con YouTube, o con internet en general. Se llama Locus Solus, es de Raymond Roussell. El libro se trata de un paseo por un jardín, en ese sentido la acción es bastante tranquila, como la de mirar una pantalla, pero lo que se encuentra en el jardín para ser contemplado son objetos de una complejidad infinita, objetos nuevos en el mundo, objetos inexistentes, objetos de ficción, hechos con la materia de las ideas. Los objetos en sí no son estáticos. Son mecanismos activos, espectaculares, es decir que presentan un espectáculo. Lo comparo con YouTube o con internet en general por la fascinación que puede llegar a generar encontrarse con videos, blogs, imágenes, toda esa circulación tan extraña que opera en el cerebro parecido a como opera la ficción.

Federico León dirige una obra de teatro que se llama Las Ideas, y yo le digo obra de teatro pero no estoy segura de que lo sea completamente. Es como una reflexión bastante pasiva de algo que tiene que ver con el concepto de verosimilitud o verdad, con procesos creativos y con la pregunta de si es suficiente con tener una idea. Los hechos se despliegan con laxitud y cotidianidad. Como si estuvieran realmente atravesados por el whisky y el porro que circula en la escena que luego te explican que es falso, como todo. Como todo en el teatro, pienso yo. Si hay algo de lo que no tiene que valerse el teatro para ser, es de la realidad. El teatro es un lugar tan extraño, el espectáculo es algo tan cruel. Decimos que Buenos Aires es la capital del teatro como si fuera algo bueno, como si la producción masiva de obras fuese algo bueno. Me fui de tema. Retomo: durante una hora o quizás cuarenta minutos, Federico León y Julián Tello conversan sentados alrededor una mesa que sostiene una computadora, una botella, un cenicero, un teclado, un vaso, unos papeles, un detector de dinero falso (falso) y una red para jugar ping-pong. La conversación es sobre una obra que quisieran hacer juntos; parece una conversación vieja, como si hace mucho tuvieran ese deseo.

¿A quién le habla la obra? A los artistas. A toda persona que esté involucrada en un proceso creativo ligado al espectáculo. Se podría decir que la obra le habla al teatro. Pero, ¿desde qué lugar le habla la obra al teatro? Acá es dónde siento que hay un problema. El problema del esnobismo y de la falta de compromiso. La obra no se arriesga a generar una verdadera reflexión sobre cómo es hacer una obra, si no que cómodamente te cuenta algunas ideas divertidas, entretenidas, efectivas, que se les ocurrieron a ellos. El movimiento de la obra es poco claro, demasiado confortable, como si no estuvieran realmente atravesados por la inquietud que supuestamente los tiene ahí, juntos, gastando saliva.

Por otro lado la obra es cautivante en relación a los objetos que despliega, como una raqueta gigante (que aclaran que salió carísima), una computadora mac enorme (de mentira), unas proyecciones-mamushka y un globo blanco enorme que se infla hasta reventar. Todas lindas cosas caras que mucho más que lo que dejan ver no dicen. Quizás el globo podría llegar a ser metáfora, eso lo pienso ahora no sin una cuota de pudor por lo obvio: la idea que se infla y revienta y puf, no queda nada.

Vuelvo al principio, donde no hablé casi nada del amor. La pasión, el deseo, el amor y las ideas son como rayos eléctricos que nos vamos pasando las unas a las otras. Ir a ver una obra, leer un libro, escuchar un disco, abrazar una amiga, tener sexo con un desconocido, pelearte con tu mamá, sentir algo genial, tener una idea, ser atravesada por una corriente de ideas, dejarlas ir, que vengan más, que no venga ninguna, estar sola, estar sola, estar sola, estar enamorada, sentir dolor, sentir que está todo perdido, roto y vacío, encontrar ahí una perlita, hacerla crecer. Hacer obras es parecido a hacer perlas, se hacen en la oscuridad, durante un tiempo, con mucha saliva. Cuesta mucho, da miedo, el teatro es difícil, siente el deber de ser entretenido, es caro y ahora hay internet.

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