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Claudio Iglesias

Liberales, según Mario Scorzelli


Invitó a la inauguración a través de una surtido de posteos a cual más deprimente (“ya sé que los días están terribles”, “todavía puede ser peor”, “puede parecer un velorio”). Colgó su serie de retratos de las grandes luces del liberalismo histórico (con excepción de Hayek y Ludwig von Mises estaban todos, incluyendo una mujer, un negro y un argentino) y echó al piso un montón de monedas. Y esperó. Que es lo que hacen los artistas con una exposición bien tejida: esperar. La muestra de Mario Scorzelli en el Centro Cultural San Martín es de esas pocas. El lugar, de paredes negras y oportunamente comparado con un féretro, por un rato se transfiguró.

La galería de retratos de los próceres de la filosofía económica liberal, desde J.B. Alberdi hasta Isaiah Berlin, parece hija de un entusiasmo nocivo, morboso. La gente daba vueltas apocada, sin saber qué decir de aquellos hombres, con cierta mala prensa en los círculos intelectuales. Alguno preguntaba por los lagartitos, una etapa anterior del pensamiento de Scorzelli. Los retratos desde ya tenían algo raro, pero no quedaban fuera de agenda en estos días.

Una necesidad que enfrenta siempre el artista heterosexual es la de decir algo sobre el mundo. Juan Laxagueborde señaló hace poco la insistencia de un joven Leopoldo Estol, allá por 2004 o 2005, en hablar de la rave, porque la rave era el tema del momento. Diego Bianchi por la misma época construía simulacros de tornados, porque los tornados en aquellos días dejaban consternada a buena parte de la región sudeste de los Estados Unidos. Nunca un artista heterosexual importante logró hacer algo sin previamente leer los diarios, así los leyera como leen los autistas (Jorge Macchi). Al artista heterosexual lo excita la objetividad y los diarios son un producto adecuado para ese berretín.

A lo que voy es que la loa de Scorzelli a las luminarias de la tradición liberal, y todas sus ideas de autorregulación, equilibrios de Nash, etc., podrían hacer llorar de encanto a un hipotético corresponsal de The Economist en Buenos Aires, pero sobre todo vienen a caer en un momento en que la democracia liberal tradicional está charlada, entre el brexit y una victoria de Marine Le Pen en Francia que sería la menos sorprendente de las sorpresas.

Scorzelli ya había producido algunas otras obras con referencias al liberalismo asaz extremista de un Milton Friedman, teórico del ingreso universal y la legalización de los mercados de estupefacientes. Estas obras son fuertemente referenciales, pero de una literalidad espectral, intrínsecamente diáfana. Las de Scorzelli son ideas para que el espectador complete, mientras él espera. El retrato de Ayn Rand o el de Alberdi, mezcla con Baudelaire, están ahí, esperando.

Una muestra tan erudita nunca fue tan rústica en sus medios. El personaje que recupera Scorzelli es menos el artista investigador que el dibujante bonaerense. Sus dibujos salen del ocio masculino de un domingo en chancletas. Sus figuras podrían ser economistas ortodoxos tanto como tenientes de división de la primera guerra mundial, o jugadores de tennis. Tiene la gracia (desconocida para el heterosexualismo) de que no importe el qué sino el cómo.

El dinero extendido en el suelo no debería pasar de los cincuenta pesos, en total. A eso habría que sumarle un taxi para tener algo parecido al presupuesto de la muestra. El dinero además es una reserva de valor, o sea que Scorzelli se puede llevarse las monedas de vuelta al taller, si queda alguna. Lo mismo vale para los cuadros.

Entre escaleras y puertas que se abren y cierran, con el piso de goma marca Pirelli y el techo bajo de la sala, la de Scorzelli es una de esas muestras de quiebre hechas en un pasillo, a espaldas de la proeza del galpón blanco, el último monólogo injustificable del arte argentino.

La alegría no venía solo de ver reunidos en una sala pública a los campeones de la libertad; sobre todo venía de que el concepto de libertad es inagotable. Pablo Katchadjian había señalado algo así con su libro Libertad total. El libro muestra rápidamente que el concepto de libertad es vacío; la libertad total, en definitiva, es nihilismo. En la novela de Katchadjian todos los personajes mienten, y dicen que mienten. Scorzelli también miente, pero su obra no miente. Las monedas posiblemente menos valiosas del mundo brillan con autosuficiencia; o con soberanía: la soberanía de un arte de boutade, capricho y pasillo.

UPDATE: Diego Bianchi aclara que el famosísimo huracán Katrina, que azotó New Orleans, "fue en agosto de 2005", seis meses después de su muestra Daños en Belleza y Felicidad, referida en este artículo, y que "el tsunami terrible que azotó el sudeste asiático ocurrió el 26 de diciembre de 2004", cuando la muestra ya estaba instalada. "O sea que no había leído los diarios del futuro", concluye. Un agradecimiento a Bianchi por la aclaración. (5/12/2016)

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