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  • Maruki Nowacki

Dos pulperías distintas y a la vez idénticas


En una sala hay un rectángulo que es una columna.

Me asomo y me veo en un espejo, como si fuera un pozo,

como cuando sos chico y encontrás agua en la arena y te ves a vos mismo en el reflejo.

Hay algo del espejo que te quiebra, te encontrás con vos mismo y después de eso te creés todo.

Estás más abierto, al levantar la vista, a percibir el resto de las cosas,

como algo real que está en un mismo espacio frente a vos.

¿Será este, el mismo artificio, que generan las pantallas?

Espacio irreal, virtual, la ficción puede envolver la experiencia en una resonancia extraña, inagotable en su interpretación.

Algo fuera de su propia escenografía delimita otro sentido más abierto y habitable, donde la mente se inquieta con lo conocido, que aún así presenta algo inentendible. Como una curiosidad llamativa que deja un rastro y, por ser en sí misma una curiosidad, no hay cómo desentramar su origen. Esta misma extrañeza pudo transmitir Julián Sorter en Perfuch, El pensamiento paralelo y anteriormente en Café Muller: una mirada que no existe que aún así no se puede dejar de mirar, actúa y activa una situación imposible.

Algo así, o al revés, pasó en Lobos y hace poco, de la mano de la poesía.

Elisa Palacio, Ana Inés López, María Lucesole y Alejandro Jorge organizaron el Festival rural de poesía, que transcurriría durante un día, en dos pulperías distintas y a la vez idénticas, de dos pueblos cercanos.

Cerca del primer destino el camino nos mantuvo perdidos en uno de los tramos. En un video que se registró desde un celular se la ve a María, explicando a cámara, “no hay camino de vuelta salvo el de ida”.

Muchos de los poetas que participaron se conocen entre sí, casi todos. Muchos escriben desde internet, algunos hacen sus propias ediciones, publicaciones y ciclos de lectura autogestionados, como las ediciones Bebecraneo de Tuti Curani, Desde un tacho de Lucas Santa Marta y el ciclo el Club del Quiebre de Tuti Curani, Deni Rodríguez Ballejo y Enzo Campos Córdoba.

Durante el transcurso del día, leyeron poetas de tres generaciones, iniciado por el sonido de cinco pequeños teclados desplegados en un mantel, que interpretaban Santiago Nerone y Aniela Condori.

Algunas personas escuchaban paradas desde la vereda, se asomaban sobre las ventanas de ladrillos sin cortinas, mientras los perros pasaban o se quedaban entre todos y las voces se iban sucediendo desde jóvenes y livianas a angustiantes y graves.

Ana Inés López dijo una vez que la gente se acerca a la literatura por conmoción por una discapacidad.

Esa discapacidad de dejar de pensar fue por el contrario, motivo de celebración y descanso, fuera de los espejismos de internet.

Twitter hoy evidencia una necesidad insatisfecha de cómo manejar el silencio. O tal vez sólo aborda la urgencia de decir algo a alguien, aún sin saber bien a quién. Instancia incompleta y hasta performática. Es necesario darle un lugar a las cosas. Ser extensivo, intencional.

La escritura es demasiado solitaria dentro de una pantalla.

Llegada la noche, en una de las últimas lecturas, se destacaba una mesa de cuatro gauchos impávidos, de manos enormes sentados entre medio de todos nosotros. Era difícil imaginar qué sentían, rodeados de extraños que leían cantidad de palabras inentendibles como "sentimiento random" u observaciones sobre la indiferencia de un punto rojo de gmail a uno verde. Casi al final, cuando Manuel Alemián leía junto a la guitarra que lo acompañaba, pudimos ver un par de esas grandes manos aplaudir.

Nosotros a la vez pudimos ver cómo es una polvoreda que sube hasta las ventanillas y que las luces del campo son más que nada luciérnagas.

Hay tal vez un entramado que une a la performance, la virtualidad y la poesía: una mirada que no existe, que aún así no se puede dejar de mirar, actúa y activa una situación imposible.

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