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Paula Peyseré

Misión y cabezas


Los retratos de los peludos atrajeron mi corazón desde que los conocí en internet por esotéricos. Algo en ellos va por una vía paralela, ocultan algo. Y superponen imágenes del tiempo: tienen un porte antiguo, de la densidad del universo enciclopédico, y sostienen en las manos objetos que son como secretos de las escenas, que llegan del futuro. Da la impresión de que los objetos están ahí y van a dejar de estar.

Los “peludos” son los personajes de Condición y cabeza, la muestra que Max Gómez Canle despidió hace poco en la Fundación Klemm, con pinturas y dibujos hechos a lo largo de quince años. Hay cortesanos, caballeros, santas y personajes mitológicos peludos. Las bestias están en todos lados y hay muchas, sobre todo detrás del poder.

Su sentido bestial no es el sentido de los significados sino uno liviano, en movimiento, del que empieza a ver algo mientras dibuja. Teje sobre los personajes una capa de orgullo con un toque medio erótico, de la vergüenza del retratado. Son bestias orgullosas con vergüenza.

Los óleos retoman cierta tradición del retrato, de exhibir un poder de clase, y la recrean para la clase bestia a través de sus amuletos. Como las espadas de San Jorge, Ogun y Santa Bárbara, los amuletos hacen la bestialidad y están para cumplir una promesa. ¿Pero para qué se construye un linaje misterioso? Parece que hubiera una historia que une a una bestia con otra, como si entre todas formaran una cofradía de voluntad maga que se mantuvo oculta hasta que en los retratos asoma. Cada bestia con el poder más o menos útil que le da su mandolina, su moneda, su pájaro especial o su prisma.

Una bestia tiene un pájaro con un dije de oro en su pico; otra tiene una moneda prima del I Ching; otra, con don, borda un telar. Una tiene una miniatura gualicho de sí misma; otra usa un colgante seudomasón. Una usa anteojos cósmicos y la del poliedro multicolor es una bestia alquimista. Los únicos dos autorretratos que hay muestran al pintor en la casi total oscuridad de su cueva (se recluye a trabajar), solo se iluminan los ojos con los que vé lo que pinta y sus manos, que están vacías. No hay amuleto para la guía de sí.

Hay un cuadro que funciona para mí como arte poética, describe un criterio de creación: “La BetePeintre – Manifeste”. Es una mano peluda pintando una florcita. El pintor es una bestia tratando de ocuparse de la Belleza. Esta primera bestialización (que está fuera de la obra) se expande como una planta hasta bestializar a los personajes y todo acaba lleno de pelos. Al mundo lo traman y lo pintan las bestias.

En un rincón apartado hay un grupo de ilustraciones calcadas que están iluminadas a contraluz, sobre mesas. Al revés que las bestias, sobrecargadas, son producto de la sustracción: barbas, pelos, cejas y bigotes sin rostro ni fondo, flotando en el aire. Son retratos en negativo, de bestias evaporadas. Pero estos fantasmas son minoría; en la mayoría de los cuadros los fragmentos de sentido aparecen al descorrer la mata de pelos, en los amuletos.

Las bestias custodian sus amuletos sin traducción como un poema que tiene un verso raro, que se recorta por ajeno en medio de una estrofa porque se adelanta en su detalle. Los amuletos son los carteros de Condición y cabeza; se encargan de llevar un mensaje que no saben qué dice. Parecen indiferentes pero tienen una misión.

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