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  • Inés Dahn

Acá se chupa


Hay unos edificios en El Alto que llaman mucho la atención. Son de vidrio de colores por afuera, están decorados con patrones geométricos, tienen muchos pisos y en la cima un chalet, con balconcito y a veces pasto sintético. Son muy exóticos y sólo por cómo es su exterior se pueden sacar muchas conclusiones, están medio de moda.

Los idealistas dicen que sus formas geométricas, la paleta ruidosa y los motivos puestos en abismo siguen una simbología Tiwanaku que fortalece la tradición y los cínicos dicen que es arquitectura posmodernista pura y dura. Que en definitiva van a Asia, compran ahí los materiales de lujo y los combinan con hábitos de construir locales. La nueva burguesía aymara, dueña de estos edificios, viaja a China seguido y compartiría con algunos de ellos su origen rural y comerciante y el hecho de que tradicionalmente les preocupa poco o nada que los materiales sean nobles y prefieren siempre una copia nueva a un original gastado.

Los edificios están permanentemente en alquiler salvo el último piso que es donde vive el dueño y desde donde miran y se hacen mirar por todo el barrio. Hay canchas de fútbol, saunas, despensa, gimnasio, piscina, alojamientos y la pista de baile muy ornamentada que es indispensable - la fiesta es un escape y un indicador del tiempo de trabajo, o sea de los otros pisos. Entendieron como Veblen que el lujo no es enemigo de la función sino que tiene una utilidad en si misma, o como Venturi que está bien decorar una construcción pero nunca construir decoración. De hecho la utopía casi infantil que irrumpe en medio de una cuidad levantada en ladrillo desnudo y calles de tierra comparte algo de su descripción de Las Vegas, un oasis en un contexto hostil, un simbolismo seductor y una fuente autónoma de luz desesperada por comunicarse con el exterior. Y yo creo que pueden ser una lección también.

Freddy Mamani, el albañil inventor de este estilo, no hace planos ni usa la computadora – al menos eso es lo que dice – simplemente pone anotaciones en las paredes para sus ayudantes. Parecería que se lo hace a propósito a la arquitectura paramétrica, hegemónica entre los starchitects, que por definición auto-genera arquitectura con la ayuda de un programa. A través de funciones algorítmicas y metáforas biológicas, esta herramienta de diseño tiene la capacidad de predecir el comportamiento de una forma de acuerdo a un contexto, o incluso a un presupuesto. Los espacios no se dividirían en funciones sino en intensidades y las formas irían mutando en una estructura continua y no diferenciada. Reacios a la división espacial, los edificios son plataformas sucesivas o espiraladas que atienden más a patrones de circulación de personas, su lentitud o rapidez, su concentración o dispersión, que al detenimiento en una tarea intencional, o estructural.

Según esta corriente, los edificios de Mamani se estarían quedando atrás por decirles “acá se juega al fútbol”, “acá se chupa”, “acá se compra”, y la de ahora sería capaz de adaptarse a los cambios. Sería del pasado por ser pastiche, collage, en vez de pliegue. Sólo que es mucho más capaz de escuchar relatos, y ni siquiera tan grandes. Muchas de las formas son inspiradas en el recuerdo de un viaje, en una historia familiar, incluso una fachada esta basada en la película Transformers que una vez vio uno de sus dueños con su hijo, lo que les permitió reanudar muchas generaciones e historias de líneas. En cambio, el diseño generativo de la arquitectura paramétrica se basa en la aplicación de (de hecho se llaman) scripts, un conjunto de órdenes que hace que una forma pueda responder a quien la use, tampoco tan libremente sino que la forma de usarlas se estudió por métodos probabilísticos. El tema es que esta altura ya sabemos que esperar que un cálculo responda a una realidad material, o proyectar que un interés económico se cumpla en el espacio, como las proyecciones de bolsa, es una pésima idea, además de dejar lo prosaico, la intuición y los cuentos de lado.

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