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  • Martina Juncadella

El tiempo de los monstruos es ahora


Guy Hocquenghem en El deseo homosexual dedica un capítulo entero a la relación histórica entre la homosexualidad y la criminalidad, desde siempre enlazadas para el imaginario burgués paranoide. La homosexualidad es una categoría de la delincuencia y también una categoría patológica. Dice el autor: "En efecto, la homosexualidad depende primero de la delincuencia y, aunque estemos llevados a reclamar la abolición de las leyes que la afectan, no veremos en esta situación un estado transitorio y modificable, sino una necesidad y quizás una suerte para la liberación homosexual."

En Gualicho, Gael Policano Rossi a través de Daniel construye un ejemplo perfecto de esta analogía. Su ex novia le hace un hechizo, le envía un espíritu que lo enferma si no comienza a hacer de su ano un órgano sexual. ¿Qué es la literatura gay hoy? ¿Cómo continúa ese espacio inaugurado por Lamborghini, Perlongher, donde el cuerpo se vuelve puro deseo y no cabe decir gay (porque lo banaliza y enuncia como categoría de consumo)? Hay algo que se agota en la referencialidad de la literatura gay, se vuelve endogámica, excluyente. ¿Qué sería Gualicho si la hubiese escrito un hetero? Sin duda lo miraríamos con mala cara. Creo que el carácter criminal, delincuente de la sexualidad y el deseo va más allá de las definiciones. La sociedad seguirá discriminando siempre porque es parte de su constitución. Pero mientras, me quedo con quienes no quieren ser aceptadxs. Al menos, creo que como dice Hocquenghem: “La homosexualidad, a la vez no existe y existe. (...) La homosexualidad manifiesta algo del deseo que no aparece en otro sitio, y ese algo no es simplemente el acto sexual realizado con una persona del mismo sexo."

La homosexualidad atormenta al mundo normal. Por eso sus lugares de resistencia no están junto a la normalización de sus actos, ni a la integración en la sociedad del consumo, sino en otro lado, en ese lugar del deseo puro donde no existen rótulos.

Daniel tiene la culebra adentro, tiene una dragona que lo saca de la normalidad, se entrega a ese mundo donde sólo rige la ley del deseo. Y por eso deviene en criminal. —Dani–preocupado,con la voz _l_l_o_r_a_d_a_,_ _M_a_n_o_l_o_ _l_o_ _m_i_r_a_b_a_ _e_n_t_r_e_ _t_r_i_s_t_e_ _y_ _a_s_u_s_t_a_d_o_–,_ _¿s_o_s_ _p_u_t_o_ _v_o_s_…?_ —N_o_._ —¿Y_ _q_u_é _e_s_ _l_o_ _q_u_e_ _t_e_ _p_a_s_a_?_ —N_o_ s_é._ _

Entonces comienza para el protagonista de la novela un sinfín de episodios donde sólo busca la humillación como categoría de placer, va hacia ella como imantado. La nouvelle de Daniel, el que no le importa ya encajar ni ser aceptado. No decide, es guiado por ese estado alquímico. Y se empodera, se encuentra a sí mismo, gracias a la sociedad que lo excluye.

¿Incomoda esta lectura? ¡Quiere incomodar? Si hace veinte años escribir verga sesenta veces en una carilla era un acto terrorista, hoy qué genera (“La editorial más puto de la Argentina”)?

Creo que vale en este contexto criticar ciertas cosas: cómo lo gay generó su propio estereotipo y en vez de polemizar con él, porque viene de la mano de la normalización, lo alimenta. Ese lugar, creo yo, no propicia más que un escudo detrás del cual es fácil esconderse, silenciar la propia voz.

Me molesta la palabra gay como me molesta la palabra hetero; llegará el día en dialogaremos todxs como cuerpos deseantes. O quizás no, porque ser un monstruo es lo mejor.

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