Libro de recetas
Claudia del Río es una de las artistas argentinas más prolíficas de las últimas décadas. Al igual que una maestra escolanovista, su figura se extiende por todos lados como alguien que altera los espacios por los que transita y genera grupos de acontecimiento. Sin embargo Claudia no es mito, es agencia, construye alianzas y a veces se pierde en esas relaciones con las personas y los objetos. Ikebana política, su último libro publicado por Iván Rosado, es el testimonio de ese ejercicio. También, es un diario de la ansiedad y la ansiedad es política. Es una curricula libertaria en la que el dibujo es una comunidad desobrada y un modo de supervivencia a través de una historia del arte que se experimenta como cultura. En esta compilación de textos los nombres propios no son monumentos y las referencias no equivalen a erudición, funcionan como marcas biográficas y claves subalternas que despiertan el cope por las tareas incesantes y monótonas.
En Claudia el dibujo se desdobla, es una labor individual que a su vez tiene una salida colectiva. Por un lado es intimidad, alteración de lo doméstico, conocimiento y autoayuda: “Alguna vez dibujé con prótesis para cambiar los hábitos, para volver todo más inaccesible, extraño, con una distancia que echa otro tipo de luz”. Por el otro, es una pedagogía abierta a multiplicarse y afianzar lo autoral de cada uno, como se experimenta en cada edición de Club del Dibujo y en sus clases de la facultad. En ambas instancias el dibujo es una práctica minoritaria, un código autodidacta que se rebela a las instituciones pero que encuentra en ellas un respiradero para modelar una micropolítica o “modos ecológicos de acción del artista en la sociedad”. Como todo lugar marginal provee una mirada singular desde el afuera, es creación anárquica sin la vidriera pública de las grandes telas y los proyectos artísticos que aspiran a cierto internacionalismo. Claudia trabaja sobre un lenguaje que es el anacronismo: va a contratiempo de la aceleración progresiva del arte contemporáneo, pero ojo, no concilia con la tradición, diseña sus propios patrones temporales y va migrando de identidad (¿cómo lo queer?). Y es esta manía la que conduce a situaciones inesperadas no supeditadas por la autonomía del arte y mucho menos por la distinción entre el arte y la artesanía o entre el saber burocrático y el saber que atiende a su dimensión afectiva.
Si salimos del libro por un momento y vamos a las imágenes, un juego al que nos tienta este diario desde sus primeras páginas, encontramos motivos repetidos hasta el hartazgo que surgen en manchas aceitosas, figuras hechas con rulos obsesivos como en los dibujos de los locos y escenas de payasos, choclos y casitas relacionadas a la infancia. Claudia escapa del mundo productivo o desarrolla estrategias contraproductivas como el arte correo, algo que incorporó a través de Vigo, un gran hacedor de lo inútil. Los bordados policiales, otro tipo de dibujo, también implican desaceleración, ya que son frases extraídas de un orden mediático y dispuestas en telas que invitan a retrasarse en un procedimiento manual. Este mecanismo de trabajo podría acercarla un poco a la vanguardia, pero lo dudo porque nada más lejos de ella que esa subjetividad totalizante.
“¿Será el arte argentino una artesanía desesperada? (ampliar)”, es una de las preguntas que más resuena en el libro. La artesanía involucra un hacer plural en un tiempo particular, copia más copia más copia, técnicas y motivos transmitidos entre generaciones, deformaciones espontáneas o súper pensadas y, a veces, un fin común. A su vez, en contraposición al arte, la artesanía nunca se desligó de la oralidad y el tacto. Si bien, como dijo Richard Sennett, la cultura contemporánea es deudora de las metodologías de los artesanos, la presencia vital de la artesanía aún nos señala el carácter artificial de los discursos de la modernidad, entre ellos, la confección de un canon artístico. Así como la cultura de masas fue el espectro oculto que revisitó al modernismo, la artesanía es la bastarda en un sistema que intentó tapar sus fisuras coloniales y sexo-genéricas. Una metáfora para el arte argentino que nos recuerda que los procesos modernizadores metropolitanos no siempre fueron sincrónicos, una modernidad múltiple –por más que suene redundante– plagada de superposiciones, dislocamientos espaciales y lagunas temporales. Desde ya, no hay que cruzar un charco o hacer varias millas de avión para definir escenarios. Sin caer en localismos y bloqueos, cada territorio posee estas características. Los límites geográficos, en una extensión como el territorio argentino, posibilitaron la construcción de formas, temas, operaciones estéticas, movimientos y outisders, por suerte, no homologables a las de la función-centro (identificable en el rupturismo).
En este sentido, la historia del arte que esboza Claudia no posee jerarquías, ni centros, tampoco ostenta un heroísmo regional fácil de digerir para los revisionistas. Puede ser una ficción, incluso transitar la ilegalidad (como lo múltiple) y no ser correspondida como sucede con algunos amoríos. Tiene el mismo ritmo desparejo que su producción, al cual le juró fidelidad para evitar el confort que aburguesa a los artistas. Ella es fan de aquel que enseña o influencia –sin querer hacerlo– en una red invisible para el ojo historicista, por eso su distanciamiento con la enciclopedia y su afinidad con el archivo. Situada en Rosario como lugar estratégico, mezcla nombres y trayectorias de distintos orígenes: Juan Grela, Mele Bruniard, Delfo Locatelli, Raúl Dominguez, José Planas Casas, María Laura Schiavoni, Hugo Padeletti, Guillermo Kuitca, Niní Marshall, Marcelo Pombo, Corín Tellado, Daniel García, Emilia Bertolé, Ada Falcón, Gilda, Leticia y Olga Cossettini, Miguel Carlos Victorica, Meret Oppenheim, Mariette Lydis y la lista continua. Dibujar con la mano contraria y adaptarse, prestarle los brazos a Mele, hacer siempre de la escucha un acto melancólico, imitar las colecciones que atesoran lo irracional, recortar como una zombie latitas de Coca-Cola, traficar un método de enseñanza, son algunas de las experiencias-secretos que habitan en un historia desclasificada como Ikebana política.