La vileza con belleza
Recibí una invitación para venir a pasar el fin de semana de carnaval a la casa de la tía de una amiga que viajó y le prestó la casa a su sobrina, y ella me invitó a mí y a otras chicas. La casa queda en Victoria, en el partido de Vicente López, a pasitos de los yachts clubs y negocios de lanchas. La casa es casi mansión, tiene pileta, un equipo de sonido impecable, un carrito con rueditas sobre el cual se transportan más de 20 botellas alcohólicas distintas y una frapera brillante y sexy, goteando la transpiración por el contraste del hielo versus los cuarenta y cinco grados de sensación térmica.
Me traje para terminar de leer la última novela de Ruy Krygier, Un Erudito en Problemas, editada por Mansalva hace poquito. Terminé de leerla rodeada de lujo ajeno, cosas carísimas y el vaso siempre tintineante. Como poniéndome sin querer en personaje para emular la materialidad del libro.
Hace mucho que no leía algo tan caprichoso y barroco, ni qué decir actual. La novela de Krygier tiene una fuerza arrogante y estúpida que te captura inmediatamente. Desde los nombres de los personajes hasta el escenario donde se desarrolla la acción es todo un invento que parece haber nacido de la basura, pero no de una basura de acá, sino como de un basural texano perdido en el medio del desierto. Es una escritura reciclada, como de un poeta antropófago de Miami Beach o de la farándula porteña de los noventa.
Arturo Crush vuelve a Wepeyenso City para levantar el telón de un teatro infernal y de paso abrir una galería de arte contemporáneo. La historia se teje entre fajos de dinero, obras de arte, dramas familiares, armas, bolsas y botellas. Nos va llevando por una ciudad que parece el GTA dónde la palabra bondad puede ser utilizada únicamente si se refiere a una marca de algún producto. Krygier te lleva como en un carrito de golf a toda velocidad por una ciudad inventada que se parece mucho a la realidad. Arthur Crush maneja el carrito en estado máximo de ebriedad constante. Como ese dibujo animado que se llamaba Super Jail, las situaciones no concluyen sino que parecen transformarse y deformarse, ir de mal en peor, ir de la exageración al delirio, del asesinato al cóctel en dos pasos y viceversa. Como un viaje de ácido anfetoso.
Por momentos tenía la sensación de estar leyendo una novela policial, los elementos los tiene todos: crimen, sexo, excesos, pero después ganaba la sensación de que la novela es otra cosa. No hay personajes inocentes, es muy parecido a cuando estás viendo la tele, esos programas de chismes dónde los comentaristas son personas que no se pueden creer, y el tema que tocan parece un chiste pero es muy serio. Creo que una de las palabras que se repite casi constantemente en el libro es “rozne” que no se qué significa exactamente todas las veces que la usa pero describe muy bien sonoramente a la novela. Una historia masticada con la boca abierta, hablada estúpidamente con un lenguaje impecable, ladrada como cuando la gente de la tele discute que no se entiende nada.
Se puede decir que la imaginación de Ruy Krygier galopa como un potrillo salvaje por las calles de una ciudad decadente. Insisto con el autor porque además de que la novela es entretenida, hay que hablar de cómo está escrita, porque no es una pavada. Es barroquísima. Maximalista y paranóica como una novela de Pynchon pero sin la parte “nerd”, solo “trash”.
No sé si la novela habla o no de la realidad, no soy una experta en el tema (de la realidad), tampoco se puede decir que la tele hable de la realidad. La literatura es literatura, disculpen la tautología, pero es para tratar de explicar que por más que a una le suene que quizás hay en el mundo gente como la de la novela en definitiva no importa porque te lleva de los pelos de principio a fin y te hace cosquillas.
Cerré el libro rodeada de un silencio máximo en un barrio de millonarios que queda muy cerca del río, me quedé mirando las casas por la ventana y pensaba que no hay nada peor que la plata.