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  • Florencia Böhtlingk

Mujer árbol y compañía


¿Quién visitó un psiquiátrico últimamente? ¿Quién lija la madera hasta dejarla como el acero? ¿Quien se filma tocando el piano con las uñas del pie? Algún surrealista loco, solitario, irreverente y porfiado. El último movimiento más poderoso del siglo XX, el surrealismo es generalmente de muy mal gusto. En el mejor de los casos.

En estos días hay un rejunte de obras macabras en la fundación Osde: macabras pero con mucho humor. Salvo el cuadro en grises cromáticos de Mariette Lydis, la de los enfermos mentales. La pintora vivió un tiempo en un psiquiátrico para pintarlo. Miran desde la tela como si estuvieran vivos. Horrible: para nada un cuadro de salón.

Las esculturas de Naum Knopp, elaboradas obsesivamente hasta convertirlas en aliens, ofenden sobretodo hoy que el trabajo puesto en una obra se mira con desdén. Humor, sí, en las escenitas pop de Gambartes, en las acuarelas desopilantes de Eguía. ¿Qué? ¿Por qué?

Orlando Pierri y Adriana Minoliti van del naranja al tierra en potentes claroscuros. Mariette insiste con los grises azulados en una fantasmal mujer árbol que deambula etérea. Tobías Dirty nos convence de que el manantial es inagotable y que aún hoy siguen brotando artistas de la tierra reseca. Harte y las rotas cáscaras de huevo con ojos.

Ensimismados, laboriosos, egocéntricos y demodé. Los surrealistas fueron, son y serán. ¿Y qué sentido tiene este rejunte en Osde? La voluntad del curador, Santiago Villanueva, devenida en estructura por Osías Yanov, a cargo del montaje de sala. Nos dice: ¡Abramos la escena! ¡No nos guiemos solamente por lo que está de moda y es cool! Despeguemos la nariz de la pantalla y vayamos a OSDE, subamos la escalera y recorramos la muestra a ver si todavía nos queda algo de criterio propio. Y si también el surrealismo se pone de moda, no importa: el surrealismo encuentra siempre recovecos donde subsistir.

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