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  • Alina Romero Herts

Envuelta en un plástico que no me deja respirar


Soy una obra de arte. Empecé a existir en un descampado en las afueras de Cañuelas donde trabaja mi primer dueño, mi amo y señor, que me formó con barro húmedo y varillas de hierro. Desde que empecé a existir, recuerdo los golpes que recibí. Mi dueño, malhumorado, a veces me tiraba con un destornillador, que una vez casi me clava en el ojo. Me ataba a veces a un banquito y me torturaba con la amoladora.

Un día, bastante borracho, vi que se masturbaba mirándome fijamente, en medio del descampado. Otro día, mientras hablaba con un crítico de arte, que le dijo que era imposible la cantidad de maltrato que yo estaba recibiendo, mi dueño le dijo que yo me aguantaba todo, y me pegó una patada con la suela del zapato.

Pero esos días en descampado pasaron relativamente en paz. Las noches eran tranquila, salvo por los insectos y los maullidos de los animales. Un día mi dueño hablaba por teléfono sobre un flete. Poco después me envolvió en cinta. Y me subió a una camioneta, muy incómoda y muy calurosa.

Así, envuelta y encerrada, me llevaron a la ciudad. Cuando me desenvolvieron me di cuenta de que estaba en un enorme salón junto a otros cuadros y esculturas. Pasaba gente con ropa de trabajo, me miraban de cerca y alguno me manoseaba también.

Un día vino mucha gente y me miraron mucho. Después apagaron la luz y no vino nadie. Al poco vino mi dueño con otro tipo y se quedaron hablando. Iba a ser mi segundo dueño, al que casi no vi. Me llevaron a una casa en las afueras, creo que en San Isidrio, y estuve allí al rayo del sol en un parque con el césped muy cortado. Una vez un jardinero se apoyó a mi lado, para tener respaldo o para cubrirse de la sombra. Creo que también estaba borracho.

Después me llevaron a una casa de remates junto a otras obras. Y me volvieron a vender. Todos peleaban por mí. Hubo mucho bullicio y algunas fotos.

Ahora estoy en un depósito, envuelta en un plástico que no me deja respirar.

Un día vinieron un contador y un notario con mi tercer dueño, al que recién entonces les vi la cara. Me desenvolvieron, dijeron algo de números de base y valuación fiscal, y me volvieron a poner el plástico horroroso.

No sé cuándo es de día ni de noche, ni puedo ver a las otras obras envueltas en plástico en este oscuro galpón o sótano donde nunca hace calor ni frío, ni siento mucha humedad, ni viento, ni siento nada más que el rugido apagado de un sistema de aire acondicionado. Y pienso en las noches que pasaba en el descampado, en la luz de la luna, entre los perros que ladraban y los insectos que venían a lamerme la piel.

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