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  • Catalina Arzani

Olor a algo sin olor

El otro día camino a casa vi un arbusto de flores blancas como de esos jazmines que cuando pasás por al lado sentís un perfume muy fuerte. Arranqué dos flores por la inercia destructiva que tengo y porque me gusta guardarlas para tener rico olor en los bolsillos y en las manos. Después me acerqué las flores a la nariz y olí pimienta. También pensé en algo picante, no pude ponerle nombre. Me fascinó que algo de ese tamaño y forma pudiera tener un olor tan especiado.

Algo en la obra de Mat Chivers me hizo sentir lo mismo, en la referencia a la naturaleza y sus complejidades, a todo lo que está pero no se ve a menos que seamos conscientes.

Escribí unas anotaciones en las notas del celular sobre lo que interpreté de Mat que prefiero no editar ni tampoco darle formato de prosa, lo copio acá:

del agua cuando se mueve

dice que del agua

lo impresionante

es no sólo lo que vemos de ella

donde rompe

sino la profundidad de donde viene

para que llegue adonde lllega,

a romper;

le fascina la complejidad de la que

estamos hechos:

las olas

y nosotros.

Mat cuando era chico juntaba mariposas y polillas. Siempre estuvo conectado con eso. Con todo eso de lo que venimos (las cosas, los fenómenos naturales y nosotros) y en lo que nos transformamos. La mariposa reúne el proceso real y simbólico perfecto para ejemplificarlo: del gusano al capullo y del capullo a las alas.

Cuando éramos chicos, mi hermano y yo juntábamos colas de lagartijas. Nos sorprendía cómo cada cola después de desprenderse del resto del cuerpo podía moverse por un minuto más, podía seguir con vida a pesar de estar completamente separada del cuerpo del que alguna vez formó parte. Las colas no duraban más de un día en mi casa, a mi mamá le daban asco, las agarraba con guantes de látex y las tiraba a la basura.

Mat vive en Devon, Inglaterra. Se le ve en la piel roja de los pómulos el reflejo del sol que absorbe todos los días al aire libre. Igual dice que la mayor parte del tiempo el sol se ausenta y la niebla es tan pesada y está a una altura tan baja que podés saltar y perderte ahí arriba, como si fuese una cortina de algodón horizontal que baja como se baja un blackout: con una cadena que se suele romper y no deja que la cortina se suba, por lo que el sol desaparece un largo rato.

Mat usó mármol para su serie de esculturas “Harmonic Distortion” (2016) en las que se ve un patrón geométrico en blanco y negro. Para darle forma a la materialidad tan pesada de la piedra tomó datos también pesados, referencias duras de investigaciones de la formación de las olas antes de romper y cuando rompen y del proceso de formarse y desintegrarse las nubes. Pero acá no son las nubes de Devon si no las de la Cuenca del Congo, en África. Suena lejos de Devon, pero las nubes son las mismas en su composición o por lo menos parecidas, vienen del agua y de su ciclo.

Mat no cree en nada de lo religioso. Cree en la fuerza y la conexión sensorial con el otro, con uno mismo, con las superficies que tapan lo que tienen abajo, en la naturaleza propia de cada cosa. Lo dice como si sintiera lo que tiene adentro y como si fuera una ramificación de la tierra.

Cuando Mat hizo una residencia en Atenas, presentó su obra “Root” (2013) en la que dos performers dibujaban con sus cuerpos desnudos sobre el polvo blanco del mármol que vio y tocó años atrás en el Partenón. Los cuerpos, al correr el polvo, dejaban ver el color negro del piso en contraste con el blanco del mármol. Dejaban ver lo que el polvo tapaba.

Ese mismo año en la misma ciudad, Mat también mostró su obra ‘Dialogic” (2013), dos sillas y una mesa intervenida con lo que parece un iceberg, del que se ve lo de arriba pero -a menos que te agaches- no se ve lo de abajo. Una obra in situ de esos (estos) tiempos de políticas inciertas que pasaba Atenas, con foco en lo que nos une como especie, no en lo que nos divide. Hace poco leí una carta abierta que denunciaba la insensatez de la documenta 14 en Atenas, decía que estimular la ignorancia y el silencio ante la problemática político-social actual de esta ciudad incentivaría y propagaría lo que le dicen el golden ghettoisation de los barrios.

Y el otro día camino al río me regalaron un jabón de muestra. Me lo acerqué a la nariz, tenía olor a algo sin olor. Es jabón neutro pensé. Lo descarté enseguida. En estos tiempos en que los tiempos corren más rápido no puedo pensar en la funcionalidad de algo a lo que no le encuentro función. Si mis manos lo rozan y no quedan con rico olor entonces su presencia en mi bolsillo es en vano. Y pesa.

Me pregunto qué hubiese pasado si lo mojaba y gastaba un poco su superficie. Capaz así se activaba el olor. Ya era tarde, el jabón adentro del tacho de basura de la calle al ser tan pesado cayó directo al fondo, abajo de toda la basura del día. Acá ya es de noche. Siempre fui mala en matemáticas; como una forma de ejercitarlas y para desorientarme, mi reloj marca cuatro horas menos de la hora real.

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