- Martín Legón
Dramas gratis
Regresé hace unos días de un viaje largo, y tras un mes entero sin conexión a internet leo que publicaron en la revista un par de notas reveladoras sobre Patricia, la muestra que Gabriel Chaile despliega en el Museo de Arte Moderno y sobre la que escribí una breve reseña antes de irme. La primera de una tal Lucrecia Ganzo, una chica de Berazategui; la segunda del artista visual Valentín Demarco.
La primera nota intentaba, con argumentos flojos, dejar en claro que hay una variable en todo proceso de creación artística atravesada por lo especulativo. Daba a entender que a un tipo de artista del interior se lo encasilla y rellena con un marco teórico del que carece, volviendo su producción un objeto antropológico mediocre. Al leerla se percibía desde el comienzo una falencia grave, la nota no contemplaba en ningún momento la voz de peso que Gabriel Chaile venía organizando de forma genuina desde el discurso, entendiendo por genuina a la fuerza de perseverar sobre ciertas ideas durante largo rato y con los mismos medios; a una firmeza en las convicciones. Básicamente la nota no tenía en cuenta que el artista ya había trabajado estos cruces en exhibiciones anteriores, en la extinta galería de Alberto Sendrós, en el sótano del Fondo Nacional de las Artes, en una pieza hermosa producida para el ciclo Bello Jueves coordinado por Santiago Villanueva en el Museo Nacional de Bellas Artes. El sincretismo entre precariado, cultura, existencialismo y consciencia de clase que lo acercaba de lleno a Victor Grippo clareaba en estas exhibiciones, sumando un giro más profundo en la actual exposición. La nota de Ganzo obviaba este punto, omitía un recorrido propio, pero ahondaba en cómo la supuesta referencia al arte precolombino era una lectura antropológica de manual (como si el arte no fuera un fenómeno antropológico en general; como si las aspiradoras de Koons o las sopas Campbells de Warhol no lo fueran), y tildaba provocativamente de jirafa mal hecha a una de las piezas. Esa imposibilidad de entrar en lo que sucedía en la sala volvía difícil la discusión; a fin de cuentas la convicción no se busca, sucede nomás, y quedaba claro que no estaba sucediendo.
En la segunda nota, firmada por Demarco, ocurre algo un tanto más revelador. Se asevera que Lucrecia Ganzo es, sin más, Gabriel Chaile, que bajo un pseudónimo habría utilizado las redes sociales para provocar resquemor y agitar un poco el avispero. Al parecer no queda claro si esto es realmente así, pero el artista habría asumido una responsabilidad al respecto. Se sabe, las reflexiones sobre lo verdadero y lo falso son más antiguas que la prostitución; lo que no se sabe del todo es qué llevaría a una voz insistente a desacreditarse a sí misma. Digamos, uno entiende que un poema es una construcción pulida pero cuesta imaginarse a Joseph Brodsky después de escribir sus Poemas de Navidad confesando que el vacío metafísico que lo cegaba y movía en realidad le importaba un huevo y medio. A Leónidas Escudero manifestando que su dependencia poética con San Juan y la mineralogía es en fondo un engaña pichanga, una fachada para los giles.
Es entonces cuando dos formas resultan extrañas en este juego de dramas gratis que no se entiende bien quién propone; la primera, el porqué del negarse a firmar con su nombre la nota; la segunda, dónde radicaría la necesidad de injuriar al museo tras haber apoyado económicamente el proyecto que, comenta, no habría podido realizar sin el respaldo de los fondos. De ser un movimiento de su autoría, las únicas maltrechas en este salto mortal hacia atrás serían las ideas que Chaile viene organizando, sobre todo porque pierden parte de su gracia y misterio; eligen deambular sin mayor justificativo que la provocación como moneda de cambio, un movimiento en el que condensaría quizás la única hilacha pueblerina que habría mostrado y que bien lograría estaquear: ese deber ser contemporáneo en los gestos y dar a luz cierto cinismo cosmopolita en las acciones del discurso, en la elaboración de la lengua, con el fin de incorporarse a la urbe, algo que hasta ahora no le era tan cercano y mantenía su voz prudentemente a salvo en otra órbita de referencias.
Es obvio desde luego, y en caso de corroborarse, que una lectura inversa también puede realizarse y de seguro haya quienes comulguen con exaltar la pirueta en el aire. Conociendo al artista cuesta entender bien el porqué del gesto, y no es fácil saber si estaría en dominio de su giro. Pero en fin, somos el chico ignoto al que le hacen bullying; nos gussssta el arrrrte cada vez menos y debemos esperaarrrr para saber cuán inconducente es o no este sacrificio.
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Agregar nomás tres notas sueltas y al margen:
-Creo que nadie se hubiese atrevido a decir lo mismo (esto del artista del interior curado) al hablar de la muestra de Nicanor Araoz en la Universidad Torcuato Di Tella; atravesada por tres curadores de renombre y ocho abordajes posibles de su trabajo, algunos distantes entre sí como la distancia que existe entre la cultura japonesa, la guerra de Malvinas y un psicópata de los EEUU; o cuando se lo había forzado a interactuar con Osvaldo Lamborghini y su Niño proletario ahí donde no parecía haber tanto lugar para la cita.
-Hace poco releí la reseña que Claudio Iglesias escribió para Inrockuptibles sobre la retrospectiva de Ana Gallardo en el Mamba; en un momento, tras tirarle un prontuario y acreditar una mimetización oportunista con determinadas artistas internacionales, confiesa desear con ansias una muestra reveladora, augural, como lo fueron según él las primeras de Leopoldo Estol o Luciana Lamothe, ambas en Ruth Benzacar. Me quedo pensando en esto, en que algo así me sucedió al ver Patricia; y aunque entiendo que este pasaje es siempre subjetivo (y por tal requiere discernimiento), compartirlo resulta las veces necesario e inevitable. En este sentido llamar a silencio o confundir paternalismo con declamación es un error, como lo es por ejemplo utilizar el término fascista para referirse a cualquier cosa y porque sí.
-Es una lástima que por ahora, y teniendo la posibilidad enorme de dialogar con un tucumano/santiagueño de peso como lo fue Ricardo Rojas, Gabriel Chaile termine optando así nomás por una figura escurridiza, más cercana a la que nos dejó un Palito Ortega.