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Emmanuel Franco

Niño, elogios y lombrices

Imagine a un niño con porte principesco y manos peludas, una cara con la forma de ángel y de perro vagabundo. Se mueve como pato a punto de entrar a la que pretende su laguna, consciente de que hay ojos observándolo. Imposta la voz para dar a entender un conocimiento que lo nutre más allá de su corta edad. Como un perfume de verano, sus palabras se articulan en pequeñas dosis, refrescantes pero con fecha de vencimiento. Todos los adultos lo felicitan por su carácter modesto, lo ven como un príncipe dispuesto a enaltecer la laguna y todo el bosque que la rodea. El niño se preocupa por no parecer preocupado, tiene que devorar cada oportunidad que el mundo pone en su camino y no olvidarse de limpiar bien sus garras. Con cada bocado del mundo el niño se hace más largo y grande: su boca crece, sus colmillos crecen, sus ojos crecen. Su preocupación también crece y se agita más rápido, sobre todo en las noches donde dormir le resulta algo necesario pero inalcanzable. Los adultos lo miran desde abajo, como si todos estuvieran enamorados de su nuevo cuerpo gigante.

Una noche el niño sintió que las oportunidades se le acabaron y que debía naufragar hacía otras lagunas. Fue liberador darse cuenta que ese lugar ya no importaba y con esa nueva gran verdad las ganas de dormir aparecieron. Cuando uno es grande e importante por cuestiones de comodidad siempre es bueno dormir parado y es así como el niño bostezo por última vez. Parecía un regalo de despedida, como si fueran lombrices que recorrieran todo el cuerpo del niño, pero no, eran los adultos que le estaban haciendo cosquillas e inspeccionando la carne. Hacían movimientos invisibles y tramposos. Todas sus bocas se iban abriendo y dibujando una gran sonrisa en el aire. Todos comenzaron a morder muy rápido y el niño no dudo en despertar, gritando como un príncipe al que le roban su título. Sus manos carcomidas por un enjambre de dientes no lo pudieron ayudar, los adultos caminaban y se comían todas las partes de su cuerpo. El espectáculo duro horas, el niño gritó hasta volverse sangre, agua y huesos. Algunos cuerpos son mucho más deliciosos cuando se indigestan con la ansiedad.

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