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Imanol Subiela Salvo

A 1200 kilómetros


Dicen que si una persona pasa mucho tiempo a oscuras sus ojos se acostumbran a la oscuridad y, un poco, pueden ver. Es como tener super poderes por un rato. El domingo a la noche se me rompió la bici: se le empezó a salir la cadena cada cinco o diez cuadras. La primera vez que me pasó fue en una calle oscura cerca de la estación de trenes de Chacarita. No podía ver nada. Mis ojos tardaron mucho en acostumbrase a esa oscuridad, así que me costó mucho poder poner la cadena. Tenía algo de miedo, no sé por qué. Terminé de acomodar todo y vi cómo mis manos estaban completamente negras, llenas de grasa. Pensé que eran tan negras como Teatra el libro de Alberto Romero (Beto, a partir de ahora), editado por Desde un Tacho, que tenía en la mochila y que leería más tarde. Encontré una edición de la Prensa Obrera tirada en el cordón de la vereda, al lado de unos folletos de Unidad Ciudadana, así que aproveché todo el material de campaña para limpiarme las manos que pasaron a ser grises. Gris papel de diario, gris prensa obrera y gris como las pinturas de Valeria López Muñóz que acababa de ver en su muestra La extensión Gris.

En el texto de la muestra María Guerrieri dice: "En una casa sin electricidad/ cuando pudo se cambió los ojos./ Tuvo dos con iris negros y pupilas blancas./ Hizo en la oscuridad encerrada/ cosas que se hacen de día". En esa oscuridad aparecieron esas pinturas que tienen paisajes domésticos y naturales, es como si tratara de pintar su casa a oscuras y el patio de su casa, también a oscuras. Un gato, una ventana abierta en la computadora, unas flores, unas piedras y unos bichos, todos repartidos en un espacio difuso. Son las cosas que se ven a medias mientras los ojos se acostumbran a la poca luz.

Beto, en Teatra, ya tiene los ojos bien acostumbrados a la oscuridad y sin problemas cuenta dos historias. En la primera, casualmente titulada Gris, una anciana de 90 años maneja a todo lo que da y mata a una familia de trabajadores en moto que llevaba a su hija hasta la escuela, una pareja joven, un albañil, una estudiante para maestra jardinera, sus dos hijos de siete y dos años (el de dos explotó, cuenta Beto, igual que sus padres). En la segunda historia, que se llama Desertificación, una cineasta escribe un diario que cuenta cómo filmó su documental sobre alguna guerra en oriente y cómo su vida se vuelve hostil cuando regresa a su ciudad. Dos historias trágicas, pero no dramáticas: están contadas de una manera rápida, pasan de largo como la vieja en la autopista, y hasta generan risa -por momentos. Son como esas historias de adolescentes que matan gente en los cuentos de Mariana Enriquez, pero que dan risa además de espanto.

En un mismo domingo encontré la gama de colores que va del blanco, pasando por el gris claro, hasta el negro en un libro y una muestra a la vez. Un conjunto de obras que parecían tener una intención dramática, pero que al final terminaron siendo obras más bien relajadas. Beto y Valeria le dieron batalla a lo dramático y lo convierten en algo absurdo y pequeño, casi secundario, porque en Teatra y en La extensión gris lo que prima es la simpleza y los dramas nunca son simples. Los dos tienen la simpleza para narrar y para ver en la oscuridad, un super poder que no todos poseen.

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