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  • Jimena Ferreiro

Mi alusión a la biblioteca (réplica a una réplica de las Jornadas de la Nueva Crítica)


NOTA DE LOS EDITORES: Antes de leer la respuesta de Jimena le recomendamos al lector que se relaje y entre en tema con el artículo de Julián Sorter, "Jóvenes modernos", JENNIFER, 4/9/2017.

https://www.jennifer.net.ar/single-post/2017/09/04/J%C3%B3venes-modernos

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Las históricas Jornadas de la Crítica organizadas por Jorge Glusberg en esta ciudad podrían interpretarse como uno de los últimos actos de fe en aquella forma de producción discursiva monolítica, predictiva y totalizadora que caracterizó a la crítica moderna. Las Jornadas de la Nueva Crítica (MACBA - CIA, agosto de 2017) podrían entenderse fácilmente entonces como un cover aggiornado de aquellos encuentros. Sin embargo, el gesto provocador que supone el rescate anacrónico procuró ser algo más y de esa manera las Jornadas (que organizamos Syd Krochmanly, editor de esta publicación, y yo) buscaban mapear el terreno en tres dirección: la producción crítica actual, el creciente interés en el legado histórico de la crítica (visible en investigaciones y muestras recientes: Squirru y luego Glusberg en La Ene, Masotta en el MUAC, y los ejemplos siguen) y por último la emergencia de un discurso crítico capaz de rebalsas sus canales los habituales, medios masivos y las publicaciones académicas.

Por todo eso, a la provocación inicial se le contrapuso el gesto propositivo de interpelar la textualidad crítica actual, cuya densidad procuramos analizar a través de los tópicos que estructuraron las mesas de discusión. Y aunque nos habría gustado diseñar un formato un poco más ad hoc para poder dar cuenta de los modos contemporáneos en que la textura crítica se aloja en diferentes medios expresivos, tuvimos que recurrir a un formato algo convencional –formateado académicamente­­–, porque el presupuesto siempre fue una limitación. Sin embargo logramos un pequeño acto de ocupación del espacio museístico: convertimos la sala de exhibición en un auditorio para la ocasión. También nos interesaba señalar cierto status de la curaduría cuya práctica profesional ha ido perdiendo voltaje crítico.

En lo personal, me gustaría que una iniciativa de este tipo pudiera leerse en el horizonte de las nuevas narrativas que promueven revistas como Jennifer, Mancilla, Boba, Otra Parte, El Flasherito, entre otras, que despliegan programas artísticos y de escritura capaces de pensar en tiempo presente.

Por esa razón en la última mesa nos preguntamos sobre el futuro de la crítica, o bien por la crítica del futuro; en esta mesa se presentaron Agus Leal, Julián Sorter, Catalina Arzani (a través de Melina Ruiz Natali, que leyó su contribución) con comentarios de Mario Scorzelli, todos ellos colaboradores frecuentes de Jennifer.

Los intercambios en los días anteriores habían sido algo tibios y medidos, pero esta mesa provocó todas las discusiones y la frase que desató el conflicto fue la alusión a la “biblioteca moderna”, de consulta infrecuente: que a los críticos jóvenes les falta, se dijo, ir a la biblioteca. Ir a leer. Se supone que yo fui artífice de esa frase y es verdad que dicho así suena feo, solemne y autoritario. La alusión a la “biblioteca” es una imagen anticuada y kitsch pero les aseguro que la mención era un poco más compleja que el modo en que Julián Sorter lo retrató en su texto ("Jóvenes modernos", JENNIFER, 4/9/2017). En aquel contexto de discusión en vivo, "biblioteca" procuraba señalar una tradición crítica activa y revisitada permanentemente desde el presente, que habilita, creo yo, modos desacartonados para pensar.

Y en efecto, como dice Julián en su nota, algunas tradiciones modernas siguen operando en la contemporaneidad, y la crítica, cuya estrategia invitamos a repensar para transformarla en una herramienta que pueda seguir alojando la narrativa sobre el presente, es una de ellas.

Y lo digo sin prejuicio académico porque no soy una académica ni pertenezco a ese sistema. Tengo hechos mis estudios, de posgrado, incluso, pero siempre trabajé en la gestión y en la curaduría, nunca como "académica", tal como me presenta Julián. Para ser académica hay que trabajar en la academia y producir bajo sus criterios: no es mi caso. Más bien me defino como una trabajadora del arte que procura articular en su práctica diferentes campos y tradiciones intelectuales y artísticas. Por ello siempre me resultó productico pensar en compañía de otros que lo hicieron antes y mejor que yo. Eso fue lo que traté de transmitir: la biblioteca, quise decir, está para ayudarnos.

No sé si mi comentario de aquel día, formulado en pleno ida y vuelta entre los panelistas y el público, podría reducirse al imperativo de “ir a estudiar”. Más bien creo que se trata de una invitación a compartir textos y experiencias que en su momento cambiaron el orden de las cosas o el modo en que las percibimos. ¿El arte no es un poco eso?

No sé muy bien cómo se forma un artista, pero me parece un buen punto la desconfianza y la puesta en crisis de ciertos supuestos. Y lo mismo vale para aquellos cuya materialidad expresiva o analítica es la escritura, o bien para los que quieren producir haciendo caso omiso a estar determinaciones modernas.

También estoy convencida que algunos modos de hacer bajo protocolos profesionales reducen efectivamente la circulación de voces y acotan las perspectivas múltiples que la contemporaneidad habilita. Pero no creo que esas multitudes estuviesen convocadas en la mesa Sub 23, ni que sus recorridos den cuenta de demasiada alternancia. Si mal no recuerdo la mayoría ha pasado por el mismo taller de análisis de obra, dictado por Diana Aisenberg, y por otro taller de producción de textos que dio Claudio Iglesias (editor, él también, de esta revista). ¿Es este el determinismo que dicen cuestionar? ¿Es esta la apertura que yo estoy negando? ¿Estas experiencias de educación no formal representan alternativas a la pedagogía hegemónica o más bien configuran trazos en pos de la construcción de una carrera?

Disculpen el énfasis de aquel domingo y el modo en que vuelvo a subrayar algunas ideas, tiempo después. No es un gesto de autoridad: es el ímpetu con el que suelo decir las cosas que me importan.

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