La era de la desmemoria: ahora los artistas jóvenes no estudian

"No comprenden textos básicos, Alejandro. ¿Cómo van a hacer para pelear en el mundo del futuro? ¿En un mundo cuyos empleos todavía no fueron inventados? ¿Cómo van a insertarse en ese mundo si no comprenden textos básicos? Empleos que todavía no fueron inventados, Alejandro."
Esteban Bullrich en entrevista televisada con Alejandro Fantino, América TV, noviembre de 2015
Lejos ya del antagonismo vanguardista y la colaboración amistosa, se observa en el arte de los últimos años una tendencia que por el momento llamaremos “la cultura de los desmemoriados”. La lucha y la cooperación son dos formas sociales opuestas pero comparten el reconocimiento del otro como condición de posibilidad: el otro es aquel a quien superar o respetar. En cambio la cultura de los desmemoriados se construye en base a la indiferencia (un estado de tipo anhedónico o hiperestésico-depreviso, según Mark Fisher). Los jóvenes artistas ya no se interesan ni en confrontar ni en colaborar con las generaciones anteriores: ya no vale la pena criticar, citar o reconocer a los artistas de otras épocas. Para ellos en el pasado no hay enemigos, maestros ni mentores. Las producciones culturales ya no son propiedad de las personas sino un conjunto de herramientas y materiales de orden público, referencias desautorizadas que se tienen al alcance de la mano. Los artistas hoy pueden copiar, plagiar, samplear y robar a otros sin la necesidad de dar referencias o inscribir los contenidos que manipulan en el espacio de un otro dotado de historia, de subjetividad: para ellos la cultura está constituida por objetos despersonalizados, accesibles e ilimitados. De ahí que pueda detallarse una lista amplia de operaciones artísticas en esta línea: captura, colección, montaje, collage, transporte, patchwriting, procesamiento de palabras, construcción de bases de datos, reciclaje, apropiación, plagio intencional -sea o no declarado-, encriptación de la identidad, programación intensiva, robo, obsequio, reinterpretación, reescritura, cita, duplicación, imitación, piratería, entre otras.
En el siglo XXI estos procedimientos, que habían causado escándalo hace cien años, se han institucionalizado: el plagio, el pastiche, el robo de identidades, el reciclamiento de ensayos y el patchwriting forman parte de los programas de muchas universidades. Según T.S. Eliot: "Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban, los poetas malos desfiguran lo que toman de otros". Pablo Picasso y luego Steve Jobs sostuvieron que un buen artista copia, en cambio un gran artista roba. El arte, la literatura y la programación se encuentran familiarizados con las apropiaciones de un texto, un código o una imagen original que se recorta y pega en un orden nuevo para que después sea leída como una obra singular.
Todas estas técnicas están enmarcadas desde el inicio en una estrategia explícita de apropiación, donde se trabaja adrede con no originales, en la que se introduce una operación con toques de inautenticidad, falsedad y no-originalidad. Así fueron los cut-ups y fold-ins de William S. Burroughs, los poemas mimeográficos de Bob Cobbing, los videos intervenidos con magnetos por Nam June Paik, las obras de Jeff Koons que se basan en imágenes preexistentes, los anuncios publicitarios de Richard Prince, las instalaciones y serigrafías de Andy Warhol o El libro de los pasajes de Walter Benjamin y la obra de James Joyce.
Estas operaciones del conceptualismo, el pop y la escritura no creativa han llegado, hoy en día al punto de no hacer referencia alguna al autor "de origen”. Se perfila así una pragmática no antagónica de la falsificación y la descreación, libre de autores y fantasmas del pasado, como la dinámica de producción dominante de una nueva generación de artistas socializada mediante servicios como Netflix y Spotify. Para esta generación ya no importa enmarcar sus operaciones en una proclama de intenciones iconoclastas. De una forma u otra se comportan de manera similar a Helene Hegemann, joven escritora alemana cuyo libro Axolotl Roadkill resultó ser un plagio casi en su totalidad y sin que la autora hubiera expuesto sus intenciones como suele hacerse en las estrategias plagiarias "convencionales". Sin embargo, después de haber sido descubierta, su libro fue seleccionado como finalista en la categoría de ficción en una feria del libro en Leipzig y traducido a varios idiomas. Es así que los jóvenes ya no se preocupan por citar, tampoco por recordar autores ni mucho menos estudiarlos. El algoritmo de Google les sirve como ventana de acceso al archivo completo de la historia, entre cuyos materiales repica el eco de lo siempre igual, lo que causa indiferencia. La experiencia de la cultura como motivo de hastío, ya rastreable en Baudelaire y Verlaine, en ellos no tiene un ángulo crítico ni confrontativo: se trata más bien de una conciencia humana tanto más desmemoriada cuanto más se vuelca sobre cualquier ítem guardado en el archivo caótico de la cultura y recupera su contenido pero no su dialéctica interna, su contenido negativo, su proyección diferencial. Steve Bannon, editor de Breitbart News y ex estratega político de la Casa Blanca, dijo hace poco en una entrevista, al preguntársele por su enorme biblioteca de historia política y biografía: "Al estudiar a los grandes hombres de la historia uno no estudia tanto las cosas grandes que hicieron, sino más bien lo mucho que les costó hacerlas, los obstáculos sobrehumanos que enfrentaron. Y de eso se aprende."