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  • Lucía Liespek

¿Les cuento?


Si quieren les cuento un secreto. O mejor no se los cuento. Bueno, si insisten: mi mamá tiene una chaqueta de lino color beige con botones bronce viejo y cuando me la pongo me produce una transmutación mental: me hace sentir que soy arqueóloga. O también paleontóloga. La conversión es tal que hasta busco las brochas de pintar y hago como si limpiara ‘fósiles’, aparatos obsoletos: un celular movicom, un discman… En fin, viene al caso tras ocurrirme coincidir con otras quichicientas personas y personalidades (alto cholulismo) en el galpón más radiante de Villa Crespo para la inauguración de Arqueología suave y ver en persona a los dos reyes magos camp de la historia, militantes de la aguja que hasta te reciben ataviados en sus delantales intachables: .Leo y Daniel. Chiachio y Giannone.

Tuve la fortuna de ver la muestra acompañada de mi profesora de bordado y nos quedamos admiradas al caer en la cuenta de que gran parte de las influencias que han recibido y plasmado estos dos artistas no están veladas, no son un secreto a voces; por el contrario en la muestra quedan reivindicadas, puestas en evidencia con resaltador y con la estridencia de la urdimbre, con la riqueza de los géneros y con unos colores subidos hipnóticos que juegan a intervenir y yuxtaponer sentidos en algunos textiles reciclados que parecen del siglo XVIII. Pero también se permiten jugar con una frazada comprada en el Once, muy de peluche, intervenida con pasamanería y con una suerte de grecas que podrían ser andinas.

Hay una obra que es como un gran neo-grutesco en forma de tetralogía; en verdad es una pintura de aguja, con formas libres y divertidas, de índole hedonista, suspendidas sobre fondos de un jardín rococó, por las líneas curvas, por lo espumoso de los tonos verdes que llenan el fondo, al mejor estilo Fragonard.

Y los rostros de este feliz matrimonio de bordadores, aparecen ahí colgando como si fueran parte de un festón o, también, envueltos en túnicas de cheurón sobre un paisaje que, por momentos, se gana una tercera dimensión. En otra obra, Leo y Daniel se transforman en gorgonas que sueltan viboritas bordadas en punto plano y que te dejan en un estado pétreo del encanto.

Creo que, de algún modo, además de grandes artistas, Chiachio y Giannone son grandes historiadores.Por eso es que las fuentes de su arte están servidas para que bebamos de ellas, para que seamos parte de un juego que luce puramente inocente, pero que dice mucho de las conquistas y luchas que Chiachio y Giannone vienen librando desde hace tiempo. Luchas que nos llegan desde los orígenes del arte textil, luchas que tienen el rostro de pueblos, de artesanos, de las mujeres que fueron artesanas en el anonimato, pero que encontraron en el proceso textil un medio de subsistencia, y, además un dispositivo comunicacional, un saber hereditario legado solo a través de la enseñanza.

Muestra a muestra, estos artistas franquean una y otra vez la barrera de la que hablaba Walter Gropius, la que se erigía entre artesanos y artistas, pero también la barrera heteronormativa que había hecho del bordado una cofradía de género, por eso me voy pensando, con mi chaqueta áspera, que esta arqueología es todo menos suave.

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