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  • Claudio Iglesias

Curaduría pantanera para muchos años más


La década del 2010 en el arte argentino va a quedar grabada como aquella en la que (cayó vencida la cultura heterosexual y además) la curaduría independiente se quedó sin sustento, al punto de pensar seriamente qué es eso de "independiente" y volverse una forma anfibia, con la esperanza de encontrar alimento bajo el agua. Asistimos al nacimiento del curador cocodrilo, que la mejor parte del día la duerme (hasta que muerde).

Sin embargo la otra novedad de la década, el reemplazo de la cultura heterosexual por formas divergentes de pensamiento proyectual, sí tiene responsabilidades curatoriales muy claras. Santiago Villanueva, como curador, tuvo mucho que ver. Lolo y Lauti, como curadores, también. Y repito el "como" porque son artistas. Artistas que actúan en el dominio de la curaduría y en muchos otros (instagram, la fiesta, la eduación, la revista, etc.). Y lo logran sin hacerse problema ni cocodrilear. ¿Lo mismo no vale para los otros curadores argentinos importantes, de los tres que faltan para completar una mano con su cantidad habitual de dedos? Gumier, Londaibere, Laguna... todos curadores con una historia luminosa. Todos artistas. Son personas que uno puede querer o no, admirar o no, pero se les conoce el pensamiento. Qué les gusta. Qué les parece. Qué piensan del arte. No es que no vacilen o que no cambien; pero justamente vacilar o cambiar no es simular que sos un tronco a ver cuando abrís la bocaza.

El pantano es, en el lenguaje político estadounidense, sinónimo de la industria de la política. Es un término despectivo (más neutral es Beltway, por la circunvalación de Washington) para referirse a todo el sector de los políticos profesionales, los consultores, académicos, expertos, etc. Los que cumplieron la fantasía de ser asesor y cobrar a fin de mes; la curaduría argentina anda en algo parecido, si uno exceptúa a los artistas. De silla en silla. Papeleo; carpetas gruesas. Muchas ideas recibidas y poco pensamiento reconocible. Es muy difícil saber lo que piensa un cocodrilo. Y así la industria se aleja de lo importante, se empantana, se queda quieta y se la comen los mosquitos del falso debate y la ostentación declamada de valores corrientes en la forma de muestras colectivas barrosas en lugares a su vez preocupantes. Pero la historia no recuerda a los mosquitos ni a los cocodrilos, salvo que maten a alguien como cada tanto pasa. La historia recuerda las obras y, si hablamos de curadores, las exhibiciones y sus espacios: las muchas muestras que ocurrieron en UV; las que organizaron Toto y Martín en Urgente y Borderland en el Centro Cultural Recoleta son poquitos casos entre muchos otros, tantos más. Voy reescribir el comienzo entonces: la década del 2010 va a quedar grabada como aquella en la que un desparramo de artistas que no tenían recursos ni repelente organizaron muestras, fiestas, revistas, lugares, para que otras personas pudieran ser felices con algo que los trastorna y los ilusiona. Aprendieron a dar y a nombrar, a escribir la figura de un artista en el cuerpo de una persona que estaba "haciendo cosas". Y no se llamaron a sí mismos curadores independientes: se llamaron artistas.

¡Simple!​

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