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  • Fabi Pacheco

Meterle swing (folletín ciudadano), #3


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Empatía. La palabra que puede reemplazar “la Patria es el otro”. Consigna repetida hasta la saturación contraproducente. ¿De qué se trata la política emancipatoria sino de construir comunidad con los otros? Supongo que Spinoza estaría de acuerdo: lo que vale es el encuentro con los demás; el nivel de potencia que puede alcanzar el individuo por sí solo es muy bajo. Patear la calle, los barrios cercanos, tomarse un mate con los vecinos, sentarse a hablar, hacer un festival, bailar, escuchar música, comer, beber, y con el tiempo, establecer reuniones periódicas, debatir, diagnosticar los problemas entre todos, dividir tareas, involucrarnos unos con otros. Los encuentros empaticos habilitan potencias y así devienen sinceros. No hay cinismo, esa moda. De hecho Spinoza llamaba sinceridad a “la amistad que surge como estructura subjetiva correspondiente a la experimentación de la utilidad común”.

Optamos por esta concepción de la política como una forma de crear potencia, donde un compañero es algo más que el compañero de la aventura, el amigo de la confesión, de los secretos, el que banca, el compinche, el cómplice. Es aquel que permite experimentar intersubjetivamente la producción conjunta de potencia: hacer y pensar juntos, estar organizados. La alegría spinoziana ayuda a resolver la tarea más difícil para un grupo de militantes en la arena política: sostener en el tiempo una estrategia determinada. Permite generar afectos que aúnan y fortalecen los cuerpos para permitirles transitar lo mejor posible las innumerables contingencias e incertidumbres que de lo contrario conducirían al desbande y la dispersión, especialmente en la resaca de las derrotas.

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Sé que Lupe está agotada después de atender durante horas la exitosa feria americana que armó con los vecinos de Villa Sarita desde la mañana. Lupe colaboró con Yolanda a la hora de preparar una merienda para alrededor de cincuenta chicos: cortó largos kilos de pan en rodajas, les untó mermelada de durazno y dulce de leche a velocidad record, sirvió en vasos de plástico descartable la chocolatada que se hizo en la olla gigante, que alcanzó con lo justo. Conozco de memoria todos los matices de sus estados de ebriedad: por la cantidad de cerveza ingerida desde que entramos infiero que está entre una ligera relajación y una módica alegría. Apoyada sobre mí, que a la vez estoy apoyado en la barra de Navajo’s Bar, la miro y se ríe pero no está mareada; le pregunto con sentido retórico cuánto más cree que van a aguantar mis piernas. Se acomoda.

-¿Tenés un chicle?

Hago el trabajo completo: saco la tabletita, le saco el papel, que en un giro incómodo descarto en un cenicero y se lo doy directamente en la boca apenas entreabierta. Somos dos tiernos amigos. Lupe masca, cierra los ojos, pestañea, tiene los ojos vidriosos. No queremos hablar, confidentes. Así estamos bien, en silencio, satisfechos después de una buena jornada en el barrio. Comienza a sonar Digital Love de Daft Punk; la guitarra encantadora me provoca un cosquilleo en los pies y muchas ganas de bailar en el lugar. Veo que al lado se para casi de espaldas un tipo enorme de brazos anchos y pelo rapado bañado en colonia de fragancia marina, más de treinta años, pide cerveza.

-Tocale la cola jaja, le digo a Lupe.

Lupe hace una mueca y extiende la mano mirando para otro lado, la desliza despacio de arriba hacia abajo, con toda la palma. Velozmente el tipo se da vuelta:

-Devolveme la billetera.

Le clava los ojos mientras se tantea el bolsillo.

-No te saqué nada. Te acaricié, campeón.

Lupe levantando una sola ceja. El pibe comprueba que su billetera está en el jean, se sonroja, balbucea unas disculpas y da media vuelta.

-Hace un año que no lo toca nadie, le digo a Lupe al oído. Nos reímos.

-Todos desconfiamos de todos, así no se puede vivir, no puedo ni acariciar una nalga tranquila...

Al rato entra por la puerta el verdadero motivo de nuestra salida: la Neófita. Que tenga 19 años y no sea universitaria para nosotros significa un problema a resolver: de cara a su incorporación definitiva a la militancia agrupada, no la puede contener ni nuestro frente de secundarios porque ya se egresó y tampoco el frente universitario porque no estudia. Entonces para empezar las sumamos directamente a las jornadas territoriales. Todavía se le notan las marcas del sol a la altura de las mejillas, una suerte de bronceado que le brilla bajo las luces tenues del lugar, marcas que se formaron tras recorrer con un grupo de compañeros varias cuadras de Villa Sarita para difundir, casa por casa, el próximo operativo de salud que realizaremos en el barrio.

Mientras habla con Lupe, me separo y me alejo unos metros, me ubico deliberadamente en el otro extremo de la barra donde quedo visible, expuesto: una cara linda, de mejillas sonrojadas y ojos verdes, se acerca y me saluda. Miro bien: este no es, pienso. Aparece la mesera cuyos hombros finos me recuerdan siempre a una ex novia: también me saluda: -qué haces solo. Obviamente tampoco es, maquino. Una cara alargada se hace notar de repente y me saluda, dice algo que no llego a escuchar y me palmea el hombro. Tampoco, pienso. Sigo buscando: Una cara redonda cuyo pelo planchado larga un aroma agridulce, como a keratina, se viene y me saluda. No, ni ahí. Mucho humo de cigarrillo se cierne sobre el sector opuesto, en forma de espiral y sobre la cabeza de dos flacos altos; uno de ellos, de hecho, también me reconoce: guiña el ojo. ¿Ese no es, no? No, pienso y veo a un delgado joven con una camisa floreada, chupines y el pelo rapado desde las sienes, aritos de coco, una sonrisa de pómulo a pómulo, se supone que así debe verse un buen bajista del oeste. Es él. Nos abrazamos.

-Te quiero presentar a una compañera, vení.

Conforme me acerco, La Neófita me ve primero a mi, luego lo mira al bajista, achina los ojos, lo escruta y redirecciona la mirada a Lupe, y asiente algo que mi amiga le dice, sonríe, tiene el vaso casi vacío, la noto suelta, distendida, eso me alegra. El día que la conocimos tímidamente nos contó que quería retomar clases de bajo, que estudió dos años y dejó, su deseo era conseguir un buen profe. Le presenté al gmúsico, conversaron, pusieron en común experiencias, se rieron y al rato intercambiaron números. El bajista da clases los sábados de 16 hs a 18 hs en Villa Sarita, lo hace, como dice él, de onda, para colaborar. Es importante que la dulce Neófita crea, por ahora, que la secuencia fue pura casualidad.

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