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Florencia​ ​Carrizo

Se apareció en forma de pajarito chiquitico


I​

"Al​ ​oeste​ ​de​ ​Caracas:​ ​las​ ​zonas​ ​Parque​ ​Central,​ ​La​ ​Candelaria,​ ​San​ ​Bernardino"

Sara Valero Zelwer reveló estas imágenes en Buenos Aires luego de una larga travesía de vida. Durante años, los negativos de las fotos tomadas por Armando Valero, su padre, los tuvo un amigo que le prometió a Sara que se los devolvería cuando completara quince años. No ocurrió. Y para tenerlos​ ​de​ ​vuelta,​ ​Sara​ ​hizo​ ​un​ ​esfuerzo​ ​descomunal.

En​ ​la​ ​intimidad​ ​del​ ​laboratorio,​ ​un​ ​momento​ ​de​ ​suspensión.

La conversación como práctica para desvanecer al arte contemporáneo, que no es lo mismo que destruirlo, sino devolverle el sutil sabor de la delicadeza y la fuerza en la composición de formas de vidas.

Hacer algo con otros que ya no están, atravesar el umbral de la muerte y la desaparición, multiplicar los​ ​espacios​ ​cálidos,​ ​recrearlos​ ​en​ ​el​ ​presente​ ​como​ ​formas​ ​de​ ​vida​ ​aún​ ​por​ ​venir.

II

En "Los espacios cálidos" la autoría se compone a través de un procedimiento de montaje: de afectos, ciudades, encuentros. El material está abierto en un recorte que se muestra a sí mismo a través de imágenes de un archivo personal y fragmentario. Pequeños acontecimientos de un cotidiano común, que esboza un reverso histórico a través del susurro de sus encuadres y escenarios. Un viaje muy largo a lo sensible entre Caracas y Buenos Aires, ciudades que van acelerando su existencia en imaginarios diversos​ ​de​ ​búsqueda​ ​y​ ​disolución;​ ​de​ ​lejanía​ ​y​ ​proximidad.

De la mano de esa travesía, lo que va apareciendo es una continuidad de imágenes superpuestas que sobreviven a toda y cualquier muerte: material, simbólica, verosímil, contemporánea. Sobrevivir a la muerte sin ninguna resistencia. La muerte como es, irreversible, y sin embargo, a su paso algo se transforma.

III

Una​ ​técnica​ ​para​ ​la​ ​inmanencia

Los acontecimientos que se componen en imágenes superponiéndose lugares, monumentos, negativos mojados, que conviven sin nombre. Una serie que va saltando en el tiempo del nacimiento de una vida y​ ​de​ ​la​ ​ebullición​ ​de​ ​una​ ​ciudad​ ​Sudamericana​ ​a​ ​fines​ ​de​ ​los​ ​80​ ​y​ ​principios​ ​de​ ​los​ ​90.

La pregunta acerca de dónde empieza y dónde termina ese archivo es aquello que nos hace transitar en el espacio para ver, marcando el pulso a las diversas atmósferas en cada imagen. Una construcción del paisaje en la ciudad. Un territorio de a dos, de a miles, en una conjugación de lo múltiple y lo heterogéneo. El paisaje es sin lugar a dudas la memoria de estas imágenes en las cuales insiste el trópico​ ​como​ ​topos​ ​de​ ​un​ ​espacio​ ​abierto​ ​al​ ​tiempo​ ​de​ ​las​ ​imágenes.

El título de la muestra, que le da nombre al libro del poeta venezolano Vicente Gerbasi, tiene en sus fibras las brumas del aquel valle. Cómo no imaginar los espacios calurosos y sensuales. Ante cualquier situación, un espacio cálido es ese lugar en el que deseamos estar e ineludiblemente es con otros. Es la posibilidad de devenir el lugar en la porosidad de los microclimas de pieles, de pulmones vegetales... volver a casa bien puede ser este acople de ritmos que ningún vehículo más directo que el merengue​ ​puede​ ​conducir​ ​tan​ ​rápidamente.

Todos estos sentidos están flotantes y no cesan de preguntarse por la vacancia de ese espacio cálido, al tiempo que se erigen paisajes, edificios, monumentos, habitaciones, autopistas en medio de rostros, retratos y encuentros entre padre e hija. Cómo poder mirar de frente en lo que va desapareciendo espacial y territorialmente sino a través de las sensaciones que traspasan y dislocan el presente con un gesto​ ​vital​ ​como​ ​lo​ ​es​ ​poner​ ​a​ ​circular​ ​lo​ ​invisible.

Las posibilidades de la vida continúan a ser flujo en forma de disolvente que actualiza un lenguaje con el que articular una voz múltiple contra el idioma del olvido. La química de la atmósfera es una relación climática en alianza con los disolventes fotográficos. Escuchar esa producción amplía el gesto,​ ​lo​ ​lleva​ ​a​ ​caballo​ ​por​ ​el​ ​valle.

Toda exterioridad de la fluidez de ese lenguaje (lenguaje en el sentido de una articulación posible para un procedimiento artístico) es, a su vez, de una intimidad ambiental. Sacude las estructuras de la creación ahí donde, en un laboratorio de revelado, entre fluídos y papel fotográfico se reinventa, se compone ​ y​ ​ actualiza​ ​ la​ ​ obra​ ​ de​​ un​ ​ padre​ ​ y​ ​una​​ ​hija,​ ​de ​​una​ ​autoría ​​por​ ​nacer.

La hija que le da vida a su padre. Que lo hace nacer de nuevo en sus propias imágenes y que invierte los cuidados de la relación. Le da una nueva patria, una nueva ciudad, una nueva obra, una vida nueva. Toda inventada por procedimientos técnicos como lenguaje contra todo idioma del olvido. Con la​ ​íntima​ ​posibilidad​ ​de​ ​darse​ ​a​ ​la​ ​vida​ ​nuevamente.

Una enunciación colectiva, la transformación de las sustancias fotografía, padre, patria, idioma, muerte​ ​en​ ​un​ ​desplazamiento​ ​geográfico​ ​y​ ​temporal.

Revelar otras fuerzas a experiencias a veces fijas como la orfandad y la distancia de la patria. Esas experiencias expuestas como campos de sensación que probablemente no terminemos de atravesar sin preguntarnos acerca del imán que nos atrae para seguir andando hacia la disolución de la individualidad, (si es que fuese posible en algún momento sentirse sólo uno) y resonar la materialidad de​ ​las​ ​imágenes​ ​en​ ​el​ ​movimiento​ ​colectivo​ ​que​ ​implica​ ​la​ ​vida.

Acerca​ ​de​ ​Los​ ​espacios​ ​cálidos,​ ​muestra​ ​de​ ​Sara​ ​Valero​ ​Zelwer​ ​en​ ​la​ ​Oficina​ ​Proyectista

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