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  • Sofía D ́Amelio y Ramiro Guggiari

¡Qué​ ​trágica,​ ​marica!


La obra de teatro Hystórika realiza su última función del año, la escena final deja ver a su protagonista, Heliogábalo, siendo asesinado por su propia Guardia Pretoriana a sus dieciocho años de edad. El público aplaude conmocionado, pero subyace, a pesar de la ausencia de final feliz, un sentimiento de alegría, unas ganas locas de salir a festejar a pesar de todo. ¿Qué está detrás de este sentimiento? ¿Qué es lo que nos hace querer reír y bailar a pesar del sufrimiento y el dolor? La experiencia sensible de lo trágico.

Hystórika es el montaje de una leyenda marica: el mito del primer travesticidio, origen -o consolidación- del machismo. La dramaturgia de Hystórika fue realizada en base al ensayo histórico-filosófico de Antonin Artaud “Heliogábalo o el anarquista coronado” (1934), que cuenta la historia de la emperatriz travesti que gobernó Roma en el siglo III, y que Artaud relaciona con el antiguo mito indio del Cisma de Irshu, descripto por el jacobino Antoine Fabre d’Olivet como la historia del enfrentamiento entre lo macho y lo hembra, debido a que los partidarios del macho no aceptaban la coexistencia de ambos principios. Según esta leyenda, la rebelión de los partidarios de la mujer, conducidos por Irshu, fueron derrotados por los partidarios del hombre, conducidos por Tark’hyan, hermano de Irshu, dando origen al actual ordenamiento machista y patriarcal del mundo. Es interesante notar de qué forma esta escena mítica coloca en el origen un gesto insurreccional. Generalmente primero viene el orden, la disciplina, el castigo, y luego (y sólo luego) consecuentemente viene la rebelión, la sublevación. En este caso es al revés. Tanto en la historia del Cisma de Irshu, como en la de Heliogábalo, lo que explica el ordenamiento machista de la sociedad es la respuesta de los partidarios del macho en reacción a una obscenidad anterior y primigenia.

El orden de los eventos, propiamente trágico, no es menor. Sabemos que donde la vida existe, existe encerrada; pero no menos cierto es que, donde existe, existe en estado de liberación. No en libertad, sino en estado de liberación, como un devenir de liberación y esclavización simultáneas; en permanente proceso de oposición y materialización de los cuerpos. Hay en esto una clara idea de la vida como rebelión. Y en el origen, una sublevación, la de la existencia que, en tanto es falible de morir, se apropia en un solo gesto afirmador de su propia historia. Nos interesa especialmente apreciar el tratamiento de Artaud sobre la historia de Heliogábalo como símbolo trágico de una vida extrema, llevada hasta sus últimas consecuencias, y cuya muerte es el clímax final de esa misma rebeldía del vivir. En el texto de Artaud ya vemos con claridad que Heliogábalo no tiene “culpa”; su “castigo” no es consecuencia de sus errores sino de sus aciertos, de su osadía. No es un castigo divino ni justo: no es, por tanto, un “castigo” como tal sino una venganza, idea reforzada en la dramaturgia de Hystórika, en tanto resalta la dimensión de lo trágico en el

seno de la trama. Heliogábalo es un afirmador nato de todo lo existente, incluso hasta de lo más ominoso, en el mundo y en su propia naturaleza. Y su voluntad afirmadora no cede un solo momento, más allá de las posibles consecuencias que sus actos puedan tener. Porque su lógica no es la del cálculo, sino la del niño-jugador, que se entrega plenamente al azar y sus derivas sin reparos, como si en cada jugada lo que estuviera en disputa no fuera el posible resultado (acierto-desacierto) sino el juego en sí. Lo que está en juego al jugar (al vivir) es el mismo juego (la vida misma). Heliogábalo no quiere morir en su hora final, porque no quiere dejar de jugar, pero no por ello deja de abrazar este devenir. El final carece de una idea resolutiva de conflicto ya que no hay un orden al que arribar sino la lucha perpetua por afirmar y celebrar el seno trágico de la existencia.

Vemos, por lo tanto, que las opiniones se dividen en torno al concepto de lo trágico, porque lo hacen al pensar la propia existencia humana. Llamaremos a estas dos visiones opuestas “lo trágico dionisíaco o afirmador” y lo “trágico falso o negador”. En la visión del mundo trágica-dionisíaca o afirmadora, la muerte no se coloca al final de la existencia, como un peligro que acecha y somete a la misma, sino que funciona como el principio que la hace aún más digna de ser vivida. Si el final es ineludible, el presente debe ser pura afirmación. Los hombres sólo poseen su presente, no han elegido venir al mundo ni podrán evitar morir: sin el juicio a la vida, no hay tal culpa y por ende, tampoco castigo ni tristeza final. Sí hay, como en Heliogábalo, en cambio, ese puro gesto desbordado y excesivo que afirma el devenir todo, de una sola vez, aceptando cualquier destino, hasta el más espantoso, sin esperanzas de una vida posterior que resuelva ninguna herida. Es la experiencia de la inocencia y levedad de lo vivo, del ritual, de la fiesta, incluso en un funeral. Es la imagen del hedonismo y del estoicismo, de la reverencia ante los misterios del mundo. Es el símbolo de Dionyso despedazado (niño-juego-crueldad-eros). La muerte entendida como sacrificio y transmutación.

Por su parte, en la interpretación falso-trágica o negadora de la existencia, prima el juicio a la vida siendo el castigo una consecuencia lógica de una culpa que se carga. Al resaltar la dimensión sufriente, se introduce una idea aleccionadora y moral que pareciera ser un llamamiento a ordenar la vida para evitar su desborde. La muerte y el dolor vencen siempre sobre los hombres porque éstos han pecado y merecen perecer ante la fuerza divina,religiosa o estatal. Esta concepción se encuentra presente en la visión dialéctica de la historia, que si bien comparte con la concepción trágica una idea del conflicto como motor del devenir; difiere con ella en tanto la posibilidad de resolución del mismo. La síntesis de toda contradicción es puesta en un estadío final, en un plano de trascendencia por afuera de la vida conocida, menudo transporte de afectos tristes y despotenciadores con su correlato nihilista. Es el símbolo del Cristo en la cruz (dios-verdugo-víctima) que paga con su muerte por los pecados del mundo poniendo en deuda a la humanidad entera. Mientras que la dialéctica pugna por arribar a un destino teleológico, a una instancia superadora (el Cielo,el Estado, el Comunismo, etc.) que absorba la conflictividad y anule la diferencia; la visión trágica, por su parte, presenta una mirada carente de toda esperanza, aunque no por ello negadora: el conflicto no tiene ni necesita resolución posible, en sí es su propio fin, y no el medio para alcanzar otra cosa.

En el texto artaudiano encontramos una idea muy particular acerca del destino de Heliogábalo, atravesado por una dimensión cosmogónica, heredada por su linaje, pero que en absoluto está relacionada con ninguna de las entidades politeístas del mundo romano. Sí hay una idea de lo divino, que desde la óptica de Heliogábalo se vincula con la divinidad monoteísta que él mismo encarna (El-Gabal) en su lucha por la unificación de los principios. Al igual que las místicas del medioevo, Heliogábalo lleva los postulados anarquistas “ni dios ni amo” a su reverso afirmativo “soy mi dios y soy mi amo”, encarnado en la frase de Artaud del poema “Aquí yace”: “Soy mi hijo, mi padre, mi madre... y yo mismo...”, puesta en la boca del protagonista por la dramaturgia de Hystórika. En el tratamiento trágico de la historia, tanto como es presentada por Artaud como en Hystórika, Heliogábalo no viola su destino sino que lo cumple fatalmente. El hecho de que el final sea adelantado por las narradoras desde el principio de la obra opera al mismo tiempo en: 1) una idea circular del tiempo que impide el sentido moral de la unidirección del relato; 2) una exaltación del protagonista-héroe a través del hecho de su muerte aberrante, como prueba de sus mayores proezas, y no el castigo merecido por sus injustos errores.

Heliogábalo es el anarquista nato y la adolescente travesti, y esta combinación maldita es la manifestación de lo trágico-dionisíaco que irrumpe en la vida política de la Roma Imperial, sacudiendo los cimientos de una sociedad patriarcal. Deviene mujer y prostituta ante la mirada de sus detractores. Abraza aquello que es objeto de la mayor aberración, colocándolo en el lugar del mayor deseo. En su impulso vital nada queda fuera: coloca mujeres en el senado, se prostituye en el mismo palacio imperial, organiza enormes banquetes para el pueblo al que beneficia constantemente como quien viste de rey a un mono. Deviene mujer, animal y pueblo, suscita el espanto, satiriza la norma y la ley, evidencia la esencia absurda, artificial y risible de todo poder, de todo dios, impone la carne sobre el verbo.

La muerte de Gannys, su padre adoptivo, merece una mención particular. La dramaturgia de Hystórika coloca este hecho en la jerarquía del giro narrativo final, peripecia o vicisitud que marca el pase de la gracia a la desgracia (la caída) y que abre el camino al clímax. Artaud lo considera un acto impío y estúpido al tiempo que heróico: “Fue sin duda por heroísmo que Heliogábalo comete ese acto de insigne crueldad y que ha sido considerado por todos como impío y abominable, por lo inmotivado y gratuito; ese acto, que le hace matar con su mano a Gannys, maestro a quien ama, pero que obstaculiza sus excesos. Los historiadores insisten en el hecho de que una vez que Heliogábalo decidió dar muerte a Gannys, nadie quiso prestarse a ese acto impío y estúpido; y que Heliogábalo, después de muchas vacilaciones, angustias, recapacitaciones, terminó por matarlo con su propia mano”.Y luego: “Por lo demás repito que fuera del asesinato de Gannys que es el único crimen que se le puede imputar...”

Artaud muestra así lo injusto de esta muerte, como consecuencia de la misma desmesura de Heliogábalo, que sin embargo es a su vez comprensible. En tanto afirma y realiza todo, Heliogábalo no puede no matar a su padre (al Padre), voz de la moral, límite de sus excesos. Aunque amado, merece morir. Esto inscribe a Heliogábalo en la tradición del crimen titánico de Cronos, de los héroes parricidas, condición explicitada por Hystórika en un texto satírico que lo compara con Edipo, señalando, como advertencia de la Esfinge, lo terrible que se avecina (¿pero se trata de un castigo?): “Como Edipo, Heliogábalo es un parricida, y como para Edipo, un final aciago se avecinaba cual marca de un destino fatídico”, seguido de una carcajada por el grupo de las narradoras. La interpretación por la cual los hechos horrendos narrados en el final serían consecuencia (¿merecida?) de los actos de la vida de Heliogábalo, debe ser apreciada como ironía. Momento ambiguo porque desacredita la “verdad moral” del gesto aleccionador pero no la “verdad fáctica” de los hechos narrados. Ambigüedad o contradicción, presente tanto en el texto de Artaud como en la dramaturgia de Hystórika, que radica en evidenciar una muerte justa e injusta al mismo tiempo. ¿Hay un castigo que pesa sobre Heliogábalo? ¿En qué sentido puede hablarse de castigo si no es justo? ¿O es que hay un sentido de justicia en su muerte? ¿Estaría justificado su parricidio? La muerte de Heliogábalo es justa desde el punto de vista de una muerte como consecuencia extrema de una vida extrema; pero injusta en tanto es perpetrada a causa del odio normalizador. A través de esa risotada insolente, a las narradoras parece importarles nada la injusticia de la muerte, que más bien les excita, como si, vista desde alguna orilla distante más allá de toda moral, la Historia revelara su monstruosa absurdidad.

En el montaje escénico se introduce una cancion final, de tono festivo, mezcla de marcha y rap, que presenta una fuerza ascendente. La letra de la canción, dramaturgia de Hystórika, dice: “Su alma vive en la gloria, aunque la entierren como escoria” / (...) / “Ella es la Madre y ella es la Diva, y de ella el pueblo, acá, no se olvida” / “Su estela ha dejado la marca de una princesa, popular” / “Y en cada fiesta plebeya, alguien gritará por ella...”. Heliogábalo, en su identidad escandalosa, intransigente, porfiada, sobrevive al castigo,sorteándolo e introduciéndose en la Historia como mito trágico. La canción habla de Heliogábalo (“Ella”) en presente demostrando que su fuerza insurrecta y destructiva sobrevive a su muerte a través del mito. Se transforma en bandera, como Evita, ¡una actriz!,una puta bastarda de origen humilde que deviene en Reina de la República y que con su corta edad logra transformar a la clase trabajadora. Se refuerza así la alegoría peronista y la referencia también a Cristina Fernández de Kirchner. Cabe mencionar que la cita, en la dramaturgia de Hystórika, al cuento “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini, enlaza la muerte escabrosa de Heliogábalo con el odio antiperonista, causal de proscripciones,persecuciones y asesinatos.

Lo trágico en Heliogábalo podría pensarse, de este modo, como una alegoría de lo trágico en el peronismo, y en especial del kirchnerismo; y de lo que hay ahí de irresuelto, heroico y osado. Tan necesario es saber identificar este componente para una justa y necesaria reivindicación, como la identificación crítica de todo lo que también hay de contrario, de voluntad ordenancista y conservadora. De la interpretación que se haga dependen los insumos simbólicos para las luchas futuras. El proceso político que vivió la Argentina entre 2003 y 2015 puede ser contado como el relato trágico de una serie de contradicciones, de luchas, de heroísmos, traiciones, miserias, y aprendizajes, pero peligra a veces en caer en la trama de la falsa tragedia. Expresión política entroncada en la historia y cultura peronistas, y de clara identidad antihegemónica en relación al conjunto de las fuerzas reales que han gobernado la vida política argentina en sus doscientos años de historia, el kirchnerismo cae, en primer lugar, como producto de una correlación de fuerzas desfavorable en relación al enemigo que se combatía, pero también (y esto ha de ser tratado con mayor atención por lo desatendido y necesario de su tratamiento crítico) debido a una derechización conservadora de la afectividad de la población que creció y se desarrolló durante esos años y, en parte, dentro de la misma fuerza política.

Paradoja que habrá que analizar con detenimiento: el mismo kirchnerismo parecía haberse derechizado al final, justo en el momento en que el castillo de naipes de su ideario político parecía concluir su construcción más osada, se revelaba más débil que nunca; en su más alto grado de clarificación y radicalización teórica, su interpelación subjetiva se volvía más conservadora. Rasgo de derechización que se traducía, al interior del movimiento, en una conservadurización de sus consignas. La apoteosis de ese proceso lo encontramos en el postulado de la "década ganada", que no pareciera hacerle justicia a lo más rescatable del kirchnerismo, ni entendido como fuerza política ni como estado de situación durante un período histórico. Al contrario, uno de sus componentes más distintivos era esa capacidad de afirmar lo irresoluble, de desnaturalizar lo dado, de lanzarse osadamente sobre batallas vertiginosas e imposibles, de redoblar la apuesta, de insistir, de poner de manifiesto el conflicto y lograr que una amplia mayoría de la sociedad se sintiera implicada en eso. Era la “década en disputa” y esto era lo que tenía de más interesante, de ninguna manera ganada. Y es justamente porque se la mal considera ganada, que hoy sobreviene cierta tristeza de haber perdido algo (que se consideraba ganado), y de ahí el canto: “vamos a volver” (¿a dónde?, ¿a la existencia?, ¿al gobierno?, ¿es que empezamos a existir siendo gobierno?). Se produce un desatinado desconocimiento de las luchas populares que han antecedido en nuestra historia política, y de las cuales el mismo kirchnerismo se ha alimentado, como si la situación de desposesión gubernamental nos hubieran arrojado de vuelta a la oscuridad de la inexistencia. Obsérvese que en esta visión trasunta una imagen de falsa tragedia, de tragedia cristiana, como si a partir de esa tristeza posterior se evidenciara una sensación de castigo y acaso de culpa, que explica el disciplinamiento posterior.

A quien ha estudiado la obra de Artaud, el hecho de que resulte un báculo para la interpretación de un fenómeno contemporáneo no debería causar sorpresa; Artaud es un impugnador de su tiempo, que reconstituye la alianza perdida con el pasado y el futuro. En Heliogábalo no hay derechización ni anagnórisis. No hay revelación, sabiduría final, ni aprendizaje que provenga de la mano correctiva del poder de policía. Lo que sí hay es un reconocimiento de la verdad trágica que es probada con su muerte absurdamente violenta:tanto una afirmación de la fuerza pasional del odio reaccionario, como la excepcionalidad del gesto insurrecto de una travesti coronada.

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