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  • Andrea Goncharova

La Wolbachia como arma de guerra bacteriológica contra el patriarcado


La sociedad contemporánea está atravesando una crisis profunda en el paradigma del pacto sexual vigente desde la última posguerra. Ciertas conductas, prácticas y relaciones entre los géneros que hasta entonces eran admitidas hoy son cuestionadas por los movimientos de masas de mujeres como Ni una Menos y el #MeToo de las celebridades de Hollywood. Si bien las mujeres han avanzado en la adquisición de derechos con el sufragio femenino, la participación masiva de la mujer en el mercado del trabajo, la revolución sexual, las desigualdades persisten en el ámbito doméstico vinculadas a la maternidad y a las tareas del hogar, en el mercado de trabajo relacionadas con los salarios y los tipos de trabajo, y en la participación de las mujeres en la representación política y en la esfera pública.

A su vez, las relaciones afectivas y sexuales están siendo cuestionadas socialmente tanto en los casos extremos como el femicidio y la violencia de género como los rituales de seducción, las conductas y las prácticas sexuales que van desde la violación y el acoso sexual hasta el piropo y las miradas alienantes, así como otras formas de violencia visible e invisibles como la violencia estructural, la cultural y la directa de varones heterosexuales sobre otras sexualidades.

En esta situación las mujeres alzan su voz, se manifiestan y organizan. Frente a la crisis del patriarcado hay dos iniciativas políticas en pugna dentro del movimiento feminista que detallaré a continuación y que simplificaré por motivos esquemáticos para luego proponer un programa de acción política radical. Por un lado, tenemos una política punitiva y puritanista que pretende criminalizar y regularizar las relaciones sexuales y el goce desde el Estado capitalista y las organizaciones civiles de las corporaciones. Por el otro, está el feminismo popular del goce y la autodeterminación de los cuerpos feminizados que propone una sociedad más igualitaria a través de la educación y el cambio cultural. El primero tiene como problema que actúa a favor de una sociedad neoliberal y sus mecanismos de dominación y control social. El segundo se basa en teorías culturales que concluyen en una programática de protocolos institucionales o manifestaciones en el espacio público que pretenden cambiar un modelo de explotación milenario con una ingeniería de transformación social de corto alcance.

Así como los modos de producción fueron mutando en la historia también los modelos de dominación masculina. La reglamentación cultural de la vida sexual, el control y la orientación del deseo se basa en un un cuerpo de reglas que establecen con quienes está permitido unirse y con quienes no, y un conjunto de reglas que organizan las relaciones entre los sexos como los cortejos, las uniones y la organización de la familia. En la historia existieron distintos modelos como el matrimonio en la sociedad señorial que estaba vinculado a la acumulación de poder y riqueza por trasmisión familiar, el amor romántico organizado por la capacidad de elegir a la pareja según el afecto y la comunicación por encima de la atracción sexual, y la revolución sexual que implicó la distinción entre el sexo y el amor, y la posibilidad de desarrollar una vida sexual que no implicara necesariamente al afecto.

Así como para el comunismo existió un modelo de sociedad futura inspirado en el comunismo primitivo, la antropología contemporánea ha puesto en cuestión la existencia de una sociedad matriarcal.

A pesar de los cambios culturales en los distintos modelos de organización familiar las mujeres han sido sujetas a la dominación masculina desde tiempos ancestrales. En el siglo XIX Johann J. Bachofen fue el primero en sostener la existencia de un matriarcado primitivo y esta creencia se mantuvo a través de distintos antropólogos como Lewis H. Morgan e incluso en el marxismo de Friedrich Engels, particularmente, en su obra El origen de la familia. Sin embargo, no existe suficiente evidencia empírica para sostener la existencia de una sociedad matriarcal (un estado de dominación femenina) aunque si existe un número importante de sociedades matrilineales (la adquisición del prestigio social y la posesión de bienes por vía maternal) y matrilocales (donde la autoridad maternal se basa en relaciones domésticas, debiéndole al esposo unirse a la familia de la esposa) o la poliandria (una mujer puede estar casada con varios hombres) aunque ésta última sea poco frencuente.

El comunismo primitivo tuvo lugar no porque los hombres y las mujeres fueran buenos en el estado de naturaleza y luego corrompidos por el Estado sino, según Marx, los seres humanos organizados en actividades simples como la caza, la pesca y la recolección estaban determinados a una asociación cooperativa que los libraba del desamparo del individuo aislado en la naturaleza. Así como no existió un matriarcado equivalente en su modelo de dominación al patriarcado, reside que la anatomía es el destino de la desigualdad de género. La desigualdad entre los géneros está fundada en la capacidad de la mujer para procrear y amamantar. Dada esta función básica de poder generar vida y cuidar a la cría es que los hombres se han dedicado mayoritariamente a la producción, a la guerra y a la conquista, desarrollando su poderío sobre la mujer desde el homo sapiens hasta el presente.

Esto no significa que sea imposible deconstruir el modelo de dominación masculina. Pero no se logrará dentro del modo de producción capitalista ya sea con mayor represión o con una inteligente educación feminista. Concibo las relaciones de género en el marco de una teoría de la guerra que socave los cimientos del modo de producción capitalista y que conciba al trabajo en forma global teniendo en cuenta la producción y a su vez la reproducción de las formas de vida. Hay que pensar no solo en las relaciones sociales sino en las fuerzas tecnológicas productivas como reproductivas.

El machismo es la ofensiva de la violencia física, simbólica, política, legal y comunicacional contra la vida de la mujer. La experiencia de la mujer es siempre defensiva. Propongo una ofensiva. Es urgente estudiar la ciencia de la vida en la guerra contra el machismo. No es una batalla cultural sino una guerra biocultural. Hay que abandonar el culturalismo y los estudios culturales para estudiar biotecnología. Diseñar bacterias y programar algoritmos genéticos.

Declaro la guerra contra el hombre-pene-semen investigando acerca de un arma de destrucción masiva. Me refiero a la Wolbachia, un género de bacterias que infecta especies de artrópodos, incluyendo una alta proporción de insectos, pero también algunos nematodos. Esta bacteria puede infectar muchos tipos diferentes de órganos pero son más notables las infecciones de los testículos. La matanza masculina ocurre cuando los machos infectados mueren durante el desarrollo de las larvas, lo que aumenta la tasa de hembras nacidas e infectadas. La feminización resulta en machos infectados que se desarrollan como hembras o pseudo-hembras infértiles. También produce partenogénesis, es decir, la reproducción de mujeres infectadas sin hombres. Algunos científicos han sugerido que la partenogénesis siempre puede ser atribuible a los efectos de Wolbachia. Así lo demuestra el caso de la avispa Trichogramma que ha evolucionado para procrear sin los machos con la ayuda de la Wolbachia. Los machos son raros en esta pequeña especie de insecto, posiblemente porque muchos han sido asesinados por la misma cepa de Wolbachia.

La Wolbachia, especialmente la incompatibilidad citoplásmica causada por Wolbachia, puede ser importante para promover la especiación. Las cepas de Wolbachia que distorsionan la proporción de sexos pueden alterar el patrón de selección sexual de su huésped en la naturaleza, y también engendrar una selección fuerte para prevenir su acción, conduciendo a algunos de los ejemplos más rápidos de selección natural.

Los efectos de feminización y muerte masculina de las infecciones por Wolbachia también pueden conducir a la especiación en sus huéspedes. Por ejemplo, se sabe que las poblaciones de Armadillidium vulgare están expuestas a los efectos feminizantes de Wolbachia, perdiendo su cromosoma determinante para las hembras. En estos casos, la presencia de Wolbachia puede causar que un individuo se convierta en una mujer.

En la GHEMPLAEM (Grupo de Hembras para la erradicación del macho) estamos experimentando con Wolbachia en ratas, y próximamente en simios. El objetivo es desarrollar un arma de destrucción masiva que erradique al hombre de la faz de la tierra a través de dos operaciones. El asesinato del hombre es una posibilidad o si éste sobrevive se transformará en un ser con capacidad para dar vida y amamantar. Finalmente, la bacteria reducirá la tasa de nacimientos de hombres y aumentará el de las mujeres y de esta manera alcanzaremos una sociedad de mujeres sin hombres.

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