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  • Juan Laxagueborde

El futuro nunca está


Mauro Cruz nació en Mar del Plata y vive en la pintura. Es tatuador de profesión y dibuja la piel para grabarla sin violencia. Generalmente pinta de parado, ante el modelo, extremando sus sensaciones. Es impresionista, aunque decirlo así parezca una licencia facilonga de parte mía. Lo que pasa es que pinta la manera de ver una casa o un paisaje, no pinta la casa o el paisaje; esa capacidad no la tiene cualquier artista. En el realismo, en el querer pintar lo que se tiene frente a uno “tal cual es”, muere lo arbitrario de ponernos a hacer algo que no contribuya ni destruya al mundo. Nada más inocente, nada más potencial, que no creer en la “realidad”. Para copiar está la tecnología de avanzada que se come a la experiencia. El arte ingenuo de Mauro no es realista ni conceptual ni grandilocuente porque tiende a una amabilidad difícil de conseguir.

Su estructura primitiva de composición, sus maneras básicas de indicar profundidad, tonalidad o textura, indican que hay otras maneras y son las de la simplicidad. ¿Puede un cuadro ser un cuadro bueno? No un buen cuadro, sino un cuadro en la bondad, bailando en una pata suelta hacia la gracia. Puede, pueden, nos rodean en aquella sala de las telas de colores. Son los paisajes del barrio Chauvin de Mar del Plata, detrás de la perspectiva está el océano y ante nosotros, de fondo, chalets, algún que otro monoblock estilizado por la tardecita y más allá las sierras. Son cuadros pintados en la parte alta de una ciudad que baja, que no hace otra cosa que bajar hacia la costa para agitar al turista y deprimir al habitante. La bola del casino girando va y merodeando el corazón del barrio el pincel de Mauro da pelea a la fealdad, al compromiso con lo ordinario y al espectáculo. Tiene algo entonces de titán sin que se note.

Esas siete pinturas se dicen adiós hacia el infinito a través de una octava, la reposición al óleo de las influencias de Mauro -Rousseau, Max Gómez Canle, Van Gogh, entre otros. Esas pinturas son probablemente la organización ya sólida de su estilo, una muestra de sus maneras acabadas. Esas maneras tienen vida y van a desplegarse, las cosas no van a quedar así. Porque el que pinta la manera en que siente las cosas pinta siempre distinto, porque el ánimo se parece a una calesita. Pero quería decir que el bloque de Chauvin proviene de una vida corta que ya sabe que no existe la originalidad, que sabe que el origen está en todas partes. Entonces puede agarrar dibujos de su mamá o empujar dos escarpines a la vitrina, al lado de unas fotos o cerca de unas postales. La superposición es generalmente la forma inicial de lo que somos, de lo que nos gusta y conmueve. De ahí que influencias y familia se confundan. La obra de Mauro es un “canto familiar” porque traduce lo más erudito de la historia del arte y lo más normal de la memoria hogareña. Insistir en las influencias es también respetarlas, darles cabida para encarnarlas. El pasaje entre la formación y la autonomía del estilo es el momento actual de la pintura de Mauro. Hay artistas que se hacen los cancheros tirando la casa por la ventana, amando la ignorancia, produciendo y produciendo sin ver qué paso antes de ellos en el infinito del pasado. Esos artistas son fastidiosos. Hay otros que pueden admirar para comprender e inventar un mundo delirante o manso pero bien arraigado, garantizarse un impulso fuerte.

Mauro nos demuestra que aún el pintor joven, el anacrónico (con todo lo genial de esa intención) que pinta descentrado del arte contemporáneo más cliché, ese pintor que parece salido de un repollo o de un baúl del “Salón de los rechazados” del siglo XIX, tiene patas en varios lados. Una vida en estado permanente de retrospectiva. Hay un dibujo con microfibra que parece un Pombo y un retrato de su madre que parece un Ana Sokol. Hay unas estatuillas de cerámica que vienen de sus dibujos para volverse frágiles, algunas brillan y otras no. Esto último me hace pensar que ante la exageración del sistema del arte hay que volverse prudente, que la prudencia brilla entre la taradez y el efecto de los artistas que lo único que quieren es brillar. Mauro pelea a su manera contra esta decadencia.

¨Bueno, hay otras maneras¨ / Mauro Agustin Cruz / M O R I A (Apolinario Figueroa 134, Villa Crespo)

Curaduría de Max Gomez Canle

Del 21 de Abril al 12 de Mayo, 2018

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