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Memoria de duración líquida

Jimena Ferreiro

Si pidiéramos prestadas algunas palabras a Cromoactivismo para describir la escena que montó Azul De Monte en Memoria de duración líquida, seguramente dirían casi sin pensarlo: “pantalla”, “datos”, “imagen digital”, “virtualidad”. Un cian híbrido, levemente agrisado, pálido y sin carácter se multiplica en las superficies brillantes de caño cromado de las tres piezas escultóricas arrojadas en la sala. El toque final se lo da una luz coloreada en la misma gama, dirigida y teatral, que convive con un random de luces desenfocadas, como flashazos disparados a la pared que iluminan un cuerpo disipado.

Pero esta exposición no tematiza el mundo cibernético escindido de lo humano, sino que propone una imagen congelada (“gestos que revelan un ritmo que todavía no se convirtió en danza”, dixit Merlina Rañi) de tres cuerpos en un estado de mutación. Una escena pausada por efecto de un control remoto inmaterial y omnisciente, que permite mirarla en su belleza gélida; contemplarla en términos de la estética clásica, y a la vez diseccionarla atravesando su formalismo hipnótico para vislumbrar la pregunta acuciante que formula en su pesada ingravidez. ¿Qué formas tendrá lo humano en el régimen de las nuevas sensibilidades por venir? Una interrogación así seguramente sea menos predictiva y más intuitiva si quien la formula es una artista que busca encontrar una visualidad que exprese el estado de estas nuevas corporalidades.

Ya todos sabemos cuánto más estable era la vida moderna que gobernaba un mundo con leyes claras en el cual lo viviente era naturalmente opuesto a lo muerto, lo público se contrastaba en lo privado, y así con las relaciones sexo-género, y demás binomios que organizaban los intercambios sociales. Sin embargo, este presente carece de esa vehemencia taxonómica, y en su condición evanescente toma la forma de una “caída libre”, en palabras de Hito Steyerl. Quien está cayendo a veces no lo sabe y tiene por momentos la sensación de estar volando, o tal vez flotando. Los cuerpos no son los mismos según el estado de gravidez al que estén sujetos, se alargan o se aplastan; y su forma y función se modifica a partir de los elementos que conectan con aquello que llamamos mundo. Las máquinas están tan cerca que se transforman en prótesis y extensión del cuerpo. Y a la inversa también. ¿Quién, entonces, está en función de quien? Estados de mutabilidad. Rediseño de la vida.

“Nuestra subjetividad parece derramarse más allá de aquello que llamamos piel”, dice Margarita Martínez. Si la pantalla es una continuidad de nuestra superficie corporal (pensemos cada uno de nosotros el grado de adherencia que tiene con su teléfono celular), entonces la redefinición de lo humano es un imponderable de la época. Una relación anfibia con la tecnología, de perplejidad pero sobre todo de adaptación y transformación.

Estas tres líneas en el espacio que produjo Azul en un proceso también mecanizado y tercerizado –que comenzó con una serie de renders, para luego saltar a la mano alzada del dibujo, para finalizar en un taller del segundo cordón del conurbano que modela caños para usos industriales— componen una imagen fragmentaria y a la vez de fluidez y unidad. Porque si estamos frente a nuevos esquemas de percepción, entonces lo uno puede ser tres y alojar al mismo tiempo diferentes temporalidades.

Podemos imaginar esta exposición como una ruina del futuro pero también como una arqueología de las afectividades del pasado que codificó la historia del arte. En cada uno de estos movimientos está cifrada la historia de las imágenes, desde el primer paso que dio la estatuaria griega en su conquista de lo real, al escorzo del Cristo muerto de Mategna, a las Venus yacentes.

Quizás esta mirada resulte demasiado remota y algo nostálgica, pero así como estos cuerpos miran el futuro, también conservan la memoria de otros cuerpos que los habitaron. Aunque pensándolo bien, en sus venas ya corre sangre digital. Nótese que en un lugar muy estratégico de la cada pieza la artista tajeó quirúrgicamente la superficie perfecta de la piel de metal para anexar una cápsula de video contenida en un iPhone subastado como tecnología vintage en los Estados Unidos. La animación muestra una cabeza, un brazo y un pie con movimientos lentos y robóticos.

La imagen ya no representa nada otro, porque la imagen es, y en este proceso de desrealización de todo lo conocido, entonces nuestro futuro será mutante. Por lo pronto, esta simple crónica fue producida atendiendo a varias pantallas a la vez. Un tercer ojo no me vendría nada mal.

Memoria de duración líquida, Programa RADAR-Visuales, Centro Cultural Recoleta. Sala C. hasta el 7 de octubre.

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