top of page
  • Ailin Macia

Jenny y Shaki, latinidades en el imaginario norteamericano.


El pasado dos de Febrero se realizó en la ciudad de Miami el evento deportivo de mayor audiencia en los Estados Unidos: La final de la liga NFL de fútbol americano, el Super Bowl.


¿Por qué es necesario hablar de este evento de un deporte que sólo se practica y consume de forma masiva en ese país?

En primer lugar, es interesante señalar que para el público promedio no es el evento deportivo en sí lo que resulta particularmente atractivo, sino aquello que es considerado como un espectáculo de entretenimiento que se desarrolla mientras el deporte exige una pausa física y técnica. El show de medio tiempo, ese musical al palo recargado de relevancia y magnificencia, ha intentando superarse año a año en materia de producción y recursos audiovisuales.

En el medio de ese espectáculo de medio tiempo están las publicidades. Teniendo en cuenta que la audiencia promedio es de 95 millones de personas, con picos de hasta 114 millones, no resulta descabellado imaginar que es allí donde las publicidades promocionan aquello a lo que el norteamericano promedio aspira, o aquello a lo que las compañías quieren que el norteamericano promedio aspire; es como el huevo y la gallina, no se sabe que viene primero. En esta edición, la tarifa por 30 segundos de publicidad ascendió a los 5,6 millones de dólares. Cabe destacar que, como es habitual en estos eventos, siempre se destaca el rubro automotriz; este año mostrando automatizaciones técnicas e innovaciones en autos eléctricos para el cuidado del medio ambiente.

Para el aparato de consumo, las publicidades del medio tiempo son la punta de lanza que permite incorporar nuevos productos, y el espectáculo es su herramienta ideológica.

La edición 2020 sucedió en Miami, es decir durante un año electoral en uno de los distritos claves para las presidenciales. Las encargadas de brindar esa ráfaga de quince minutos de epilépticos impulsos fueron la colombiana Shakira, que a esta altura tiene un master en aperturas y clausuras de eventos deportivos masivos y la Neoyorquina de ascendencia boricua, Jennifer Lopez.


Shakira fue la encargada de abrir el show, enfundada en un traje rojo con volados que acentuaban las caderas y bailando una especie de danza de percusiones. De entrada se dirigió al público latino con un:“Hola Miami”, antes de empezar con “She Wolf”.

Durante todo el espectáculo musical, Shakira refuerza y apela al extrañamiento de la idea del otro, la latinidad exótica, la de la selva colombiana; pero también con ritmos andinos, salsa y batucada brasilera. Si bien Shakira se ha valido de estos elementos durante toda su carrera, podríamos decir que a partir de su inserción en el mercado yankee se enfatizaron terriblemente; sobre todo en esta presentación. Desde la coreografía árabe de Eyes like you, con una soga sugiriendo una práctica shibari, pasando por Whenever, wherever y culminando en el piso en el momento de la aparición de Bad Bunny, todo su espectáculo giró en torno a la capacidad de mover la cadera. El último tema Hips don’t lie es el cénit del exotismo. En determinado momento, la colombiana se tira al público a hacer un mosh punk y vuelve al escenario con una suerte de grito indígena para terminar bailando una danza amazónica o africana, y culminar al grito de “no fighting!”, en el preciso momento que aparece Jennifer Lopez.

Jennifer entra en escena montada arriba de la punta de un rascacielos, el Empire State, desde donde saluda en inglés, mientras el coro entona Imstill, imstill Jenny from the block, imponiendo una distancia cultural y espacial muy marcada entre el relato anterior y el suyo. Siguiendo más la línea de performance de diva norteamericana, el show de López estuvo mucho más delimitado en relación a su figura que el resto, imponiendo distancia espacial desde una tarima, un palo, o incluso sostenida por los bailarines, el público y el cantante J Balvin. Su sección también se notó más coreografiada y cronometrada, con menos improvisaciones, más bailarines y más recursos.

Siempre cantando en inglés, su única frase en español fué "¿dónde está mi gente?" y, si bien el cuerpo de Jennifer también se encontraba sexualizado y enfatizado según los estereotipos y fantasías sexuales norteamericanas que se les imponen a los cuerpos latinos, no se encontraba bailando en el piso mientras Balvin hacia su parte, siempre mantuvo una distancia.

Las diferencias entre ambas performances apelan a diferentes construcciones de la latinidad, una que es aceptada e incluida en el imaginario norteamericano y otra que no. Esto, se encuentra en perfecta concordancia con la política migratoria de la gestión actual de la administración del estado.

Shakira, colombiana y radicada en España, tomó el papel de lo latino por fuera del territorio norteamericano. La alteridad pura, la barbarie y el exotismo, la latina con su liberación sexual que realiza prácticas cercanas a lo tabú, lo desprolijo e improvisado pero al mismo tiempo lo misterioso, la fiesta y el descontrol. Jennifer, por su parte, pone en escena otra latinidad: incluida y civilizada, descendiente de inmigrantes y que crió a sus hijos bajo los estándares culturales americanos. Esto, representa un nuevo giro, algo más inclusivo, en el tradicional sueño americano que considera a todos aquellos que nacen y producen en el suelo americano.


El final del espectáculo refuerza este doble aspecto de la idea de lo latino, cuando aparece la hija de López, junto a un coro de niñas de rasgos latinos. Ella canta al unísono con su madre que se encuentra enfundada en una bandera con colores boricua por dentro y norteamericanos por fuera; mientras la hija entona “born in the usa” con el acompañamiento de Shakira, que para esta altura ya se encuentra literalmente en la periferia de la escena tocando la batería.

Performance de Shakira & Jennifer López en el show de medio tiempo del Super Bowl 2020.

RECENT POST
bottom of page