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  • Nicole Giser

Por encima del tiempo


Ayer caí redonda en la vereda mientras hablaba y cuando me desperté sentí que aún dormía, había terminado de contar la historia. Me acordé entonces de esa sensación tan olvidada de estar al borde del vahído: supe que perdería la consciencia pronto pero en breve la recuperaría. Me acordé también que en una época me gustaba desmayarme, algo del trastorno de los sentidos conseguía cautivarme. Y en una época me daba mucho miedo, me escurría sigilosa a la cocina a chupar azúcar y después de un rato volvía por sal. Cuando te desmayás no sabes nada. No sabés por qué. Y está bueno y da miedo. En una época me daba miedo no saber y en una época no saber me tenía laxa. Cuando te desmayás no estás bajo control de nadie, ni tuyo. Entonces no importa si da miedo o si da bueno. Aquel desmayo fue como congelar el tiempo sobre el tiempo congelado. Me olvidé de la posibilidad de contagio. Me dejé caer pesada y voluptuosa al piso.


A fin de cuentas no era la única ni la primera en entregarme al abismo de lo desconocido. Nada estaba en nuestras manos desde hacía ya varios meses pero sólo nos quedaba confiar. Todo era matar el tiempo. Un diario íntimo resentido, cargado de recuerdos que brotaban en mi cara al levantarme temprano. Escuchar el sonido de una mosca gorda que recorre la casa en línea recta. Todo era bailar como si alguien me estuviera viendo. No había más porro pero ojo mocho igual. Porque de la compu al celu y del celu a la compu. El tupé de quejarme. Todo era mi abuela preguntándome de quién estoy enamorada al teléfono y su canilla abierta era la música de fondo. Las villas secas. Lecturas interrumpidas por rutinas inútiles. Mosquitos con puntitos blancos. Mamá a los gritos en zoom.


Entonces dejé de matar para pasar a paralizar el tiempo. En la Antigüedad las estatuas de los dioses no eran representaciones sino presentaciones, eran la forma de estar y estar eternamente. Se les ofrecía comida como hoy flores a los muertos. Se los honraba a cambio de una buena vida. Claro que toda escultura era y es inmóvil, pero algunas eran más rígidas que otras, no sugerían movimiento alguno. Y lo que no se mueve, no está sujeto a nada. Eso era la eternidad.


Los dioses, a diferencia de los humanos, no se movían en el tiempo, lo que los religiosos adaptaron como la fragilidad humana: el que se mueve está en el tiempo y el que no, está por encima de él. Entonces Fidias hizo eterna a la Atenea Partenos: diosa griega que arrojó a Poseidón, el dios oscuro de las profundidades, hacia el fondo del mar en un combate. Y así logró dominar y proteger el imperio ateniense. Atenea, hija virgen de Zeus, era la representación de la civilización y la sabiduría. De oro y marfil y con más de doce metros de altura, la figura supuso un costo mayor al de la propia construcción del Partenón, el templo dedicado a su influencia y casa de la estatua. Era bella física y moralmente.


Los historiadores dicen que fue robada y que por eso no llegó a nuestros días. Pero a mí me despertaron.


O me desperté. O me devolvieron como un pez a la pecera. Pero por un segundo estuve quieta en cuerpo y alma. Dejé de estar en el tiempo y fui eterna como Atenea.

Recuperé la consciencia y yacía rodeada de ofrendas de vecinos del barrio. Salieron de sus casas al rescate. Se habían olvidado del distanciamiento.


Agradecí pero no tomé agua de ningún vaso salvo del mío al volver a casa, y no comí de sus galletitas dulces. Les dije que iba a estar bien.


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