Alarido
Esta es una respuesta que se sustenta en una ficción especulativa. Ante la pregunta sobre las dinámicas y características de un posible desempeño laboral en el museo más prestigioso de la ciudad en el año 2030, sólo logro expandir una fantasía que me podría abrigar.
Habito en una de las Ciudades Hidroespaciales diseñadas por Gyula Kosice, al igual que el resto de los cuerpos humanos no virtuales. El año 2020 me tomó por sorpresa, aunque el arte, la cultura visual y la literatura –por nombrar sólo a ellas- ya me habían alertado sobre su inminencia e indicaron que posponer la gran mayoría de las actividades que se desarrollarían en el ámbito de la cultura era la opción más viable. Jano se hizo presente. Se corporizó en forma de un virus que se expandió por gran parte del globo terráqueo como un viajero incansable, que fue mutando y adquiría particularidades locales en su afán de acción.
Habito en una de las Ciudades Hidroespaciales diseñadas por Gyula Kosice. De manera utópica, el manifiesto sentencia –aún hoy, a pesar de ser una realidad ya no utópica- que “El arte como ´Canto de la Historia´, ´Moneda de lo Absoluto´, ´Aprehensión directa de la realidad´, ´superestructura ideológica´ o ´trascendencia individual´ son definiciones que serán rebasadas por los resplandores visionarios de un nuevo pensar y sentir, de una eclosión cultural irreversible, con acceso al infinito, y no solamente terráqueo”. En las Ciudades Hidroespaciales no hay museos, quedaron en la tierra. Allí, en sus depósitos y salas se albergan, resguardan y cuelgan aquellas obras que se encuadran en lo que las bellas artes denominó “disciplinas” y que gran reencarnación habían tenido en la práctica de muchxs artistas en los últimos años. Naturalezas muertas, retratos y autorretratos, marinas, paisajes dan a ver pinturas, dibujos, grabados, monocopias y esculturas. Y viceversa. Un tono nostálgico me abraza cuando recuerdo a esa marea artística de amplio alcance en donde fuerzas primitivas, aborrezcas, deformes, horrorosas, exquisitas e inconmensurables nos alertaban, casi gritándonos, sobre lo que vendría. Quizás a veces puedo viajar y recorrer esos archivos humanistas en las que tantos objetos son acogidos en sus diversas dependencias, y disfrutar de las emociones que aún siguen despertando.
En las Ciudades Hidroespaciales no hay museos. El manifiesto de Kosice está fechado en 1971, según puedo cotejarlo aquí –he bajado a tierra a chequearlo-, cuarenta y nueve años antes de que Jano se hiciera presente en 2020 y el documento cumpliera cinco décadas. 2021 iba a desenvolverse en recreaciones de propuestas artísticas realizadas por Lea Lublin, Carlos Ginzburg, Marta Minujín, Nicolás García Uriburu, Leopolo Maler en el mismo año de nacimiento del manifiesto. Acciones, todas ellas, que diagramaron con ironía, amor, lucidez, templanza y radicalidad sobre la institución museo, el trato hacia la naturaleza, la capacidad de los cuerpos, la sociabilidad y la tecnología. Acciones artísticas situadas localmente que alumbraban, en los inicios de una década en la que se modificaría la cultura, un horizonte lleno de complejidad en el que la comunidad comenzaría a desplegarse con otros tonos y matices. Así, estas recreaciones estarían selladas por la esperanza de una nueva repartición humanista de alcance solidario. Estaban pensadas como homenajes efímeros, como los centelleantes fuegos de los bichitos de luz, con la esperanza que despertaran conciencia y ánimos revolucionarios por una condición redistributiva justa y no cínica.
Habito y trabajo en una de las Ciudades Hidroespaciales diseñadas por Gyula Kosice. La NASA colaboró en su ejecución. “El costo desde luego, es muy alto, pero con sólo detener la producción bélica del mundo por veinticuatro horas e invertir dichas sumas en este proyecto, su realización es posible. La arquitectura hidroespacial está condicionada para estar suspendida en el espacio indefinidamente”, anunció el manifiesto. La concreción fue absoluta: Jano fue la excusa que propició la reformulación del gasto presupuestario para asumir un abandono de la superficie que nos alojó durante tantos años.
1971 mostró una advertencia urgente que las obras hechas en los últimos años en la tierra retomaron para exhibir su negación y efectos. En las Ciudades Hidroespaciales no hay museos, por lo que me habría gustado curar esa exposición que habilitara el intercambio con el archivo cultural, intelectual y artístico. Aquí, el “arte” se presenta al alcance de todxs, sin soportes ni disciplinas… Provoca a la pregunta sobre su posible estatuto, con lo que mi trabajo es mirar y, escamoteando, dilucidar si es que existe alguna programación. Si el cine compitió con la pintura de historia como dispositivo de identificación emocional, las exhibiciones de arte -tal como las conocíamos- buscaron emular ese efecto con sus propias semánticas. Lo que sucedió, allá en el 2020, fue que se invirtió cantidades de dinero para reflotar una sinergia económica más afilada y perfilada. La NASA, al tiempo que destinaba partidas presupuestarias para la concreción de este nuevo sitio, avaló la propuesta de SpaceX para filmar, junto a Tom Cruise, la primera película en el espacio. Una apuesta a la realización de un producto de alcance global que sirvió para reactivar la economía y dar a ver las condiciones físicas de nuestro nuevo ambiente de hábitat.
Hubimos de viajar a miles de metros de altura de nuestro hábitat usual porque la tercera revolución industrial no quiso darse marcha atrás sino que amplificó varios de sus pliegues. No pudimos con ella, también éramos ella en alguna medida. Aquí, en las Ciudades, tampoco necesitamos dispositivos tecnológicos, lo que provoca a la pregunta sobre su posible estatuto.
Lo cierto, aún así, es que cada día que despierto (las ocho horas de sueño se mantienen) me asalta la misma inquietud en forma de pregunta: ¿estoy en una Ciudad Hidroespacial, en un planetario o en un sueño recurrente? Lo que si es certero es que vuelvo al Sívori: a la exhibición de la gran Martha Zuik, Un párpado pleno de savia…; a trabajar con su fabulosa colección de arte argentino; a disfrutar de su emplazamiento envidiable; a compartir los afectos de esa comunidad de compañerxs de trabajo y visitantes. El año 2030 me encuentra trabajando en la performatividad crítica de un museo de arte argentino en una “normalidad” post post post post post post…
_
Esta nota forma parte de la edición especial Nuestrxs Musexs y es una respuesta a la siguiente pregunta: Es el año 2030 y estás trabajando en el museo más prestigioso de la ciudad, podrías contarnos de qué se trata tu trabajo, qué está haciendo el museo o cuál es el programa de actividades que están planeando para ese año?
Imagen de portada: Gyula Kosice. Detalle de La ciudad hidroespacial.