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Bob Lagomarsino

EL VERSO EDIFICANTE


Las democracias del mundo, o lo que queda de ellas, están atrapadas en un constante deslizamiento de hechos, opiniones y creencias que parecen confundir la mentira con la verdad. Pero... ¿Cómo se producen los hechos y las ficciones? ¿Cuál es el rol del arte y de la crítica en todo esto? son grandes preguntas que no me atrevería a responder en una simple nota pero me parecen cruciales para reflexionar sobre el escenario en el que se desarrollan nuestras discusiones que giran en torno al trabajo de los artistas y el mercado del arte. Lejos del neoliberalismo y la ideología californiana que soñaban con la libre circulación de las mercancías a través de un mundo globalizado, hoy la regulación de todos los mercados —especialmente el de la cultura— parece ser la mayor preocupación de la derecha. Implantes de chips, geolocalización, detección facial, análisis de Big Data, seguridad informática y un ejército de programadores son parte de una gran maquinaria que trabaja día y noche tratando de encontrar formas de apropiarse de nuestra cultura.


No solo quieren quedarse con nuestra música y nuestras películas, nuestros dibujos y poemas, nuestras fotos y nuestros textos; también con los sentimientos y reacciones que estos generan. "Snob", "machirulo", "ignorante", "antisocial", "reaccionario", "extractivista",?! fueron solo algunos de los adjetivos que supe ganarme estas semanas gracias a recordar la doctrina peronista y manifestar —es verdad con un poco de virulencia— mi postura crítica frente a algunos planes para la regulación del arte.


Llama la atención que la mayoría de los agravios hayan venido desde la revista Otra Parte que, paradójicamente, no le paga a los artistas y a los críticos por sus textos. No la cuestiono por eso, en absoluto, pero sí me parece una ironía.


Argentina está casi sin reservas de dólares en el Banco Central y con el 50% de la población en la pobreza pero uno de los responsables de la línea editorial de Otra Parte sale a decirnos que “no hay escasez”. Si fuera un paranoico estaría preguntándome a qué intereses responde.


Es muy fácil realizar, desde ese lugar, la acusación conspiranoica de que alguien que responde a siniestros intereses utiliza un medio como Jennifer —una revista hecha por artistas— para lanzar su campaña contra la regulación de la cultura, en vez de tratar de pensar que el progresismo socialdemócrata (o como quieran llamarlo) está llevando adelante políticas bastante simpáticas para un sector que desea apropiarse de todo.


La discusión sobre la regulación de la cultura es algo serio, evidentemente lanzar improperios o construir discursos edificantes no sirve de nada. Necesitamos ser más inteligentes y también más sensibles. En este punto ser ingenuos no parece la mejor opción.


Celebró a lxs artistas que imaginan alternativas, pero no la utilización de las organizaciones que realizan unxs vivxs para lanzar sus carreras políticas en busca de un cargo. Sería problemático terminar festejando medidas que solo impacten positivamente en el 1% que menos lo necesita.

Afortunadamente, la frase que dice “no hay alternativa” no tiene ningún sentido para un peronista. Cuando no funciona la imaginación (por el cansancio, la persecución, la pandemia, la crisis, los gorilas, los progresistas, los socialdemócratas, el odio, la envidia o lo que sea) siempre se puede recurrir a la doctrina.

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