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  • Carlos Gradin

SOBRE CORAZÓN Y REALIDAD Y GENIOS POBRES

Para los que no lo leyeron, este libro, Corazón y realidad, es una historia de la actividad artística en Buenos Aires a lo largo de la década de 2000 hasta mediados de la siguiente. Habla de un período de cambios. Sus protagonistas son los artistas, pero sobre todo una serie de fenómenos que afectaron su vida y su trabajo. Son la llegada del sistema del arte contemporáneo a Buenos Aires, la aparición de la lógica de las bienales, la expansión del mercado del arte, la multiplicación de galerías y la emergencia, junto a ellos, de una nueva figura, la del artista profesional, el gestor de su obra, publicista, y finalmente, productor de contenidos para una serie creciente de espacios de exhibición y difusión.


Pero esta sería una novela insufrible. Nadie leería este libro si se tratara de un repaso de las nuevas lógicas del arte y su mercado en los ‘90. Sería una historia con final feliz, incluso; sería el prólogo a una nueva etapa del arte porteño, y al país, ya integrado al mundo, y síntoma de una sociedad por fin desarrollada, como la que tenemos la suerte de habitar hoy.


Pero este libro no termina bien, puedo adelantarlo. Claudio cita un intento anterior de lograr este objetivo en Argentina. Fue el impulsado por la Fundación Di Tella, y encabezado por Jorge Romero Brest, con sus anhelos de instalar el arte argentino en los centros internacionales de Europa y Estados Unidos en los años ‘60. Claudio evoca esa experiencia y recorre algunos hitos de la vida profesional de Brest, hasta llegar a su adhesión al gobierno militar después del golpe del ‘55, tras el derrocamiento de Perón. Y agrega una cita extraída del catálogo del envío argentino a la Bienal de Venecia en 1956. Apenas meses después de los bombaredos sobre Plaza de Mayo, Brest se mostraba optimista; y en ese pasaje se escucha por detrás la risa maliciosa de Claudio.


El gesto es el de hacerse a un lado, para contemplar desde un mejor ángulo cómo se viene abajo la estantería de consignas y logros imaginarios de una modernización argentina siempre pendiente, pero a punto de llegar. Ese mismo gesto, esa misma decepción y esa misma risa recorren todo el libro. Las citas, testimonios y recuerdos reunidos por Claudio acaban subrayando la condición frágil y absurda de los intentos de introducir en la escena local lo que el libro llama la “agenda del desarrollo institucional”.


Hay otro campo antagonista a este, el de artistas de un contra cánon, un arte asociado a las muestras del Centro Cultural Rojas en los ‘90, a las críticas publicadas en la revista Ramona, a un arte queer o ingenuo, como aparece nombrado a veces. Es un arte de la “chiquitez y el montón”, como lo define Claudio. Un arte de formatos baratos, y proliferación de obras.


Todo el libro está contado desde esta dialéctica. Es una serie de enfrentamientos, resistencias, fugas y malos entendidos. Intentos más o menos conscientes de acercarse o huir de la lógica del arte bienalero.


La hipótesis de Claudio, creo, es que a fines de los ‘90 en el arte se dio otro capítulo de esta saga de avances épicos del desarrollo y la modernización en Argentina.


La escena servía de contraejemplo. Exponía el lugar descolocado de muchos artistas de Buenos Aires en aquellos años frente a los curadores extranjeros que recién llegaban al país, quienes no tenían curiosidad por la escena porteña, cuyos artistas parecían destinados a acompañar sus gustos y necesidades.


Pero para ser justos, ese campo de tensiones es difuso. La prosa de Claudio es más literaria que crítica. No está claro para qué lado se inclina la ironía. Se carga de suspenso; parece a punto de caer sobre los dos polos del debate, y muchas veces los acaba desgastando por igual. Incluso el arte ingenuo aparece como el germen, muchas veces, de un arte institucional, señalado entre comentarios risueños. En todo caso, no está claro quién podrá salvarse en medio de una tendencia general de los proyectos y estéticas a caer presa de sus propias limitaciones y contradicciones.


En el Rojas, a fines de los ‘90, se sitúa una historia de thriller. Allí, los últimos sobrevivientes de una época en retirada, están a punto de quedar anacrónicos. Eran los salvajes. Iban a percibir la llegada de un grupo de nuevos artistas cada vez más volcados a las agendas y estilos de un arte internacional, de un arte consciente de su lugar en el mercado y de un nuevo tipo de diálogo entablado con curadores y organizaciones dotadas de lenguajes donde tenían lugar también otras preocupaciones, con conceptos como el currículum, la carpeta de presentación, el workshop. Claudio los llama los pioneros.


Así se suman capas de conflictos y derivas. El relato de Claudio transmite confusión y ansiedad. Los curadores quieren actualizarse, las instituciones hacen ensayos, llegan expertas extranjeras y se las entrevista como si poseyeran la clave de una época. Claudio los retrata a todos como si de verdad supieran lo que hacen, aunque no deja de envolverlos en un manto de piedad y sospecha. Y de risa.


Esta dialéctica no termina de desplegarse. Los espacios de gestión y difusión del arte tienen lógicas y agendas muchas veces insondables, o destinadas a agotarse, o a pasar inadvertidas. Muchos artistas, con sus astucias, o limitaciones, no terminan de encajar. No saben cómo comportarse, cómo entrar en el circuito y colaborar con él. Los proyectos institucionales se hunden en el absurdo o la intrascendencia. La tensión, como decíamos, no termina de resolverse. En este encuentro ninguno de los dos campos logra imponerse, y ambos generan cambios e influencias, muchas beneficiosas para sus integrantes.


Hasta acá podemos leer un análisis del campo artístico de Buenos Aires. Es una serie de evaluaciones que tienen un aire a la tradición marxista. Ese interés por la praxis, y el hacer juicios sobre los fenómenos según fueran capaces de generar avances o retrocesos históricos, según sus posibiliades de interpretar o encarnar las contradicciones de una época, de promover cambios, de reforzar tendencias necesarias. El libro trata de aclarar un panorama, de volver a leer la historia reciente y pensar hacia dónde podría avanzar. Hacia dónde debería, o sería mejor que fuera.


Pero el libro de Claudio cuenta otra historia más. Puede leerse también como una novela, donde los artistas y los curadores son personajes de un mundo descubierto por el narrador, habitantes de un oásis de emociones en medio del tedio circundante. El libro empieza con la historia de un chico de Flores que se baja del 92 en Recoleta hacia el año 2000, para dedicar una tarde de sábado a visitar las salas de los museos más conocidos de la ciudad. Tiene la vaga intuición de poder encontrar información sobre el arte actual. Pero por poco acaba extraviado entre muestras confusas de artistas poco interesantes. Se salva, gracias al azar de una revista Ramona, ofrecida en una mesa del Centro Cultural Recoleta, a un costado de la entrada, perdida entre folletos y programas viejos. Estaba esperándolo. Por ella pudo enterarse de la existencia de un universo de galerías y artistas vivos, dedicados a producir y hacer muestras, en espacios no tan lejanos ni inaccesibles. Se dio cuenta de que no tenía ninguna relación con ese mundo, no conocía artistas vivos ni había oído hablar de tales lugares pero sintió curiosidad y se propuso conocerlos.


Esta es, entonces, una novela de aprendizaje. Y como toda novela de aprendizaje también es una carta de agradecimiento y una declaración de amor. Tiene muchos destinatarios, y algunos de los más evidentes son todos los que participaron en esa escena de espacios y publicaciones, surgidas alrededor de los artistas salvajes, del arte queer, localista, de los “sin carpeta”, entre otras maneras conceptuales de señalarlas, mucho más refinadas en el libro que estas.


La revista Ramona es la protagonista de su difusión y es una gran destinataria del agradecimiento. El libro reconstruye la cadena de mensajes y transmisiones, desde charlas a fanzines, por las cuáles Claudio, el narrador, pudo llegar a conocer este mundo, y empezar a hacer amigos, escribir sus primeras notas en revistas como Juliana Periodista y Éxito.


Pero sin duda la carta de amor está dedicada a la galería Belleza y Felicidad. Basta decir que para hablar de Belleza Claudio deja de lado casi todas las ironías y distancias que lo acompañan hasta ese momento. Deja de reírse de los demás y de sí mismo. Confiesa que extraña la galería, y que lo siente hasta en detalles marginales como el rotulador utilizado para escribir en las paredes el nombre de los artistas participantes de las muestras, en el estilo siempre improvisado sobre la marcha de la estética de Belleza, el arte de cero pesos, como lo define con admiración y, digámoslo, con algo de ternura.


El capítulo dedicado a Belleza y Felicidad es una declaración de amor con una destinataria explícita. Pero también se disgrega en infinitos rasgos y detalles. Intenta transmitir lo que hacía tan interesante a la galería, y al hacerlo la convierte en algo irreproducible. Era la coincidencia en un momento y lugar de ciertas obras e ideas, desencadenantes de charlas, tardes en la vereda, encuentros entre personas que daban lugar a una red de complicidades surgida casi sin querer. Reunidas por el arte las participantes parecen experimentar un estado de sorpresa, de espera cargada de deseo y de proyectos de multiplicación de espacios similares. Belleza y felicidad es la imagen más acabada de lo que Claudio nombra en el libro como una escena cultural interesante.


Corazón y realidad son los polos de una dialéctica. Ortega y Gasset, citado por Claudio, pensaba al arte como la actividad capaz de volver irreal el mundo, de desrealizarlo a fuerza de imágenes e ideas. Frente a los privilegios de la realidad, el corazón es su antagonista. Es el fundamento de búsquedas y deseos imposibles de enumerar, pero que el libro de Claudio trata de sugerir, sin terminar de definirlos. Por eso, más que un diagnóstico o un balance de estos años, el libro es la historia de una mirada curiosa, que sostiene sobre todo la capacidad de hacerse preguntas. De sostener que hay algo más allá de la realidad aceptada como tal, del consenso sobre el arte actual.


Yo lo conocí a Claudio por Internet en 2005 aproximadamente. Nos escribimos algunos mails junto con Damián Selci. Un tiempo después nos conocimos personalmente, y me sumé a la revista Planta que estaban por empezar a publicar. En esos años conocí a muchos de los artistas e historias referidas en el libro a través de charlas con Claudio, y de sus notas en Planta y otras revistas. Me gustaría agregar que ya en esa época transmitía la sensación de haber vivido una larga vida dedicado a estudiar y escribir sobre arte, como en este libro.


Por último, el libro Genios Pobres… Se puede pensar como un epílogo a Corazón y realidad. A los personajes les pasa lo mismo que a muchos de los artistas y proyectos de arte porteños del 2000. En el relato de Claudio transmiten algo desamparado. Son pintores de mediados del siglo XX en Argentina. Están corridos del eje de las instituciones, transitan un tiempo que parece a punto de pasarles por arriba. Pero igual siguen intentándolo, y mientras lo hacen Claudio los rescata y los sigue en sus trayectorias siempre sinuosas. En sus historias hay escenas de comedia, de tragedias personales, de incomprensiones y olvidos, algunos son olvidos necesarios y otros inexplicables. La vida de estos artistas, y las de sus obras, aparecen como difíciles de sintetizar, de reunir bajo un modelo. Qué es un artista, qué son sus obras, cuál será su futuro, si lo tienen. No está claro. Y esa imperfección es la falta de un relato capaz de adoptarlos y de hacerlos públicos; y creo que es lo que inspiró la curiosidad de Claudio. Son artistas sin carpeta, como dice Corazón y realidad. Son artistas locales, sin amigos en las instituciones, o no al menos en las adecuadas. Están solos, aunque tienen alguna forma de red a su alrededor. Como Belleza y felicidad, quizás menos visible y extensa, pero se conectan a través de ella con otros igual de dispersos que ellos. Y siguen lejos del éxito. Por momentos, sus historias parecen advertir algo, casi un intento de disuadir a los aspirantes a artistas. De avisarles de las penurias, la ingratitud o la indiferencia. En todo caso, no parecen material para los futuros workshops, si es que alguna vez llegaran a invitarlos.


*Presentación de Corazón y realidad en la Internacional, agosto de 2019.

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