- Javier Fernández Paupy
Garamona para siempre
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En los poemas del último libro de Francisco Garamona el asombro y la fantasía comercian con una lírica nunca al servicio de una conclusión pactada de antemano. Son chispazos incluso a veces reflexivos acerca de su misteriosa condición, las imágenes y la música de las palabras. Hay insistencias formales en las narraciones verticales de Para siempre. Una es el recurso de la repetición que genera música y cadencia en los versos pero también, como si enfrentáramos dos espejos, una idea de infinito. El procedimiento está a la vista pero no por eso resulta menos asombroso su artificio. Quizás sea cierto que todo poema es siempre una forma inacabada. Las relaciones humanas, el amor sin sentimentalismos, el misterio de la noche, el encantamiento, lo pasajero, lo transitivo, lo fantasmal, la amistad, la quimera creativa, lo que subyace. Garamona nos muestra con su sello distintivo, dotado de una complejidad que en apariencia es fácil, lo cambiantes que pueden ser las relaciones humanas. En versos como monedas, aparecen mostrados en sus dos caras los lados opuestos de las cosas. Cito unos versos del poema “Arcoiris”: «Los camiones del norte/ ya no llevan al norte. (…) Yo quería sentir/ y quería enamorarme./ Pero yo no quería sentir/ y no quería enamorarme». Sintéticos, dinámicos y enigmáticos, los cuarenta y cuatro poemas de Para siempre proyectan la claridad de una fuga hacia adelante. Los poemas de Garamona también son un inventario de operaciones para actuar a través de las circunstancias, entre vivencias desechables, efímeras y fugaces, a partir de metáforas y personificaciones, antítesis y juegos de opuestos. Como si la desesperación y la urgencia que enmascaran estos poemas mantuvieran su equilibrio inestable, en un hilo narrativo continuo. Leemos en “Los niños de los otros”: «porque estamos poseídos,/ (…) arrastrándonos como animales/ por el borde del borde de un lugar/ que creemos elegir, aunque sea él/ el que nos busca todo el tiempo». Donde se propone una relación interpersonal extremadamente afectiva y necesaria entre las cosas, y donde lo metafórico y la antítesis comparan ideas contrapuestas. Leemos en el poema “Un espíritu curioso”: « Ese pincel es mágico,/ ese pincel es lo más./ Posee a quien lo posee/ y también es poseído». Roberto Jacoby afirma, desde la contratapa del libro: «A través de la voz de Garamona hablan muchos seres que se metamorfosean en una estela iridiscente. (…) Garamona es una cumbre de la poesía, o sea, de todo». Después de publicar más de cuarenta libros de poesía en los últimos veinte años [«Si insisten veinte años con los suyo/ –aún andando a tientas– / terminarán siendo geniales», “Artistas” (Voy a decirte algo en secreto, Club Hem, 2018)], Garamona, un poeta genial que dice mucho con muy poco, en Para siempre nos ofrece su voz tenue, por momentos melancólica, siempre vívida. Sus poemas transforman lo banal en maravilloso, la realidad en fantasía.
De Para siempre (Francisco Garamona. Iván Rosado, Rosario, 2020)
El monarca
Yo quería que ella pintara la tumba de Trakl, claro, de color azul, un azul oscuro como el cielo. Yo quería que ella pintara las formas de su cara redondeada de niño, con los ojos perdidos por el vapor del éter. Que en el follaje disperso alrededor de su tumba hubieran como manos señalando la ausencia aunque debajo de la tierra su esqueleto reducido a polvo
existiera todavía. Yo quería que ella pintara
esos hoteles imperiales
construidos sobre las rocas
de las montañas de su país natal, con habitaciones en formas de ataúd flotando en las estrellas, con un deseo de muerte y exaltación multiplicado en diáfanas escenas. Yo quería que ella pintara para el relicario de mi corazón ese secreto azul del cielo como la sangre de un monarca niño asesinado en el salón de un palacio de invierno.
Un espíritu curioso
¿Y ese pincelito que se quemó por pintar cerca del fuego? Está pintando todavía. Unas escaleras de oro y unas torres con campanas. Pastos de verde esmeralda y cielos de nubes lejanas. Recubre todo con un aire de exotismo e inocencia. Ese pincel es mágico, ese pincel es lo más. Posee a quien lo posee y también es poseído. Hay en un lugar una gruta cubierta por una cascada que tiene adentro un cuadrito que alguien pintó en un segundo. Cuando se parte una roca y queda en forma de corazón el pincelito se alegra. Dime tu nombre amiguito, que yo no se lo diré a nadie. La revolución del arte es el arte de la revolución.
Imitación de una poeta extranjera
Busco la sombra de un viejo deseo, para poder cantar mi canción de amor
entre las nubes. Alto, bien alto, llegando al sol que con sus rayos calcina el desierto y a las piedras que bailan si están solas. Porque saben que vamos hacia ellas, y por eso casi no se mueven. Aunque en los grandes terremotos crujen bajo las estrellas y se parten y se apagan. Dentro de los volcanes son la sangre de un dios que brilla cantando nuestra dulce canción celeste y rosa. Nuestra canción son dos bebés que se inclinan contra la orilla de un río helado y transparente y meten sus manos ahí y toman agua. Ellos están desnudos y todavía no nacieron pero ya viven en nuestra canción de las semillas. Los poetas siguen naciendo y leones de fuego los despedazan en las nubes. Y morirán cantando en el atardecer con las caras vueltas al futuro, una canción de duras piedras y de días fascinantes… Contra el viento y la luz que se apagan en sus corazones. Pasan las semanas y vuelven las noches donde se aprende a vivir salvajemente. Dame mi canción de alunizaje, porque quiero aprenderla ahora para empezar de nuevo, con este canto necesario y nuevo... Mi canción de amor entre las nubes, con ribetes de pesadillas y de sueños.
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Eliminar para todxs derrotas en la tierra victorias en el cielo un campo quemado la casa la vida la familia los hijos y las hijas también eliminados los lentos arcoíris cruzando entre las nubes después de la llovizna los perros de madera podridos hace años la vida en las ciudades los trenes de juguete el amor la tristeza las lágrimas de piedra fijas sobre los pómulos de una estatua que representa a una diosa extranjera que espera desde hace siglos por ser desenterrada y volver a vivir.
Un fleco ardiendo
¡Heavy metal de vino, espectro tornasolado, qué buenos fueron todos esos momentos! Tapado de piel de oso, guantes de cebra en punta, inmejorables, sí, por cierto... Visera de antílope voraz, pulsera libre de precinto, mano que saludaba sin equipaje ni nada que la opacara en sus flexiones opulentas, de puras palmas lisas... Parcela de un cementerio de cachorros, llavero al que silbabas en lo oscuro, panel irredimible en sus ribetes, que llegó y se fue en un segundo... ¿Acaso pensabas que despedirse era simple? Un bar despierto donde el lavacopas es un genio. Una casa, una casa, para él ya y también para todos sus amigos. Una ardilla ruda y despareja, aferrada a un poste del alumbrado, mitad muerta y mitad viva, despojada en su propio movimiento. Nosotros la miramos, la vimos volver e irse, aunque no sé, nos confundimos. El pelo de su piel tenía un color ceniza, amarillo o marrón, duro y eléctrico. ¿Era libre? Vaya uno a saberlo. Me acuerdo de un fleco que apasionado ardía, en el reflejo de tu cara al mediodía en la estación de William Morris. Trepados en el tren viajábamos en las condiciones de transporte de esos días. Parábola y antena, jardín irregular semidesierto, donde yo dormía y soñaba, con vos, conmigo, con cualquiera. Era joven y tonto, pido perdón, lo siento.
Despedida
Nos pasaba a buscar muy temprano un auto de alquiler rumbo al aeropuerto, esperábamos en el sector VIP comiendo ostras con copas de champagne helado. Volábamos en aviones siempre en primera clase. Llegábamos a universidades extranjeras donde nos recibían comitivas de jóvenes ansiosos y fanáticos por conocer las novedades de nuestras últimas producciones. Asistíamos a fiestas de gala en castillos vestidos de riguroso smoking y allí estaban nuestros anfitriones y los nuevos amigos y amigas junto a las bebidas más exóticas y las últimas drogas de diseño y bailábamos hasta el alba en jardines derruidos o en pistas con piso de vidrio transparente bajo el que se podían ver nadando unos delfines, pero igual, la vida era una mierda. Después, dábamos recitales de poesía en auditorios repletos donde nos entregaban un voluminoso álbum dorado para que estampáramos nuestra firma en él, y reíamos contentos, escribiendo en la dedicatoria cualquier cosa. Nos otorgaban subsidios para filmar películas. Nos llevaban a festivales, nuestras obras ganaban los mejores galardones. En hoteles imperiales hacíamos orgías, las chicas y muchachos pasaban iridiscentes, sus pieles se fundían unas con otras mientras caminábamos en bata fumando un habano, mirando las volutas de humo azul flotando en el aire de la madrugada, pero igual, la vida era una mierda. Después, íbamos a una isla en el Mediterráneo con jeques árabes enjoyados y perfumados de rosas e increíbles princesas provenientes de las dinastías más nefastas del planeta, y andábamos juntos en la playa, montando sobre caballos pura sangre, corríamos y el viento nos besaba las mejillas, nuestro pelo volaba y nos sentíamos dioses, pero igual, la vida era una mierda. Más tarde volvíamos a casa y encontrábamos que nuestro arquitecto amigo, el que estaba de moda, por supuesto, había reformado nuestro estudio y los mejores artistas de la época habían colaborado con sus últimas obras para embellecer las paredes, porque éramos íntimos, y cuando mirábamos sus pinturas nos poníamos a soñar, sentados en un sillón de cuero de potro donde bebíamos coñac y fumábamos haschís tunecino o tomábamos otras drogas que una chica nos traía en un plato de oro hasta quedar exhaustos y dormidos con una sonrisa beatifica en los labios, pero igual, la vida era una mierda. Nuestros hijos e hijas crecían y en sus ojos veíamos reflejadas todas las maravillas que les tocarían vivir. Las tardes parecían extenderse por siempre en nuestros corazones y las noches no tenían final... Viajábamos sin parar, buscando nuevas sensaciones que nos trastocarán. Tomando whisky con hielo proveniente de icebergs milenarios. Pescábamos tiburones rosados en Bali. Un niño nos vendía una perla que había extraído con sus manos de el lecho marino, pero igual, la vida era una mierda. Componíamos las mejores canciones y los más ambiciosas novelas de vanguardia... Hacíamos música para películas, actuábamos en teatros, filmábamos documentales, creábamos performances, y cuando no se nos ocurría nada hacíamos obras de arte conceptual para matar el tiempo... pero igual, la vida era una mierda. Los fondos eran infinitos y los frentes también. El dinero fluía y fluía y fluía. Y a veces no sabíamos qué hacer con él y lo tirábamos o lo quemábamos. Hacíamos chistes dándoles a mendigos cifras astronómicas y entre nosotros peleábamos para ver quién era el más excéntrico y despojado. Una noche en Nueva York, otra en Tokio, en París, Emiratos Árabes, Lima, México DF, Ontario, o en el desierto de Atacama, tocando un ukelele junto a una gran fogata, casi siempre felices… ¡Ah, pero igual, la vida era una mierda!