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  • ​Betiana Felice

Perón, Houssay y mi Viejo


Sobre “Peron y Houssay” de Carmelo Jose Felice


Quería empezar este post con mi opinión sobre la ciencia Argentina. Tal vez puede ser mucho para algunes o muy naïv para otres. Así que prefiero guiarles hacia ella con una pequeña crónica sobre mí.

Betiana, 8 años, Teatro Alberdi, San miguel de Tucuman – Estoy en una de las primera filas del teatro junto con mi mamá, mis abuelos, mi hermano y algunos tíos. No entiendo bien que está pasando pero sé que mi papá está recibiendo un diploma. Uno distinto. Sé eso y también sé que ahora también es doctor, no como mi mamá sino algo como un “doctor de máquinas”.


Betiana, 11 años, En el cole – Llego emocionada al colegio con un tesoro en la mochila. No aguanto a que llegue el primer recreo y saco antes de empezar la primera clase un frasco de precipitación con agua en el fondo y encima de ella, un líquido negro viscoso. Empiezo a preguntar si alguien puede adivinar qué es. Y cuando llega la respuesta, llegan también los “noooo ¿en serio? ¡A ver, a ver, a ver!”. Petróleo. Petróleo crudo traído directamente desde algún pozo Patagónico. “¿Y qué hace tu papá allá?”. Y digo con orgullo lo que aprendí de memoria: “Mi papá es científico y sabe como matar bacterias sin usar sustancias tóxicas. Las cuenta con un aparato que él creó, estudia de que viven y después las mata de hambre”.


Betiana, 13 años, La secundaria – Habían pasado un par de meses en un colegio que no me gustaba. Me sentía sapo de otro pozo: tenía pocos amigos, no estaba acostumbrada a recreos con timbre y preceptoras controlando como me comportaba. Casi no me comunicaba. “Casi” porque el día en el que mi viejo apareció en primera plana del diario de Tucumán me olvidé de todo. Llevé un ejemplar al colegio y les mostre a todes. Les conté que él había registrado la primera patente de la Universidad Nacional de Tucumán (mi querida UNT) y que con su equipo podía contar bacterias automáticamente. Y que planeaba venderlo. No él sino una empresa que había comprado la licencia de la patente. Y que ese equipo costaba más de 100.000 dólares. Y que ese dinero no iba hacia mi papá sino hacia la universidad. O algo así creo que conté. El punto es que ese día conté esa historia más de 30 veces y les juro que no me cansé.


Betiana, 22 años, En la UNT – Elegí la beca doctoral del CONICET frente a una maestría en ciencia de los materiales porque amo la libertad y los espacios de creatividad que la ciencia ofrece. No lo dudé y salté de cabeza a mi doctorado. Esos dos primeros años me llevaron a gente apasionada, proyectos ambiciosos, ideas más allá del mundo académico que había conocido hasta ese momento. Pero… Pero eso: Sólo gente apasionada, con ideas más allá de este mundo y proyectos ambiciosos. Pensaba que iba a haber más locos como mi Viejo. Pero sólo encontraba científicos de delantal mostrándome artículos científicos maravillosos. Bah: publicados en excelentes revistas científicas pero a fin de cuentas, simplemente artículos.


Betiana, 24-27 años, El Mundo – Tomé mi beca, ahorré como nunca y me fui a hacer la mitad de doctorado en Singapur, Barcelona y Múnich. Quería ver como hacen ciencia en el resto del mundo. Comiendo arroz con queso y sólo con unos pesos en mi bolsillo, pude ver como el doctorado de mi colega chino era patentado en Singapur y Estados Unidos. Como mi amiga Myriam de Múnich fundaba su empresa para producción de impresoras 3D capaces de crear productos ortopédicos estériles listos para implantar en pacientes. Vi como mi supervisora en Barcelona vendía la licencia de su patente a una empresa dispuesta a usar su invención en la línea de sensores que estaban desarrollando. Y ahí me fue inevitable comparar y ver lo casi obvio: La ciencia Argentina, un tesoro Nacional, es sostenida con el laburo de millones de contribuyentes, quienes así como esperan una calle reparada o una cama en un hospital público, esperan una retribución de lo invertido en la masa científica. Pero el 99% de esa retribución termina en sólo palabras y gráficas publicadas en bonitas revistas científicas. Nada de patentes, nada de empresas innovadoras, nada de transferencia real y directa a la sociedad. Sólo palabras. Y entendí. Entendí lo que mi viejo quería que entendiera.


Betiana, 28 años, En Ezeiza – Estoy sentada en un avión rumbo a Múnich sintiendo una culpa enorme. No me voy porque pienso que Argentina no da para más y no queda otra que emigrar. No, en absoluto. “Sólo” pasó que un Alemán me robó el corazón y dimos vuelta nuestro mundo para comenzar un proyecto de vida juntos. Sin embargo, esa culpa no se va. Me estoy yendo con un título de doctora bajo el brazo sin haber dejado mi retribución. Me seco las lágrimas y me juro devolver centavo por centavo y más de lo que el Estado invirtió en mi ¿Si Argentina tiene para dar? Claro, sin dudar, claro.


Betiana, 32 años, En Alemania – Estoy en una esquina de mi trabajo escuchando a escondidas la presentación del libro de mi Viejo por Zoom. Algunos pensarán que está loco por enojarse y escupir un poco al gritar con la vena casi reventando “¡No! ¡NO PODEMOS SEGUIR ASÍ!”. Pero créanme: Es un rotundo no. Es un rotundísimo NO. Basta de creer que toda la ciencia es básica. Basta de creer que un doctor no le debe nada a los contribuyentes que pagaron su formación. Basta de creer que esos contribuyentes sólo merece un artículo científico bonito en una revista científica bonita. Basta de creer que la transferencia de tecnología es usar laboratorios del estado para producir yogurt. Basta de pensar que un artículo sobre un biosensor de Covid se transforma de un día para el otro en una empresa que fabrica y distribuye el sensor en todo el mundo creando por arte de magia ganancias equivalentes al presupuesto anual de muchas universidaded publicas Argentinas. Basta de pensar que no tenemos lo suficiente para crear empresas de base tecnológica. Basta de publicar sin patentar. ¡BASTA!


Me emocioné. Si, si. Ya se que no todo es patentable ¿Pero en serio creen que TODO lo que se investiga en Argentina es no patentable? ¿En serio?


“Perón & Houssay” es esto que siento y mucho más. El libro les presenta una corta historia de la ciencia Argentina con foco en CONICET pero desde la perspectiva de la transferencia tecnológica. Intenta encontrar las raíces de la falta de retribución por fuera de artículos científicos y para ello, presenta estadísticas y eventos históricos para comprenderlo. "Perón & Houssay" describe en detalle lo que la ciencia Argentina fue, es y en particular lo que puede llegar a ser. Creanmé: pedes in tierra ad sidera visum.


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