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Diego Soria

abrazo a mis compañeros laburantes




El primer recuerdo que tengo acerca del trabajo es ver a mi papá desde la cama. Él se levantaba temprano y acometía la rutina del mate cocido y el pan calentado. Mientras el hervidor empezaba su siseo, mamá se levantaba para acompañarlo envuelta en un deshabillé amarillo. Yo los oía desde mi cama.


Papá entonces encendía la radio bajito para que no nos despertáramos, “Un alto en la huella” sonaba y el folclore, materia obligatoria, invadía la casa junto al vapor del mate cocido recién servido. Ellos hablaban en voz baja de vaya a saber qué asuntos, de la casa tal vez o sobre mi hermana y yo.


Por ahí una sonrisa contenida.


Todo esto pasaba irremediablemente todos los días, a la misma hora, del mismo modo. Así fuera el calor más agobiante o la lluvia más intensa, nada se corría de esta rutina que para mi era la vida. Luego escuchaba su bicicleta en el pasillo, el sonido de un bolsito que se cierra, unos adioses y la puerta que se cerraba. La radio ahora se muda a Rivadavia, mamá escuchaba las noticias y más tarde llegaba Héctor Larrea. Treinta años de lo mismo.


Luego de la jubilación papá quedó atrapado en una cinta de Möebius, algo que sospechaba podía pasar. Nunca paró, nunca faltó, hizo horas extras, cumplió con todo lo que se le pide al buen trabajador.

Los últimos tiempos de su vida, enfermo, miraba televisión y renegaba por esto, por aquello, a veces sin razón. Trate de acercarme un poco a ese mate cocido de la mañana sin mucho éxito, se fue peleado con este mundo.


*


El segundo recuerdo que tengo es de haber perdido la cabeza, al menos por una vez en la vida todavía. Entré a la oficina del gerente de aquel viejo Ekono, una cadena de super chilena que el menemismo trajo a la Argentina, estaba furioso.


En aquel entonces había dejado el secundario y no encontraba trabajo, yo quería estudiar, ser periodista, al menos era mi sueño de aquel entonces. Entonces me topé con Proyecto Joven, unas pasantías que Cavallo les regalaba a las empresas para que explote jóvenes sin experiencia con contratos basura, algo como lo que quieren hacer ahora con la reforma laboral. Seguí el ejemplo de mi viejo y deje todo por ese laburo, corrí, empuje las carretas más pesadas, arreglaba la impresora de la oficina y armaba el depósito, todo por el mismo precio. Al final quedé efectivizado.

Un exitazo, al fin podía comprarme discos de Blues, dos cada fin de mes, para tomarme revancha de tanto folklore. Después desee tener una computadora propia, una con Windows ´95. En la cadena había una evaluación anual, después de la cual llegaba un premio en plata. Descontaba que ese bono, más una plata que tenía ahorrada me alcanzaría para la tan deseada compu.


Pero no lo cobré.


Mi jefe no me miraba los ojos, me mando a hablar con el gerente. Schulhaus, se apellidaba, era un don Ramón rubio y nazi, entre a la oficina furioso, me imaginaba lo que me iba a decir. Le pregunté porque no había cobrado, y él solo dijo: “No te lo mereces”, entonces perdí la cabeza, no entendía que, si había hecho todo lo que se le pide a un trabajador bueno y sumiso, no había cobrado.

Lo levanté con una sola mano, como en las películas, y lo tiré contra una pared. La jefa de personal entró y trataba de separarme. Solo recuerdo con cierto patetismo, que le gritaba por “mi computadora”. Lo solté, di un portazo y antes de irme tiré la góndola de champagne, una de la más importantes en capital federal en aquel tiempo, y lloré de impotencia.


A los tres días me echaron, increíblemente me pagaron todo y al final pude comprarme la computadora. Supe después que me querían sacar, que mi propio jefe me hizo la cama para meter a un amigo tachero. Lo cierto es que yo mismo no fui el mismo.


*


El tercer recuerdo lo tengo de compañeros, de espaldas dobladas e ironías nos juntábamos a hacer una revista (Cuatro hojas A4 abrochadas) la “Resistendo”, una bomba molotov para el supermercadismo. Nos juntábamos en casa de un amigo en Quilmes. Reunión de laburantes, un poco de conciencia de clase, asado y escritura. Tiempos de Fasinpat, ¿se acuerdan? De reflexión y charla. Hasta de música, todos los que tocábamos algo lo ofrecíamos ahí. No solo de marchas de izquierda vive el trabajador, ahí nos consolábamos, nos asesorábamos, buscábamos simplemente la forma de sobrevivir, por qué no decirlo. No significaba que nos resignamos, al contrario, significaba juntarnos a darnos calor ante tanto frío.


*


El cuarto recuerdo tiene que ver con el cine, pero es mentira, tiene que ver con mi papá y yo otra vez. La película se llama Recursos humanos, es francesa, de 1999.


Un hijo que el tiempo pone frente a frente con el padre, que no hace otra cosa que enajenarse con una máquina todos los días de su vida. Un hijo que llega a donde deseaba el padre, pero a la vez, le obliga a tomar conciencia de una manera brutal.


Un abrazo a mis compañeros laburantes.





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