El presente y la ondulación del tiempo
La artista Lulú Lobo presentó Neologística; un sitio específico desarrollado en el marco de una residencia producida por el proyecto Intemperie en Munar. Al respecto, y acompañando a distancia el proceso de la artista a lo largo de la residencia, María Mines escribió un texto que también acompañó a la muestra, cuyo único día de presentación al público fue el 29 de octubre en Munar.
Es evidente que los lenguajes mutan con el correr del tiempo. Si se hace una retrospectiva histórica de cualquiera de ellos es plausible detectar que los giros se dieron periódica e irregularmente con el paso de los años, las décadas y, con más notoriedad, los siglos. Estos cambios, lógicamente, continúan en el presente; a veces, emergen ante nuevas necesidades expresivas y, otras veces, por capricho. Incluso se presentan como cambios morfológicos que admiten extranjerismos pero, por lo general, operan como fenómenos que se incorporan novedosamente en un contexto situado determinado. No obstante, al alejarse del extrañamiento de lo inédito, se reconocen como cualidades que parecen inmanentes o preexistentes a sí mismas, como si hubiesen surgido por generación espontánea; se pierde la noción de su origen o, directamente, se la desconoce por completo, aunque tampoco se tenga conciencia de ello.
Al igual que cualquier lenguaje, la obra de Lulú es indisociable de la noción de tiempo, puesto que lo aborda de múltiples formas; desde hace varios años es posible detectar en su producción una profunda exploración sobre la temporalidad en diversos sentidos. En efecto, Lulú visita el pasado tanto desde las temáticas que elige como también lo hace alrededor del lenguaje del grabado. Sin embargo, y como un clima de época, es posible reconocer en muchas prácticas del arte contemporáneo un recurrente abordaje alrededor de este abstracto y complejo concepto que habita la cotidianidad de cada una de las personas que viven en el mundo regido por el Capitalismo. Ciertamente, Lulú indaga aspectos específicos del grabado y su historia, razón por la que va y vuelve en el tiempo, como una viajera interespacial, que explora el pasado en constelación con el presente, remitiéndose, por un lado, a imágenes gráficas que datan de tiempos medievales, pero que también son representadas, actualmente, en los manteles del desayuno o en los azulejos de los pisos y las paredes.
Al respecto, las estampas en papel de molde -como unidades con propiedades físicas y significantes autónomas- pueden transformarse simbólicamente en un montón de cosas: ladrillos, escamas o cristales con formas de caireles para lograr, en conjunto, otra unidad significante; una suerte de fractales intervienen el espacio y plantean interrogantes alrededor de sus propias condiciones de existencia; una estampa es diferente a la otra, pero entre todas componen una estructura ornamental autoportante, debido a que la obra en sí misma es su propia estructura.
Por otro lado, las estampas de Lulú parecen cuestionar los postulados de un mundo que se esfuerza por borrar la línea de nuestra vulnerabilidad, puesto que toman cuerpo a partir de su inscripción en un material ondulante como el papel, cuyas características exacerban el sentido de lo frágil, lo transparente y lo liviano, pero sobre todo de lo efímero. A su vez, cabe la pregunta alrededor del vacío que existe entre ellas; ¿faltan imágenes o responden a lo irrepresentable o indecible? Las estampas develan, pero también ocultan, recorriendo un abanico que va desde la valoración de lo cotidiano y lo mínimo, hasta las grandes discusiones que despiertan las técnicas disciplinares clásicas de las artes circunscritas en el presente; en este tipo de procesos, las artes discuten algunas de las bases que articulan posibles discursos sobre lo visible.
Al respecto, Lulú insiste enfáticamente en investigar, desde la enunciación, aspectos semióticos y metalingüísticos del grabado, cuestionando las herencias de distintos periodos de su Historia. En esta línea, si pensamos en obras como Envés o Zig Zag, Lulú combate ciertos postulados académicos de esta práctica en cada una de sus decisiones, sacando a relucir su fuego lunar marciano y guerrero. En efecto, para Lulú esta disputa es la principal motivación (y obstinación) para seguir produciendo sentido desde el grabado, sin embargo, y con mucha elocuencia, el cuestionamiento también opera como un halago sobre la práctica, el cual se retroalimenta en el deseo de continuar en combate.
Entonces, como una amazona, Lulú problematiza y reflexiona alrededor de las condiciones de existencia del grabado introduciendo una serie de decisiones, variaciones conceptuales y técnicas que señalan distintas categorías circunscritas en el ámbito del arte contemporáneo; los paneles gigantes y autoportantes manifiestan algo de ‘lo instalativo’, a través de un diálogo entre los procesos de construcción y el espacio que los contiene. En efecto, el neologismo no está asociado únicamente a nuevos conceptos o modos de abordar los materiales en el ámbito del grabado, sino, también -y especialmente-, al sitio específico como dispositivo de exhibición, a la relación con otra espacialidad a la hora de producir y al intercambio con otras personas y proyectos en un nuevo contexto. En esta línea, Neologística es puro presente; sus decisiones se toman minuto a minuto y su existencia es efímera, pero también monumental, es tensión y placer; un manto de contradicciones que conviven armónicamente como un estilo de vida que se sostiene por dentro, pero también por fuera de las artes.
Crédito de las foto: Intemperie
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