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Greta Winckler

Lo múltiple y lo único



En la muestra Lo múltiple y lo único. Fotografía en expansión la fotografía se vuelve materia de imaginación. De exploración absoluta. Una constelación de todas sus potencialidades. A través de diez propuestas de diversxs artistas, nos vamos sumergiendo en un sinfín de posibilidades y formas que la fotografía adopta, dotando así de sentido al título de la exposición. Todos estos fenómenos de múltiples materialidades, soportes y modos expositivos, hacen a la práctica fotográfica. Algo los reúne, así como algo los distingue.

Con un nacimiento concreto en el siglo XIX, evocado sin duda en algunas de las propuestas de esta muestra, Lo múltiple y lo único se adentra en los devenires de la técnica y los posibles montajes, jugando con objetos diversos que entablan diálogos sugerentes con las imágenes (magazines, cemento, un edredón, una cortina). Es decir, funcionando como dispositivos, que orientan miradas y subjetividades, tratando de interpelar a quien mira, y resituándolo cada vez: no es lo mismo acercarse a la vida de las imágenes de tiempos disímiles en la instalación de Lorena Fernández, que evocar una memoria (o desmemoria) anidada a un tiempo -casi nostálgico- en las diapositivas y magazines de Carolina Magnin. Ante cada obra y propuesta se abren muchos interrogantes, así como un “catálogo” de lo que puede hacerse desde y con la fotografía.

Digitales, en papel o vinilo fotográfico, hechas con la cámara de celular o utilizando un microscopio electrónico, las imágenes (y sus montajes) apuestan en esta exposición a explorar diversas técnicas y modos de darse-a-ver. Los tamaños, los colores, los sujetos que aparecen, las texturas y espacios permiten reflexionar sobre la práctica fotográfica hoy,pero se vuelven también un valioso archivo (sensorial) anacrónico -es decir, de todos los tiempos-. Desde el pixel hasta la radiografía, desde una casita de madera hasta una vieja diapositiva, desde una vela que se enciende hasta una habitación en penumbras, estas imágenes son experiencia e historia. Sin duda, la de cada artista, que puso en juego su propio repertorio iconográfico y en algunos casos una profunda investigación; pero también del medio fotográfico mismo que, como propone la curadora de la muestra, Julieta Pestarino, no es que está “expandido” sino más bien “en expansión”.

¿Cómo mirar esta multiplicidad de lo fotográfico, que se escapa de sí mismo, se desborda? Desde ya, hay muchos caminos. Propongo pensar tres ejes: la técnica, el cuerpo, el espacio. Sin duda, en el fondo, ninguno es independiente de los otros.


La primera de ellas es ineludible, puesto que la fotografía en sí fue revolucionaria en sus orígenes no por sus fórmulas visuales, sino por su cualidad técnica. Lo mismo puede pensarse a partir de la expansión de la imagen digital -hoy por hoy ubicua, parte de nuestra cultura visual diaria-. En este eje, Martín Bollati y Lisa Giménez nos invitan a pensar los paisajes que habitan y se recrean en un soporte que nos es absolutamente contemporáneo: el pixel. Con la función panorámica del teléfono celular puedo ver qué se esconde en los pétalos de una flor. O pensar, mediante el apagado y encendido, al pixel como a un ser vivo. Jugando con el tiempo, o jugando con los dispositivos y el color, ambos permiten desnaturalizar un tipo de imagen que incluso producimos a diario con nuestros dispositivos-prótesis, aunque no por ese motivo reflexionemos sobre ellas. La propuesta es entonces detenerse y acercarse para suspender por un momento el flujo imparable de imágenes que consumimos, producimos y compartimos todos los días.

También la obra de Lucía Peluffo nos acerca a la idea de “imagen técnica” pero desde la tradición científica. La medicina genera hace siglos imágenes sobre los cuerpos que solamente a través de sus técnicas -la fotográfica no le escapa- son posibles: el ojo desnudo no podría observarlas. La variedad de soportes y formas expositivas que elige Lucía son una pregunta por su propia historia -puesto que son imágenes de sus estudios-, pero van más allá, reponiendo la historia de la mirada biomédica,con una exhaustiva investigación.

Con esta instalación, podemos pasar al segundo eje: la relación entre las imágenes y los cuerpos, propios y de lxs demás. Su obra, así como las de Natacha Ebers y Lucía von Sprecher de hecho son sus cuerpos: desenfocados, intervenidos, más o menos reconocibles, revisitados. Desde la imagen biomédica técnica -que supone “identificarnos” pero que no siempre nos permite encontrarnos en ella-, hasta el diálogo con el espacio urbano y su materialidad -el cemento, el hierro-; estas artistas parecen ejemplificar a la perfección la propuesta del historiador del arte alemán Hans Belting: animamos al medio [fotográfico] para recuperar de él nuestras propias imágenes. Desde la fotografía se explora el cuerpo y la subjetividad, o el encuentro entre cuerpo y entorno; pero también es el cuerpo el intermediario para explorar lo fotográfico (delante o detrás de cámara). Qué es un cuerpo, quién lo decide, qué imágenes ha producido la ciencia sobre aquél y qué hacemos luego con ellas, qué es un retrato, cómo se relaciona con la vida de un individuo, cómo nos permea el medio en el que vivimos, qué objetos hacen a nuestra identidad. Pero no solamente los cuerpos propios se ponen en juego, sino también los de lxs demás, los invisibilizados o los espectacularizados. Así, el anonimato reforzado de las multitudes de Hernán Kacew en las tribunas deportivas puede dialogar con la necesidad de visibilizar tramas de resistencias y afectividades de Inmensidades y Jael Caiero. En el primero no vamos a distinguir rostros, sino que vamos a ver cómo se los invisibiliza (el acto de exhibir sujetos borrosos denuncia su borramiento). En el segundo, en cambio, la apuesta es íntima, cotidiana, amorosa, colorida.

Finalmente, el espacio, a través del montaje propio de las obras, por momentos tan importante como los objetos expuestos. La relación con la fotografía que nos ofrece esta exposición juega con diversos recursos exhibitivos, que invitan no sólo a “ver” las obras, sino a experimentarlas, recorrerlas, transitarlas, a demorarse en ellas. Así pasa con las fotografías de Estefanía Landesmann dentro de la sala lúgubre en las que se emplazan, que en su recorrido “multifocal” establecen una pregunta por el abandono, el olvido, el detenimiento (¿del tiempo?¿de la historia?¿de la memoria?¿del espectador?) que involucra a todo el cuerpo. Lo mismo ocurre con la propuesta de Lorena Fernández, que tiene múltiples niveles y se presenta como un juego de evocaciones constantes, no sólo de imágenes y fórmulas visuales, sino también de autores con los que ella conversa y de sus propios recorridos. En la charla que dio en el marco de la exposición, se comentó que su instalación era lo más cercano a su taller, y también al itinerario de sus pensamientos, encuentros, sentires. De ahí la sensación de una instalación viva, en acción, siempre inacabada.

Es difícil pensar un solo hilo conductor. Queda en la experiencia de quien mira formular su propio recorrido, más allá de la reunión que Julieta propuso, siendo el medio fotográfico su métier -y de eso, no cabe duda. Quizás para cerrar, y volviendo a Belting una vez más, lo que queda por decir es que estas fotografías e instalaciones (estas constelaciones) no son tanto imágenes del mundo, sino imágenes de quien mira el mundo: un medio que se intercala entre aquél y nosotrxs. Y además, agrego, es una mirada al corazón y a la historia -siempre en movimiento, desbordante- de la práctica fotográfica. Si lo “múltiple” queda ya claro o se torna evidente a partir de su “ser en expansión” (material, técnico, imaginativo); también se ancla en esa cualidad expansiva “lo único”: esa infinita capacidad de reinventarse que tiene la fotografía.


Lo múltiple y lo único. Fotografía en expansión en ArtexArte. Curadora: Julieta Pestarino. Artistas: Martín Bollati, Natacha Ebers, Lorena Fernández, Lisa Giménez, Inmensidades, Hernán Kacew, Estefanía Landesmann, Carolina Magnin, Lucía Peluffo, Lucía von Sprecher.

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