Música y espíritu romántico
Estoy en el 44 antes de llegar a LAR. El aire espeso entre los cuerpos contrasta con el clima frío de afuera, el barullo incesante se hace eco al pasar por el cementerio de Chacarita y las nubes grises se pierden en el anochecer de Paternal.
Al ingresar a la sala me encuentro con un dibujo en escala de grises.
Poco a poco al transitar el espacio, topándome con paredes que se entrecruzan y otrxs visitantes, pequeñas vibraciones en el aire se desprenden y hacen eco en los rincones, manchando y destiñendo aquello que ni siquiera son capaces de tocar.
Todo lo que aparentaba eterno, ahora es etéreo ¿será que el espíritu romántico no se ha extinguido?
Una brisa basta para derribar una pared, para que los colores se contagien y las formas se pierdan entre sí.
Nada es lo que parece y lo que parece nada es.
No hemos de temerle a los fantasmas y sus cánticos demenciales, ni a las dulces melodías de las sirenas. Pues cuando se emite una vibración, esta ya no pertenece a nadie y es de todxs a la vez. Su origen se desvanece y su destino se dilata y expande en el aire que respiramos.
Somos los fantasmas y las sirenas, así como los huéspedes acechados y los marineros borrachos. Nos embriagamos con el aliento de un desconocidx, así como embriagamos a los demás. Música para los ojos y pintura para los oídos.
Óleos que aparentan acuarelas, imágenes que emiten sonidos. Los sentidos se confunden al ser conscientes de los mismos, al dejar de lado la existencia autómata y volvernos curiosos de nuestras propios actos vitales.
Sentir el color entre los dedos y escuchar esos pasajes en los fondos de las pinturas.
Quedar expectante al movimiento por venir, la eterna pausa que nunca decepciona, siempre hay algo por descubrir y algo por encubrir.
Sobre Música de Federico Juan Rubi en LAR.
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