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Helena Pérez Bellas

Si Dios está conmigo nada sobre mi


A las ocho de la noche, el cielo de Buenos Aires sobre Rivadavia se resiste a dejar de ser celeste y le abre paso finalmente a un violeta que escala para seguir siendo una continuidad de la remera argentina. Primero la titular y después la suplente. Qué es soñar, algún argentino durmió en la noche del sábado, va a poder dormir en la noche del domingo que se avecina. Para soñar en este país roto por primera vez no hace falta cerrar los ojos, alcanza con que el cuerpo tire un poco más en esto que cada argentino vive con la conciencia de que nada se arregla, pero todo se tolera un poco mejor o se genera una resistencia nueva, igual de frágil que las anteriores porque Argentina está rota de verdad, quizás incluso no tenga arreglo. Pero uno construye sobre las ruinas, también el amor, tal vez la leyenda.


No queda nada para decir y al mismo tiempo si uno escribe quiere decirlo todo. Nada de lo que deje registrado con palabras se equipara a la práctica deportiva. Una cosa es la continuidad de la guerra por otros medios, eso es efectivamente el fútbol, y otra cosa es escribir. Puedo decir uno escribe para no perderse, para ver si un día le pega e imprime un texto, un libro, algo que quede. Un domingo aparece el mundial, lo gana Argentina, de esta manera agónica pero al mismo tiempo tirana del carácter que ya no cambia, es lo que es, somos lo que somos. No puede ser que este último partido, esta final, sea calcada de todas nuestras vidas. Hay un espacio de redimir esos lugares donde todos ya sabemos que vamos a fracasar, a menos que un milagro nos deje maniobrar, todo está muy jugado. Tienen chances los compatriotas de dar vuelta el destino como lo hizo ayer Argentina y remontar no una, no dos, tres veces la adversidad en su expresión más acabada. Puedo escribir con rasgos poéticos para cualquier argentino que por casualidad llegué a este lugar que si, que todos podemos darla vuelta. Puedo recurrir también a ese estilo más cerrado y pendenciero con el cual escribía como también me relacionaba antes y escribir mira, de esta no salimos porque tataa metralleta de verdades. También puedo no hacer nada, abandonarme a no buscar el remate de todos los párrafos, en este lunes a nadie le importa mucho nada, yo misma me resisto a dejar ir este día donde sentí el borde del infarto mil veces. Pero ya es lunes y hay que seguir.


Hay un olor en el aire a hombres que es viril, te hace fuerte, se mezcla con otro que es ácido se acumula y si te tiran mucho contra una pared te arden los ojos. Corrientes es un gran baño público, dos minas se quieren agarrar a trompadas pero la marea de la propia gente la separa. No hay paz, hay cuerpos que flotan. Me subí a una camioneta con seis vagos que son de Boedo, yo soy de Boedo, en un acto de confianza que no tiene piso alguno, porque hoy justo no me va a pasar nada. Pero no me pasa nada. Mucha gente se arrodilla y llora, porque no podes llorar en la góndola frente al queso, quién quiere verse reducido a llorar por un alimento básico. Tengo miedo de que todo esto termine y los argentinos sufran más que antes, a las seis de la tarde con tres horas de triunfo encima todo sigue siendo un montón pero si me separo un poco de lo que pasa, de lo que a mi también me pasa, empiezo a sentir que es muy difícil retener esta felicidad tan emotiva, tan conmovedora e inmortal, es un tiempo presente que dure y se coma la semana, la quince y enero 2023. Al mismo tiempo nadie cae, mañana van a pensar si todo esto pasó de verdad y los números que nos cagan la vida van a seguir siendo los mismos. Pero de algo hay que agarrarse para no venirse abajo, para resistir, para armar una vida o sostenerse a uno mismo. Está bien llorar, está bien reír, no está tan mal ser argentino. Todos los meses pienso que este es mi último mes, no hay manera que yo pueda seguir teniendo una vida. Y me entra una plata o me pagan una nota o me tiran un libro para que edite. Entonces empieza otro mes donde digo lo mismo y vuelvo a sobrevivir. Llego al 31 y reseteo el año más duro de mi vida, es probable. Quedaría lindo decir que llego por el triunfo épico de la selección de Messi, pero no es por eso. Es salir a la calle para entender que casi no hay argentino que no esté como yo. Que estoy sola en una soledad más grande, que por una vez no me traga, es colectiva, no te corta en pedazos y te tira, más bien te abraza, todos los argentinos se abrazan hoy con fuerza en un partido colectivo de desesperanza que contradice la palabra y se anota un triunfo.


Me siento en una iglesia a descansar, tomo un litro de agua. Ayer escribí sobre fútbol y hoy también, en mis términos porque no conozco otros. Una cadena de oración de un cura, tres señoras y un chico de 25 años sostuvieron la invocación constante durante todo el partido que escucharon en una radio pequeña que sigue sobre uno de los bancos de madera. Argentina es esto, fútbol aunque no quieras, catolicismo aunque no quieras, fe, compasión, redimirse, perdonar, amarse los unos a lo otros Salgo de este ostracismo sagrado donde me metí luego de vivir un momento de gloria porque me suena el teléfono. Nada es tan importante porque hoy todo es importante. Yo pensé que este mundial, estos partidos, esta escalada en triunfo no me cambiaron. Pero me cambiaron. Queda escribir para saber bien en qué, porque escribir no es ganar nada, es conocerse y darse a conocer, es un mundo donde la intimidad no es valorada y tuvieron que pasar 36 años para entregarse al destino inexorable de determinarse al amar.


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