una muestra un sueño un portal
Mira hacia lo alto,
hacia tu arriba.
Desde arriba hacia abajo.
Y verás, como decían los sabios alquimistas
que “lo que está abajo está arriba y lo que está arriba está abajo”.
Ahora mira a tus costados.
verás, si tus ojos miran también hacia adentro,
un autorretrato que habla de ti mismo
y otra imagen multiplicada en el espacio.”
de Eduardo Gudiño Kieffer para Federico Klemm
Bajo del subte línea E, estación Entre Ríos y me acerco caminando a la calle Sarandí, al hogar de Gabriel Fortunato Chalabe, espacio que aloja SAGA, una serie de muestras coordinadas por Chalabe y María Venancio, que buscan entablar vínculos horizontales y procesos extensos de investigación y montaje.
Antes de llegar, a unos metros de la puerta, paso por entre medio de dos muchachos que toman vino de cajita. Cuando me ven tocando el timbre me preguntan gritando si arriba hay una fiesta o un coro. Se escucha una música particular que podría aplicar a ambas situaciones, de hecho, dudo en la respuesta. Creo que es una muestra de arte, les digo, pero podría ser una fiesta, y quizás podría ser un coro. Cuando salga les cuento, prometo, y subo las escaleras para ingresar en Aurora Austral.
Esta pregunta sobre la entidad de lo que está pasando arriba (¿fiesta?, ¿coro?, ¿ritual?) podría ser un buen prólogo para un texto de sala inexistente, uno que circule, inmaterial, en el entramado de visitantes a la muestra. Y es que en la propuesta de curaduría autoral de Desirée De Stefano no hay texto de sala. Aurora Austral es una muestra que nació en un sueño, en el cual una bruja, una especie de mujer monstruo, flotaba entre ramas secas, mientras un mantra salvador se repetía una y otra vez. Esto es lo primero que me cuenta Desirée, inscribiendo la muestra en el orden del mito, y empezando a desplegar en el aire un texto de sala posible, sin palabras escritas, que podría tener como introducción las ramas secas que se suspenden por encima de nuestras cabezas. Resuena en mi cabeza el principio de correspondencia inscripto en el Kybalión como es arriba es abajo, mientras miro hacia arriba, y me siento coronada por aquello que yacía inerte sobre el suelo y ahora flota más cercano al cielo.
Los objetos a los que dirigimos nuestra atención revelan la dirección que hemos tomado en la vida según Sara Ahmed y mi intuición es que hay una manera muy precisa en la cual esta muestra condensa algo del universo personal de la curadora en una delicada y sentida relación intersubjetiva entre sus afinidades, las artistas y los objetos seleccionados. Presiento que las imágenes interiores de Desirée son anteriores a la elección de artistas y obras, algo así como el paso del arcano II (La Sacerdotisa) al III (La Emperatriz) en el Tarot: primero un momento de formación, incorporación de saberes y gestación y luego la liberación de la energía en torno de la cual se organizan los universos.
No decir con un texto lo que se debe ver o esperar es un acto generoso, donde lo que está se ofrece abierto, susceptible de ser completado con la imaginación; un vacío que deja lugar a quien mira para que hile como quiera las sensaciones que le despierte el recorrido. Las obras y las activaciones en el espacio de la muestra no justifican la narración sino que participan del relato curatorial, del imaginario de Desirée. Se favorece un desvío del mensaje, si es que hay. En definitiva estamos dentro de su sueño. Eso es lindo que lo tengan en cuenta quienes visiten la muestra.
Al final del pasillo por el cual se ingresa a la galería y bajo las ramas, una crisálida hecha por Julia Padilla con el mechón de pelo castaño que perteneció a su abuela, me trae algo del mundo que evocan los objetos que viven su silenciosa historia a través de las generaciones. Entonces la primera invocación en este hechizo es hacia el mundo y la experiencia de vivir en la tierra, ser rama viva y secarse, ser una persona y morirse. Intentar transformar la materia tosca en oro, transmutar la oscuridad en luz. Todos los objetos de anticuario dispersos por el lugar, que han sido vueltos a poner en uso para la muestra, sirven de llamamiento a lo(s) que ya no están. ¿No es acaso el arte una forma de hacer presente la ausencia?. Se me figura que el estar entre tiene una intención y un peso aquí: flotar entre la vida y la muerte, entre el cielo y la tierra; entre lo divino y lo mundano, el sueño y la realidad; lo espiritual y lo profano. La iniciación es ese momento puente, ese momento umbral, que transcurre entre el lugar de la ignorancia y la adquisición de conocimiento.
Parada en el centro de la sala anoto en mi celular este pensamiento que de repente me interrumpe: ¿Cómo armar en el espacio un relato sobre lo misterioso? En primer lugar debería poder decirse algo del orden de la complejidad propia de lo que no puede verse a simple vista, pero sí sentirse o inferirse. En Aurora Austral, se pone en escena el espacio personal del alquimista, el mago o la bruja; piedras y amuletos de poder dan la bienvenida a este lugar que tiene mucho de conjuro, a partir de la reunión de elementos diferentes que convocan los cinco sentidos y probablemente uno más, algo así como una capacidad exteroceptiva espiritual. En algún sentido, es tanto una muestra propositiva sobre un posible ejercicio artístico o estilístico (hay aquí una premisa muy personal y contundente sobre lo que el ejercicio curatorial y el arte pueden ser), como es una puesta en escena de una remembranza o de una imaginación del pasado: la sala principal pareciera el cuarto de unx alquilmista o de unx misticx que se evaporó segundos antes, dejando atrás todos los objetos de su práctica. Se me antoja acá traer a colación de la imagen de evaporación la idea de que sustraer algo para devolver algo es la cualidad misma del arte.
Los elementos dispersos por la sala, algunos aportados por la misma curadora, algunos amuletos personales y las obras de las artistas (Julia Padilla, Concepción Covello, Renata Molinari, Qoa Nina Corti, Roberta Di Paolo, Yael Desbats,Julieta Amadeo) son huellas, vestigios: remiten a otras cosas pero no están necesariamente en representación de.
Lo aparente se abre a la referencia y simultáneamente encierra su verdadero misterio, de ahí su artisticidad. Y de ahí también la impresión mágica que desprenden. La muestra despliega objetos varios en todos los rincones, la recorrida pide una atención contemplativa y una inmersión en el efecto y las (e)mociones que lo aparentemente opuesto nos suscita: austeridad y opulencia, visible y vedado, terrenal y sagrado, pulcro y podrido; todo lo que resuene binómico es susceptible de ser integrado mediante una transmutación alquímica.
Una pista para quien visite y recorra: ocultar cosas en la exposición o ubicar objetos como claves, es una acción que agradece quien espera ver algo más que lo material aparente o está buscando activamente un secreto.
Los dulces peludos de Renata Molinari remiten a las piedras bezoares o piedras de los reyes, cálculos que se extraían de los intestinos de los animales y se guardaban como amuletos o como antídotos para contrarrestar dosis de veneno. Las estrictas órdenes de comer o no comer iluminan el símbolo de acceso al conocimiento o a la perdición, un momento iniciático clave en cualquier narrativa de los ritos de pasaje. En las bolitas cubiertas por pelos y vidrios, o en la advertencia “No me comas”, aparece algo de lo repulsivo o incluso lo peligroso, que es también un borde de lo iniciático: la cuota de riesgo que antecede a una promesa de conocimiento mayor.
El disco dorado con grabados de Qoa Nina Corti hace eco de aquel disco de oro de las Voyager, lanzado al espacio como un mensaje dentro de una botella. Es un instrumento de comunicación y también de llamamiento, algo que invoca. En silencio, lo rodeamos para mirar sus símbolos grabados, dispuestos como un antireloj. No marcan el tiempo pero inscriben un sentido vedado en la reverberación dorada que nos penetra casi sin advertirlo cuando Qoa lo activa.
Pero la clave de entrada a la muestra es sin dudas la gran mancha dorada y blanca detrás del placard (obra de Julieta Amadeo), que funciona como una invitación curatorial a transportarse a otro plano. Sirve de conexión al universo personal de la artista/curadora, como un punto de fuga que nos conecta con otros espaciostiempos, con otros textos, con otras obras y otras muestras. Una posibilidad de continuar la investigación y el imaginario a través de las paredes y de los espacios. Algo que indique que la muestra no tiene un principio ni un final, sino que estamos paradxs tan sólo en una de las instancias de este universo. A la manera en que propone Santi Villanueva en Diario de una exposición: “pasar la posta de una muestra a otra. Quizás algo de eso sea la curaduría.”
Poner un portal en una esquina, detrás de un placard, es una forma de escribir un texto curatorial sin palabras. Se insinúa otro lado misterioso donde el lenguaje no encarcela nada. Quizás puedan pasar sólo aquellxs que están dispuestxs a arrojarse.
Me voy de la muestra sin que Julieta me lea el I Ching, parte de la propuesta de activación a la que no llego. Al bajar y salir por Sarandí, me cruzo con los muchachos a los que les debo una respuesta. Y? ¿Qué era? me preguntan desde su propia fiesta. Difícil de contar, les respondo, mejor que suban y lo experimenten ustedes mismos.
Aurora Austral, curada por Desirée De Stefano con participación de les artistas Julia Padilla, Renata Molinari, Roberta Di Paolo, Yael Desbats, Qoa (Nina Corti), Concepción Covello y Julieta Amadeo
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