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  • Juan Laxagueborde

La desorganización negra


La sociedad no existe pero empuja. Todo se le ocurre a las personas y todo es hecho por ellas, pero entre el paisaje, entre lo que no dominan. María Moreno fue una de las mujeres ocurrentes que impulsaron el lema “Ni una menos” hace varios años. Hace algunas semanas cientos de miles de mujeres anduvieron por las calles del microcentro vestidas de negro, como un malón desplegado. En un momento avenida Corrientes parecía una performance del grupo La Organización Negra, con esa mezcla de pospunk, sobretodos, rímel y payasadas oscuras para aterrar a los aterrados. De esta doble negación nace un fuelle y del fuelle un aire que puede salir para cualquier lado. La Organización Negra caminaba por Florida a mitad de los ochenta asustando a la gente, participando de la ciudad como quien destapa ollas y desencadena el uso de la palabra tufo. En su actitud teatral vacía de promesas, desacomodante y menor, levantaban el asfalto para que se note el barro bajo la ciudad. Ellos venían del barro y se sabían condenados a él. ¿Pero no es así la vida de todos? Bueno, ahí están las que hoy día se lanzan a la ciudad sin presiones y una fuerza distante de cualquier idilio pasado. Un panorama de mujeres creando y destruyendo a la vez, todo lo contrario a la estructura. Un poco de la felicidad que implica no saber bien qué es lo que hay que hacer y ponerse a crear, a inventar. La desorganización vence al tiempo y al machismo. Tiene que haber una cuota de riesgo en las sensaciones para que merezcan este nombre. Los nombres son mucho más que palabras porque nos obligan a más. Aquella jornada lluviosa nos hizo acordar a María Moreno, justo ella, que acaba de editar su libro más infinito, una cantera para desdramatizar el peso de lo negro, para vestirse de negro y yirar.

Black out es olvido, corte, cierre de cortinas para que la moral y la luz no moleste, pozo ciego, amnesia a voluntad. Si un libro trata de eso garantiza que lo negro es el punto donde se traduce todo lo que se pierde, sea porque es una decisión bajo los efectos del pudor, sea porque de tanta intensidad el recuerdo terminó quemado. María Moreno escribe pegado lo que está junto. Tiene el estilo del que puede quebrar la pared que divide crítica y descripción. Con los escombros inventó un género, algo así como escribir las condiciones de melancolía toqueteada por sus propias manos y tocada por la varita del testigo en llamas. Black out repone la vida y la vibra de una mujer puesta. Encaja justo con el lector que compra libros para entender la ciudad, sus habitantes y misterios, el lector que no entiende qué hizo mientras todo sucedía allá lejos y hace tiempo o acá nomás. Con el pasado no se puede hacer nada más que invocarlo por su alegría, por sus cuitas, todas las taradeces que acumula, los espantos y las exageraciones. Pero con un libro que cuenta el pasado desde la ética de una colocada que, como Leónidas Lamborghini, aquí se pone, se puede rescatar a la vida verdadera del sueño. Claro, la vida verdadera tiene que armarse con dosis parecidas de afecto, extenuación, fiaca y temblores con el cuerpo como escenario, el centro bárbaro de todo lo que hay. En Black out reina lo que los sociólogos cualitativos llaman la "observación participante" como método, aunque el de Moreno es natural, le sale solo. Es etnógrafa por inercia, digamos que vive así. Todo mientras se bebe -ese es el verbo que elige explícitamente- whisky de toda calaña, con amigos que son bebedores entrenados como ella, que escriben para vivir y que viven porque tienen sed.

María Moreno vive en el pueblo como quien clasifica sin objetividad: lo investiga a la bartola. Su pueblo es un polirrubro de la conciencia, el paraíso del cronista, la fiesta de los que son curiosos realmente. Es insolente, diva, inadaptada y nunca redimida por ninguno de los males que la aquejan, ante los que no baja nunca su única guardia: el vaso transparente cargado de bebida también transparente, lo único por donde se puede entrever. Puede recordar a Walter Benjamin tomando vino suelto para recordar que la bebida es el amalgama de lo popular cuando la comunidad se quiere a sí misma y también evoca a un jovencito estudiante de Ciencia Política al que en el bar Alex de la recova del Once se le escapa esta definición erótica: "La democracia es el gobierno de los cuerpos". Valga la ambigüedad de la sentencia para arriesgar que María es populista de un modo particular: cree en la disolución parcial de las personas en algo que las supere. Contra sus propias palabras, puede ser considerada ascética, porque como decía Martínez Estrada, hay algo “eterno que expresan los artistas, los pensadores y los poetas: lo infinitamente variado y siempre lo mismo". Es una artista ascética aunque no gris, habitante de las imágenes narcóticas del Jardín de las delicias o del Cuadrado Negro, imposible de ignorar e infinito.

No sabemos por qué escribimos libros, por qué salimos a la calle a manifestar un malestar de modo colectivo, tampoco sabemos por qué vinculamos temas entre sí… La avenida Corrientes ya casi no resiste el peso de lo que en algún momento fueron sus bares o las veredas por donde muchos caminaron y amaron (cfr. El tomo II de los Diarios de Piglia). Participar de una multitud feminista en el microcentro, haciendo la previa en Avenida Corrientes y prolongando la tarde por Diagonal Norte, espeja algo de las imágenes de Black out pero al revés: en el libro está María rodeada de hombres muy diversos pero siempre hombres (cinco chongos que participan en diversos momentos de lo que llama “la pasarela del alcohol”), heterosexuales, clásicos, cáusticos y reservados en el trato con una mujer, que era sola, que tendía a trascenderlos mientras los amaba como podía, con todas las maneras de la fraternidad, incluida el sarcasmo. La imagen de octubre de 2016 es otra: miles de mujeres, algunos hombres acompañando, relacionándose con ellas y con la ciudad de un modo feminista, esto es sin la costumbre del miedo. Martín Legón suele construir unas piletas de agua negra que son un poco lápidas, un poco espejos a los que más vale no asomarse y otro poco paraísos con mala prensa. Tienen la pureza del mármol y la impureza del negro. En algún punto esas imágenes de Legón pueden ser la cuerda de donde tirar para que se levante una vida nueva, como un teatro chino dentro de un libro, un poco de fábula del lector que recuerda y a la vez camina las avenidas de la ciudad lamentando no haber estado en ellas en otro momento pero con una a favor: ahora está ahí gracias a un rumor, fue empujado a la calle, va a volver a su casa pero no va a volver a ser el mismo. Más lúcida y genial que nunca, María Moreno escribió Black out como sacándose de encima la memoria, desorganizándose porque se quiere bien viva. Quiero recordar esta frase que está al final del libro para marcarla en la historia de la paradoja como forma del conocimiento: "el desenfreno es una negociación".

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