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  • Maruki Nowacki

Productos insolados


Hay un lugar del que hablé muchas veces.

Porque sé que hay un enigma, algo que no encaja del todo.

O tal vez es que sólo me gusta la palabra que me lleva a nombrar: “insolados”, contar eso y describirlo. Mochilas de los años ochenta llenas de polvo en un local de vidrios sucios sobre Avenida Libertador. Un gato gordo duerme sobre la repisa o sube al mostrador. El chico que escucha música extraña con su amigo de apariencia punk te extiende alguno de los pocos útiles escolares que tiene a la venta mientras se extraña de que no conozcas el nombre de la banda. Nada parece sostener la existencia y actividad de este lugar tan absurdo que se mantiene en plena ciudad.

Lo insolado y lo albino. ¿Por qué, esa extraña pérdida del color, me intriga?

Mis amigos del verano a los seis años, después de jugar con nosotras al quién es quién, se perdían en el arrollo, para pescar cangrejos que dejaban al sol hasta que se volvían blancos.

Si pienso en estas escenas, las puedo emparentar a la insolada sensación de Malviaje: Obra de Alberto Romero, que parte del libro de poemas escrito por Gael Policano Rossi y editado por Milena Caserola. En el estreno se entregaba el libro al público junto a la entrada, como una hermandad constituída.

Hay una puesta en escena que toma como punto de partida el collage.

Según sean las condiciones de la sala se extienden mechones de pelo de peluca de colores estridentes sobre las mismas butacas o cubriendo un aljibe a modo de cortinado de viejo almacén, a modo de tótem, de advertencia o de anzuelo.

Lo que impresiona y a la vez atrae, algo pegajoso, ¿es eso el asco?

¿Una mosca molesta, un ruido?

¿Qué dice el ruido? ¿Es eso el miedo?

¿Es esto una invitación? Resulta algo perversa, ¿Dónde estamos siendo invitados?

Los actores están vestidos de blanco con rubias pelucas,

No se especifica quiénes son ni cuáles son sus vínculos.

No hay una estructura por fuera de ese decorado.

Los personajes hablan solos, por turnos, se escuchan sus voces.

se entiende el tono, aúllan, saltan como animales asustados.

Se esconden en palabras y cantan canciones conocidas.

Como otro collague, que atraviesa este lugar indefinido, habitado y sostenido por algunos pocos objetos entre barbies enredadas y rotas.

Como una tribu perdida, parecen invocar tiempos lejanos.

Algo de lo que no puedo precisar de lo que veo me conmueve , algo mío pasa por delante de esta teatralidad escénica que articula entre los cinco actores,el esqueleto de algo más: indescifrable, porque lo elemental está perdido. Inquietante porque ahí lo vemos aún presente, cubierto de ritual.

Como una nota que activa otra nota y así.

Suena muy en lo hondo lo conocido, ¿Y es así? ¿Es esa melodía, la nostalgia?

En un viejo documental, cuenta el hermano de Luca Prodan cómo le explicaba su modo de grabar cassettes:

“Para que algo se mantenga vibrando en el tiempo,

tiene que estar vivo en el momento en que lo grabás.

Acá dentro está el motivo.

Es una falsa desprolijidad ,es un falso caos.”

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