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Mencius Moldbug

UN MANIFIESTO FORMALISTA

El otro día estaba dando vueltas en mi garaje y decidí construir una nueva ideología.

¿Qué? ¿Qué quiero decir con esto? ¿estoy loco o algo así? En primer lugar, no se puede simplemente construir una ideología. Las ideologías se transmiten a través de los siglos, como las recetas de lasaña. Necesitan envejecer, como el bourbon. No se puede tomar directamente del alambique.

imaginate lo que pasaría si intentas hacerlo. ¿Qué causa todos los problemas del mundo? La ideología ¿Qué tienen en común Bush y Osama? Ambos son locos ideológicos ¿Se supone que necesitamos más de eso?

Además, simplemente no es posible construir una nueva ideología. La gente ha estado hablando de ideología desde que Jesús era un niño pequeño ¡Por lo menos! ¿Y supuestamente yo voy a lograr mejorar esto? ¿Una persona al azar en Internet, que encima abandonó sus estudios de posgrado, y que no sabe ni griego ni latín? ¿Quién me creo que soy?

Todas las objeciones son excelentes. Respondámoslas y luego hablemos de formalismo.

Primero, por supuesto, hay un par de ideologías tradicionales que envejecieron bellamente y que nos llegan hoy a través de Internet con un nivel de detalle glorioso. Se reconocen mediante muchos nombres, pero vamos a llamarlas progresismo y conservadurismo.

Mi resentimiento con el progresismo es que durante al menos los últimos 100 años, la gran mayoría de los escritores, pensadores y personas inteligentes en general han sido progresistas. Esto es así hasta la actualidad, a menos que haya habido algún tipo de distorsión del espacio en Internet y mis palabras se estén transmitiendo en vivo por Fox News. Cualquiera que lea esto, está básicamente leyendo a partir de una ideología progresista.

Quizás esto podría afectar ligeramente la capacidad de las personas para ver cualquier problema que pueda existir en la cosmovisión progresista.

En cuanto al conservadurismo, podríamos decir que no todos los musulmanes son terroristas, pero la mayoría de los terroristas son musulmanes. Del mismo modo, no todos los conservadores son cretinos, pero la mayoría de los cretinos son conservadores. El movimiento conservador estadounidense moderno, que es paradójicamente mucho más joven que el movimiento progresista -aunque solo se deba a que tuvo que reinventarse después de la dictadura de Roosevelt- se ha visto claramente afectado por esta audiencia. También sufre la coincidencia electoral de que tiene que despreciar todo lo que adora el progresismo, un extraño defecto de nacimiento que no parece tratable.

La mayoría de las personas que no se consideran "progresistas" o "conservadores" son una de estas dos cosas: O son "moderados" o son "libertarios".

En mi experiencia, la mayoría de las personas sensatas se consideran "moderadas", "centristas", "independientes", "sin idolología", "pragmáticas", "apolíticas", etc. Teniendo en cuenta las vastas tragedias provocadas por la política del siglo XX, esta actitud es bastante comprensible. También es, en mi opinión, responsable de la mayor cantidad de muertes y destrucción en el mundo actual.

La moderación no es una ideología. No es una opinión. No es un pensamiento. Es una ausencia de pensamiento. Si crees que el status quo actual es justo, entonces probablemente creerías lo mismo si una máquina del tiempo te transportara a Viena en 1907. Pero si recorres Viena en 1907 diciendo que debería haber una Unión Europea, que los africanos y los árabes deberían gobernar sus propios países e incluso colonizar Europa, que cualquier forma de gobierno es mala excepto la democracia parlamentaria, que el papel moneda es bueno para los negocios, que todos los médicos deberían trabajar para el estado, etc., etc., bueno, probablemente podrías encontrar personas que estuvieran de acuerdo con vos. Ellos no se llamaban a sí mismos "moderados", y nadie más lo haría.

No, si eras alguien moderado en Viena en 1907, pensarías que Franz Josef era lo mejor de lo mejor. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre los eurócratas y los Habsburgo? es algo bastante difícil de decir.

En otras palabras, el problema con la moderación es que el lugar del "centro" no está resuelto. Se mueve. Entonces, como el centro se mueve, y la gente es gente, la gente tratará de moverlo. Esto crea un incentivo para la violencia, algo que los formalistas intentamos evitar. Diré algo más sobre esto en un momento.

Eso toca a los libertarios. Ahora, amo a los libertarios hasta la muerte. Mi CPU tiene un enlace abierto permanente al Instituto Mises. En mi opinión, cualquiera que haya elegido intencionalmente permanecer ignorante del pensamiento libertario (y, en particular, del de Mises y Rothbard), en una época en la que un par de clics con el mouse te pueden dar una dosis de libertarianismo suficiente como para ahogar a un alce, no es una persona intelectualmente seria. Además, soy un programador de computadoras que ha leído demasiada ciencia ficción -dos factores de riesgo principales para el libertarianismo- así que solo podría decir lee a Rothbard y acaba con este asunto.

Por otro lado, es difícil evitar darse cuenta de dos hechos básicos sobre el universo. Uno es que el libertarismo es una idea extremadamente obvia. El otro es que nunca se ha implementado con éxito.

Esto no prueba nada. Pero lo que sugiere es que el libertarismo es, como sus detractores lo demuestran, una ideología esencialmente impráctica. Me encantaría vivir en una sociedad libertaria. La pregunta es: ¿hay un camino para llegar a allá? Y si algún día logramos llegar, ¿nos quedaríamos? Si tu respuesta a ambas preguntas es obviamente "sí", tal vez tu definición de "obvio" no sea la mía.

Por eso decidí construir mi propia ideología: el “formalismo”.

Por supuesto, no hay nada nuevo en el formalismo. Progresistas, conservadores, moderados y libertarios reconocerán grandes porciones de sus propias realidades no digeridas. Incluso la palabra "formalismo" está tomada del formalismo legal, que es básicamente la misma idea con un atuendo más modesto.

No soy Vizzini. Solo soy un tipo que compra muchos libros oscuros usados​,y no tiene miedo de procesarlos, ponerles picante y cambiar el nombre del resultado como una especie de surimi político. Casi todo lo que tengo que decir está disponible, con mejor escritura, más detalles y mucho más conocimiento, en Jouvenel, Kuehnelt-Leddihn, Leoni, Burnham, Nock, etc., etc.

Si nunca oíste hablar de ninguna de estas personas, yo tampoco lo había hecho hasta que comencé el procedimiento. Si eso te asusta, está bien, debería asustarte. Reemplazar tu propia ideología es muy parecido a una cirugía cerebral que podés hacer vos solo. Requiere paciencia, tolerancia, un alto umbral de dolor y manos muy firmes. Quienquiera que seas, ya tienes una ideología ahí, y si quisiera salir, lo habría hecho por sí sola.

No tiene sentido comenzar este desordenado experimento solo para instalar alguna otra ideología solo porque alguien lo dice. El formalismo, como veremos, es una ideología diseñada por geeks para otros geeks. No es un kit. No viene con pilas. No podés simplemente instalarlo. En el mejor de los casos, es un punto de partida aproximado para ayudarte a construir tu propia ideología como un bricolaje. Si no te sentís cómodo trabajando con una sierra de mesa, un osciloscopio y un autoclave, el formalismo no es para vos.

Dicho esto:


La idea básica del formalismo es que el problema principal en los asuntos humanos es la violencia. El objetivo es diseñar una forma para que los humanos interactúen, en un planeta de tamaño sorprendentemente limitado, sin violencia.


Especialmente la violencia organizada. Al lado de la violencia organizada del humano sobre el humano, un buen formalista cree que todos los demás problemas -pobreza, calentamiento global, decadencia moral, etc., etc., etc.- son básicamente insignificantes. Quizás, una vez que nos liberemos de la violencia podamos preocuparnos un poco por la decadencia moral, pero dado que la violencia organizada mató a un par de cientos de millones de personas en el último siglo, mientras que la decadencia moral nos dio el “bailando por un sueño", creo que las prioridades son bastante claras.

La clave es ver esto no como un problema moral, sino como un problema de ingeniería. Cualquier solución que resuelva el problema es aceptable. Cualquier solución que no resuelva el problema no es aceptable.

Por ejemplo, existe una idea llamada pacifismo, que es parte del conjunto general de ideas del progresismo, que afirma ser una solución para la violencia. Desde mi perspectiva, la idea del pacifismo dice lo siguiente: si vos y yo no somos violentos, todos los demás tampoco lo serán.

No tengo ninguna duda de que el pacifismo es efectivo en algunos casos. En Irlanda del Norte, por ejemplo, parece ser el caso. Pero hay una especie de lógica del "centésimo mono” que constantemente elude mi mente lineal y occidental. Me parece que si todos somos pacifistas y una persona decide no serlo, esa persona terminará gobernando el mundo. Hm...

Hay una dificultad adicional, la definición de "violencia" no es algo tan obvio. Si te sustraigo con sutileza la billetera, y después me perseguís con tu Glock para rogarme que te la devuelva, ¿cuál de nosotros sería el violento? Supongamos que digo, bueno, era tu billetera -pero... ¿ahora es mi billetera?-.

Esto sugiere, al menos, que necesitamos una regla que nos diga de quién es la billetera. La violencia, entonces, es cualquier cosa que rompa la regla o la reemplace por una regla diferente. Si la regla es clara y todos la siguen, no hay violencia.


En otras palabras, violencia es igual a conflicto más incertidumbre. Mientras haya billeteras en el mundo, el conflicto existirá. Pero si podemos eliminar la incertidumbre -si hay una regla inequívoca e inquebrantable que nos diga, de antemano, de quién es la billetera- no tengo ninguna razón para deslizar mi mano en tu bolsillo, y no tienes ninguna razón para correr detrás de mí disparando al aire salvajemente. Ninguna de nuestras acciones, por definición, puede afectar el desenlace del conflicto.

La violencia de cualquier tipo no tiene sentido sin la incertidumbre. Consideremos una guerra. Si un ejército sabe de antemano que perderá la guerra, tal vez por el consejo de algún oráculo infalible, no tiene razón alguna para pelear. ¿No sería mejor rendirse y que acabe de una vez?

Pero esto solo ha multiplicado nuestras dificultades. ¿De dónde vienen todas estas reglas? ¿Quién las hace irrompibles? ¿Quién llega a ser ese oráculo? ¿Por qué la billetera es “tuya” en lugar de “mía”? ¿Qué pasa si no estamos de acuerdo con eso? Si hay una regla para cada billetera, ¿cómo podemos hacer que todos las recuerden? Y supongamos que no sos vos, sino yo, el que tiene la Glock ¿que pasaría con esas reglas?

Afortunadamente, los grandes filósofos han pasado muchas horas reflexionando sobre estos detalles. Las respuestas que te doy son de ellos, no mías.

Primero, una forma sensata de hacer reglas es que estés sujeto a ellas si, y solo si, las aceptas. No tenemos reglas hechas por los dioses en ninguna parte. Lo que tenemos en realidad no son reglas, sino acuerdos. Seguramente, aceptar algo y luego, según tu propia conveniencia, no estar de acuerdo con ello, es el acto de un canalla. De hecho, cuando se llega a un acuerdo, el acuerdo en sí puede incluir las consecuencias de este tipo de comportamiento irresponsable.

Si eres un hombre salvaje y no aceptas nada, ni siquiera que no matarás a personas al azar en la calle, está bien. Ve y vive en la jungla, o algo así. No esperes que nadie te deje caminar por su calle, más de lo que tolerarían, por ejemplo, a un oso polar. No hay un principio moral absoluto que diga que los osos polares son malos, pero su presencia no es compatible con la vida urbana moderna.

Ahora estamos empezando a ver dos tipos de acuerdos. Existen acuerdos con otras personas específicas: aceptó pintar tu casa, y vos aceptas pagarme. Y hay acuerdos como: "No mataré a nadie en la calle". Pero, ¿son estos acuerdos realmente diferentes? No lo creo. Creo que el segundo tipo de acuerdo es simplemente un acuerdo con el propietario de la calle.

Si las billeteras tienen dueños, ¿por qué las calles no deberían tener dueños? Las billeteras tienen que tener dueños, obviamente, porque al final alguien tiene que decidir qué pasa con la billetera. ¿Se queda en tu bolsillo, o en el mío? Las calles se mantienen en su lugar, pero aún hay muchas decisiones que tomar, ¿Quién allana la calle? ¿Cuándo y por qué? ¿Se permite que las personas maten a personas en la calle o es una de esas calles especiales en las que no se puede matar? ¿Qué pasa con los vendedores ambulantes? Y podríamos seguir haciéndonos preguntas de este tipo.

Obviamente, si yo tengo la avenida libertador y vos tenés Figueroa Alcorta y Udaondo, la posibilidad de una relación compleja entre nosotros no es trivial. Y la complejidad viene con la ambigüedad, que está al lado de la incertidumbre, y las Glock vuelven a salir a la calle. Entonces, de manera realista, probablemente estemos hablando más de no poseer calles, sino de unidades más grandes y definidas con mayor claridad: barrios, tal vez, o incluso ciudades.

¡Poseer una ciudad! Ahora eso sería genial. Pero nos remite a un problema que hemos omitido por completo: quién es dueño de qué ¿Cómo decidimos? ¿Merezco poseer una ciudad? ¿Soy tan meritorio? Creo que lo soy. Tal vez podrías conservar tu billetera y yo podría quedarme con, por ejemplo, Buenos Aires.

Hay una idea llamada justicia social en la que mucha gente cree. La noción es, de hecho, bastante universal. Lo que nos dice es que la Tierra es pequeña y tiene un conjunto limitado de recursos, como las ciudades, que todos tanto queremos. Pero no todos podemos tener una ciudad, o incluso una calle, por lo que debemos compartirlas. Porque todos nosotros, las personas, somos iguales y nadie es más igual que los demás.

La justicia social suena muy bien. Pero hay tres problemas con eso.

El primero es que muchas de estas cosas bonitas no son directamente comparables. Si yo consigo una manzana y vos te quedas con una naranja, ¿somos iguales? Uno podría debatir sobre este tema con una Glock.

El segundo es que incluso si todos comienzan en igualdad de condiciones, las personas son diferentes, tienen necesidades y habilidades diferentes, etc., y el concepto de propiedad implica que si posees algo que podés dárselo a otra persona, no es probable que todo se mantenga igual. De hecho, es básicamente imposible combinar un sistema en el que los acuerdos se mantienen con uno en el que la igualdad se mantiene.

Esto nos dice que si intentamos imponer la igualdad permanente, probablemente podamos esperar violencia permanente. No soy un gran fanático de la "evidencia empírica", pero creo que esta predicción se corresponde bastante bien con la realidad.

Pero el tercer punto, que es el más letal, por así decirlo, es que acá no estamos tratando de diseñar una utopía abstracta. Estamos tratando de arreglar el mundo real, el cual, en caso de que no lo hayas notado, está extremadamente complicado. En muchos casos, no hay un acuerdo claro sobre quién posee qué (Palestina, ¿es de alguien?), Pero la mayoría de las cosas buenas en el mundo parecen tener una cadena de control bastante definida.

Si tenemos que empezar por igualar la distribución de bienes, o de hecho cambiar esta distribución, nos estamos colocando innecesariamente en un lugar complicado. Estamos diciendo, venimos en paz, creemos que todos deben ser libres e iguales, abracémonos. Pon tus brazos a mi alrededor. ¿Sientes ese bulto en mi bolsillo trasero? Sí, eso es lo que crees que es. Y está cargada. Ahora entrega tu ciudad/billetera/manzana/naranja, porque conozco a alguien que la necesita más que vos.

El objetivo del formalismo es evitar este pequeño y desagradable desvío. El formalismo dice: vamos a averiguar exactamente quién tiene qué, ahora, y le vamos a dar un pequeño certificado de lujo. No entremos en el detalle del quién debería tener qué. Porque, nos guste o no, esto es simplemente una receta para más violencia. Es muy difícil encontrar una regla que explique por qué los palestinos deberían recuperar a Haifa, y no explica por qué los galeses deberían recuperar a Londres.

Hasta ahora esto probablemente se parezca mucho al libertarianismo. Pero hay una gran diferencia.

Los libertarios pueden pensar que los galeses deberían recuperar Londres. O no. Todavía no estoy seguro de poder interpretar a Rothbard en esto, lo cual es, como hemos visto, un problema en sí mismo.

Pero si hay una cosa que todos los libertarios creen, es que los estadounidenses deberían recuperar a Estados Unidos . En otras palabras, los libertarios (al menos, los verdaderos libertarios) creen que los Estados Unidos son básicamente una autoridad ilegítima y usurpadora, que los impuestos son un robo, que esencialmente son tratados como animales por esta mafia armada, extraña y oficial, que de alguna manera convenció a todos los demás en el país a adorarlos como si fueran la Iglesia de Dios o algo así, y no solo un grupo de tipos con insignias de fantasía y armas grandes.

Un buen formalista no quiere nada de esto.

Porque para un formalista, el hecho de que Estados Unidos pueda determinar lo que sucede en el suelo norteamericano entre el paralelo 49 y el Río Bravo significa que es la entidad que posee ese territorio. Y el hecho de que EE. UU. Extraiga pagos regulares de los animales antes mencionados no significa más que eso, que posee el derecho de hacerlo. Las diversas maniobras y pseudolegalidades por las que adquirió estas propiedades son solo historia. Lo que importa es que las tiene ahora y no quiere cederlas, como tampoco vos querés darme tu billetera.

Si la responsabilidad de desembolsar parte de tus ganancias te convierten en un siervo, entonces eso es lo que son los estadounidenses: siervos.

Siervos corporativos, para ser exactos, porque los Estados Unidos no son más que una corporación. Es decir, una estructura formal mediante la cual un grupo de individuos acepta actuar colectivamente para lograr algún resultado.

Así que soy un siervo corporativo... ¿Es eso algo tan horrible? Parece que ya estoy bastante acostumbrado. Dos días a la semana trabajo para alguien que no se quien es ¿Importa realmente a nombre de quién se escribe el cheque?

La distinción moderna entre corporaciones "privadas" y "gobiernos" es en realidad un desarrollo bastante reciente. Los Estados Unidos son algo ciertamente diferentes de, digamos, Microsoft, y se diferencian en el hecho de que los Estados Unidos manejan su propia seguridad. Por otro lado, al igual que Microsoft depende de EE. UU. para su seguridad, EE. UU depende de Microsoft para su software. No está claro por qué esto debería hacer que una de estas corporaciones sea especial y la otra no especial.

Por supuesto, el propósito de Microsoft no es escribir software, sino ganar dinero para sus accionistas. La American Cancer Society también es una corporación, y también tiene un propósito. Sin embargo yo he perdido mucho trabajo debido al "software" de Microsoft que, francamente, no va a ninguna parte, y el cáncer todavía parece estar dando vueltas por ahí.


Sin embargo, en caso de que el CEO de Microsoft o La American Cancer Society esté leyendo esto, realmente no tengo ningún mensaje para darle. Él sabe mejor que yo lo que está tratando de hacer y su gente probablemente está haciendo el mejor trabajo posible. Y si no es así, ya debería haber despedido a esos bastardos.

No tengo idea de cuál es el propósito de los Estados Unidos.

He oído que hay alguien que supuestamente lo dirige. Pero parece que ni siquiera es capaz de despedir a sus propios empleados, lo que probablemente sería algo bueno. Porque mi impresión es que, básicamente, el Presidente tiene tanto efecto en las acciones de los Estados Unidos como el Emperador Soberano Celestial, el Divino Mikado, tiene en las acciones de Japón. Es decir, prácticamente ninguno.

Obviamente, los Estados Unidos existen. Obviamente, hace cosas. Pero la forma en que decide qué cosas va a hacer es tan opaca que, para cualquier persona que no está al tanto de los intereses de los funcionarios del gobierno, puede parecer tan extraño como practicar la adivinación a partir de la inspección de las entrañas de un animal sacrificado.

Este es el manifiesto formalista: Estados Unidos es solo una corporación. No es una verdad mística consignada a nosotros a través de generaciones. No es el repositorio de nuestras esperanzas y temores, la voz de la conciencia y la espada vengadora de la justicia. Es solo una compañía grande y antigua que posee una gran cantidad de activos, no tiene una idea clara de lo que está tratando de hacer con ellos, y se mueve como un tiburón gordo, dentro de una pequeña pecera, con tinta roja saliendo de sus branquias.

Para un formalista, la manera de arreglar a los Estados Unidos es prescindir del antiguo mambo místico, los rezos colectivos y los himnos de guerra, descubrir quiénes son los dueños de esta monstruosidad y dejar que ellos decidan qué diablos van a hacer con esto. No creo que sea una locura decir que todas las opciones -incluso la reestructuración y la liquidación- deberían estar sobre la mesa.

Ya sea que estemos hablando de los EE. UU., Buenos Aires o tu billetera, un formalista solo estará contento cuando la propiedad y el control sean lo mismo. Por lo tanto, para volver a formalizar, necesitamos averiguar quién tiene el poder real en los EE. UU., Y asignar las acciones de tal manera que se reproduzca esta distribución lo más cerca posible.

Por supuesto, si crees en el mambo místico, probablemente dirás que todos los ciudadanos deberían recibir una parte. Pero esa es una visión bastante fantasiosa de la estructura de poder real de los Estados Unidos. Recordemos que nuestro objetivo no es averiguar quién debería tener qué, sino averiguar quién tiene qué.

Por ejemplo, si el New York Times aprobara nuestro plan de re-formalización, sería mucho más probable que pueda ser llevado a cabo. Esto sugiere que el New York Times tiene bastante poder y, por lo tanto, que debería tener algunas acciones.


Pero para... para, para, para. Todavía no hemos respondido la pregunta. ¿Cuál es el propósito de los Estados Unidos? Supongamos que, únicamente con fines ilustrativos, entregamos todas las acciones al New York Times. ¿Qué haría "Punch" Sulzberger con su nuevo y reluciente país?


Muchas personas, probablemente incluyendo al Sr. Sulzberger, parecen pensar en los Estados Unidos como una empresa de caridad. Al igual que la American Cancer Society, solo que con una misión más amplia. Quizás el propósito de los Estados Unidos sea simplemente hacer el bien en el mundo.


Esta es una perspectiva muy comprensible. Seguramente, si algo no está bien en el mundo, puede ser vencido por una mega caridad gigantesca y fuertemente armada, con bombas H, una bandera y 250 millones de siervos. De hecho, teniendo en cuenta las prodigiosas dotaciones de esta gran institución filantrópica, en realidad es bastante sorprendente que haga tan poco bien.

Quizás esto tenga algo que ver con el hecho de que se ha manejado de manera tan poco eficiente que no ha equilibrado su presupuesto desde la década de 1830. Tal vez, si se reformalizan los EE. UU., se manejan como un negocio real y se distribuyen sus acciones entre un gran conjunto de organizaciones benéficas separadas, cada una con un estatuto específico para un propósito específico real, podría ocurrir algo más positivo.

Por supuesto, los Estados Unidos no solo tiene activos. Lamentablemente, también tiene deudas. Algunas de estas deudas, como las letras del tesoro, ya están muy bien formalizadas. Otras, como el seguro médico y social, son informales y están sujetos a incertidumbres políticas. Si estas obligaciones se reformalizaran, sus beneficiarios solo podrían beneficiarse. Por supuesto, se convertirían así en instrumentos negociables y podrían, por ejemplo, venderse. Quizás a cambio de crack. Por lo tanto, la reformalización nos obliga a distinguir entre propiedad y caridad, un problema difícil pero importante.

Todo esto no responde a la pregunta: ¿son útiles los estados-nación, como los EE. UU? Si se volviera a formalizar los Estados Unidos, esta pregunta quedaría en manos de sus accionistas. Quizás las ciudades funcionan mejor cuando son de propiedad y operación independiente. Si es así, probablemente deberían ser tratados como corporaciones separadas.

La existencia de ciudades-estado exitosas como Singapur, Hong Kong y Dubai sin duda sugiere una respuesta a esta pregunta. Como sea que los llamemos, estos lugares son notables por su prosperidad y su relativa ausencia de política. De hecho, tal vez la única forma de hacerlos más estables y seguros sea transformarlos de corporaciones efectivamente familiares (Singapur y Dubai) o subsidiarias (Hong Kong), a propiedad pública anónima, eliminando así el riesgo a largo plazo que la violencia política podría desarrollar.

Ciertamente, la ausencia de democracia en estas ciudades-estado no las ha hecho comparables de ninguna manera con la Alemania nazi o la Unión Soviética. Cualquier restricción a la libertad personal que mantengan parece estar dirigida principalmente a prevenir el desarrollo de la democracia, una preocupación comprensible dada la historia del gobierno del pueblo. De hecho, tanto el Tercer Reich como el mundo comunista a menudo afirmaban representar el verdadero espíritu de la democracia.

Como nos demuestra Dubai en particular, un gobierno (como cualquier corporación) puede ofrecer un excelente servicio a los clientes sin ser propietario o propiedad de ellos. La mayoría de los residentes de Dubai ni siquiera son ciudadanos. Si el jeque Al Maktoum tiene un plan astuto para atraparlos a todos, encadenarlos y hacer que trabajen en las minas de sal, lo está haciendo de una manera muy astuta.

Dubai, como lugar, no tiene casi nada recomendable. El clima es horrible, las cosas dignas de ver son inexistentes y los vecindarios son atroces. Es diminuto, está en medio de la nada, y rodeado de maníacos enloquecidos por Alá. No obstante, tiene una cuarta parte de las grúas del mundo y está creciendo como una maleza. Si permitimos que Maktoum maneje, por ejemplo a Buenos Aires ¿Qué pasaría?

Una conclusión del formalismo es que la democracia es -como acordaron la mayoría de los escritores antes del siglo XIX- un sistema de gobierno ineficaz y destructivo. El concepto de democracia sin política no tiene ningún sentido, y como hemos visto, la política y la guerra son un continuo. La política democrática se entiende mejor como una especie de violencia simbólica, como decidir quién gana la batalla según cuántas tropas trajo.

Los formalistas atribuyen el éxito de Europa, Japón y los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial no a la democracia, sino a su ausencia. Si bien conserva la estructura simbólica de la democracia, al igual que el Principado romano mantuvo el Senado, el sistema occidental de posguerra ha asignado casi todo el poder real de toma de decisiones a sus funcionarios y jueces, que son "apolíticos" y "no partidistas", es decir, no democráticos.

Debido a la ausencia de un control externo efectivo, estos servicios civiles se administran más o menos a sí mismos, como cualquier empresa sin dirección, a menudo parecen existir y expandirse solo en aras de la existencia y la expansión. Pero evitan el sistema de despojos que inevitablemente se desarrolla cuando el tribunal del pueblo tiene el poder real. Y hacen un trabajo razonable, aunque difícilmente estelar, de mantener cierta apariencia de ley.

En otras palabras, la "democracia" parece funcionar porque no es en realidad una democracia, sino una implementación mediocre del formalismo. Esta relación entre el simbolismo y la realidad ha sido probada de manera deprimente en Irak, donde no existe ninguna ley en absoluto, pero ha sido dotada con la forma más pura y elegante de democracia (representación proporcional), y ministros que en realidad parece que dirigen sus ministerios. Si bien la historia no realiza experimentos controlados, seguramente la comparación de Irak con Dubai es un buen caso para hablar de la superioridad del formalismo sobre la democracia.

A Formalist Manifesto, Mencius Moldbug. 2007 Traducción: Mario Scorzelli

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