Artesanía y homúnculos
Siento en mi boca, entre mi lengua o pegado al paladar, un cuadrado, un resto de sal, vidrio en su mínima expresión, casi sin espesor, pero afilado como púa me corta en jirones. Si lo dejara quieto, no lo sentiría, pero una compulsión me promete paz si logro expulsarlo de mi jaula de hueso. Fallo, en cambio, con paciencia, entre la carne viva de mis encías, pulo con cariño, amasando en saliva capas y capas de mí que recubran cada vértice de ese grano, ese mineral. Sería su propio cuerpo, con un poco del mundo y mucho de mí, libre para explorarse sin molde. Si alguien pudiese mostrar esa perla hecha de incomodidad, me gustaría que lo hiciese en un templo mediterráneo, de azul alfombrado y blancas columnas. Como en Galería Grasa, que esta la muestra Josha Berrueca, de Ale Moreyra con curaduría de Antonella Agesta.
Ahí, apenas se ingresa por ese portón podemos ver una pared llena de pequeños retablos, pinturas objetos pintados con la minuciosidad del artesano y el entusiasmo de quien pasa niveles de un videojuego. Las texturas emulan codiciables mármoles sobre los cuales se evocan bodegones, exuberantes riquezas de una europea fantasía. Hay homúnculos que se retuercen en el medio, pastas blancas listas para sugerir vaporosos volúmenes o carnes trémulas, adornados con cadenas y coronados con brillos y resplandores quizás hasta se hayan apropiado de un trono. En frente, unas repisas sostienen a las madres de esas criaturas, unas fuentes pulposas de acero en el medio de tremendos riscos derraman sus aguas, que se vacían a medida que avanzan las horas del día, mañana, tarde y noche. En conjunto, estamos en una bóveda para contemplar reflejos, misterios, pequeños efectos destilados en un taller y ahora revelados.
Imagino las ceremonias en esos templos, quizás un templo en la isla de esa civilización perdida que adoraba a los toros, o frente a las costas del mar muerto con unas antorchas. Imagino, decía, ceremonias que palidecen frente a las que se hacen en Grasa. Con amplia sonrisa, Alejandro invita a descubrir, con entusiasmo y sencillez, los secretos de cómo obtener perlas, explicando procesos, puntos de referencia y sobre todo invitando a compartir un momento de placer por el trabajo.
Llega un momento donde cada detalle de esta perla irregular está en su lugar, no se puede seguir puliendo. Justo después de quedarme sin saliva. Cuando no puedo lustrar más su brillo, cuando estén por abrirme a la fuerza o con un suave gesto me encuentren extenuada en el fondo oceánico. Cuando descarten de mi todo lo que no haya sido mi trabajo, me veré reflejada en él, espero verme como en ese templo mediterráneo, de azul alfombrado y blancas columnas.
sobre "Josha Berrueca" de Alejandro Moreyra curada por Antonella Agesta
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