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  • Simón Waiman

Carta enviada desde el futuro



Mi nombre es Simón Waiman, soldado de las fracciones que disputan el hemisferio septentrional en el año 2042.


Les hago llegar esta carta a ustedes desde el barro de una trinchera, y con una máscara con la que apenas puedo respirar, a ustedes si, la generación de mis padres, mis pobres padres que jamás podían haber imaginado este futuro de degradación y muerte que me está tocando vivir.


Nací en una provincia feliz en un país próspero y colorido, donde aún existían flores y afectos. Mi padre un empleado bancario, un lugar que ya no existe donde la gente depositaba su dinero, mi padre amaba su huerta, sus plantas y su contacto con la tierra fresca después de interminables horas de oficinas y de luces de neón, y mi madre, una mujer de manos tibias, amante de los libros y cuyo mayor placer era educar. De ambos solo me queda el recuerdo del recuerdo, algo ya muy lejano.


Ahora esos recuerdos de mi infancia vienen a mi como en sueños, los únicos sueños considerando que para soñar hay que dormir y dormir hoy no se puede a menos que te libere la muerte.


En aquel mundo, que no era al final más que una frágil burbuja éramos felices, o por lo menos creíamos intentar serlo, una felicidad efímera que un monstruo al que llamaban la red social terminó por destrozar. Todos creyeron ver en aquello un gran avance, todas las voces son una decían y creían la fantasía de que entre todos el paraíso en la tierra era posible formando una comunidad de voces.

Hoy con mis manos empapadas de sangre y barro pude comprender algo que aquella gente de la generación pasada, por maldad, ignorancia u omisión, decidieron dar la espalda, y es el hecho de que para cualquier humano es siempre y por naturaleza más fácil recordar y apasionarse por todo lo malo mucho antes que por lo bueno que es pasivo y aburrido. No vieron o no quisieron ver, por vanidad y avaricia, que la comunicación de todos con todos es capaz de crear fracciones divididas donde cualquier forma de afecto y empatía desaparece por completo.

Se creyeron mejores que mis abuelos y que cualquier generación pasada al descubrir que sus voces se hacían eco y que su eco volvía a sus oídos en odio y descarga contra otra facción opuesta.

Un día la facción más violenta, o sea la vencedora, creyó descubrir que la única forma de crear un mundo mejor era acabando con el que conocieron hasta entonces, que libertad significa desigualdad y que con esa máquina que llamaban red social podían unificarse para acabar con un sistema de libertades injustas, se organizaron con este aparato y salieron a quemar y destruir con el fin de reconstruir todo en igualdad de voces y de esta forma estaban seguros de que habrían de acabar con la injusticia, se llamaban unos a otros a través de este horrible aparato e indagaban buscando información sobre cualquier disidencia para salir a combatirla hasta que llegaron a acabar con la fuente que les proporcionaba acceso a este monstruo. Desde ahí el fuego no ha parado hasta hoy, aquella no fue una rebelión contra el hambre y la pobreza como las revoluciones anteriores de nuestra cruel historia, sino una revolución contra el exceso de tanta comodidad inútil, una rebelión causada por ese monstruo que se inventó con la idea de aunar voces pero que al final acabó llevando al extremo el odio y el resentimiento, porque como dije antes la naturaleza humana siempre pone énfasis en lo malo olvidando lo bueno por indiferente y frívolo.


Hoy desde este lugar de oscuridad y horror, desde una humanidad que se desangra y que ya cansada desea morir y desaparecer, les escribo rogandoles que abandonen ese monstruo horrible de millones de voces, que salgan a la calle, al campo, que acaricien un gato cualquiera y desconocido, que toquen tierra como hizo mi padre hasta que una muchedumbre enardecida quemó su lugar de trabajo con el adentro, por sorpresa y como ladrón en la noche. Les ruego por favor que amén todo lo bello de la vida, el mar el agua y el sol, al que hoy no vemos, y a un hombre o a una mujer sincera y de infinita generosidad, algo que recuerdo recordar que alguna vez existió. Hagan esto mientras puedan y quizás así haya esperanza de que mi vida no llegue a ser lo que es ahora.


Con todo mi afecto, me despido de ustedes desde este futuro oscuro de muerte con la esperanza de que hagan algo contra el monstruo, aún están a tiempo.


Con amor, Simón.

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