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La Leo

Mi clítoris y yo



Recuerdo haber tenido 5 años cuando un día, al salir del baño, mi mamá –con voz suave; pero tajante- me dice: “No hay que tocarse ahí”, aludiendo a mi zona genital. Creo que en ese momento no le presté mucha atención; pero de cierta manera, este mandato determinaría los inicios de la relación con mi clítoris y entender que había ahí algo prohibido. Se prohíbe nombrarlo, se prohíbe tocarlo, y en cierto sentido, se prohíbe saber que existe. De modo que así seguí yo, sin “saber” de su existencia por mucho tiempo; aunque sí recuerdo sensaciones fugaces que sucedieron de manera aleatoria, en la ducha, en la bici, con el chorro del agua en la piscina de mi tía. Eran breves momentos, algo extraños, entre “cosquillas” y “electricidad” que así como venían, se iban. No tenía claridad del origen de estas sensaciones ni cómo provocarlas, eran breves momentos, algo extraños, entre cosquillas y electricidad y así como venían, se iban.

En los momentos de aburrimiento escolar descubrí que si me sentaba en una determinada posición, podía rozar mi clítoris y sentir las “cosquillas” durante las clases. Más de una vez, la profesora de música me dijo que me sentara bien, pero descubrí que podía cantar y aprenderme las canciones mientras me balanceaba feliz en mi silla. No sabía bien lo que hacía, no se lo comenté nunca a nadie, sólo sabia que era agradable y que me sacaba del aburrimiento escolar diario. Con el paso del tiempo fui encontrando nuevas formas de reproducir intencionadamente esa sensación. Una de mis favoritas era poner la almohada debajo de mí y sentir la presión que ejercía, que no sólo era placentera, sino que me ayudaba a relajarme y dormir.


Ya en mi adolescencia, recuerdo haberme mirado la vulva con curiosidad, pues tenía claro que desde ese lugar provenían estas sensaciones placenteras, lo que me motivó a investigar. Mi primera impresión fue de sorpresa y asco ¡qué feo todo! Pensé ¿por qué no nos pudieron terminar bien? ¡Uf, si hubiese sabido lo bien terminadas que estamos! Nunca había visto una vulva, y extrañamente tenía la idea de que la mía era la más fea; jamás había escuchado la palabra clítoris, tenía 15 años y aún desconocía tanto de mí. Qué pena.


Llegó el momento de mi primera relación sexual con otro. Fuera de los nervios y el no saber muy bien qué hacer, me preguntaba si a mi pareja mi vulva la parecería tan desagradable como a mí, pensaba que mi vulva y su interior eran lo menos lindo y agradable de mi cuerpo. Finalmente me relajé y dejé de pensar y pude disfrutar mientras me tocaba. Ahí estaba, mi amiga, mi mejor amiga, mi clítoris en todo su esplendor, respondiendo a todos estímulos y generando en mí olas de placer. Desde ese momento, hemos construido una relación cada vez más cercana. Gracias a esta experiencia, me di cuenta de que mi clítoris siempre estuvo ahí, conmigo. Esto me hizo muy feliz, aunque tardé varios años en apropiarme de mi sexualidad y de mi placer. Hoy veo a mi vulva, y la miro con amor y una profunda gratitud; así como a mi clítoris, cuya única función es darme placer y quién es una para impedirle cumplir su función.


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