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Nidia Beatriz Corvalán

Glusberg


Hace tiempo que estoy con ganas de hacer un viajecito, pero no me animo. Todos los domingos mientras leo los suplementos de turismo, cierro los párpados y renuevo fantasías imaginándome en alguna playa paradisiaca comiendo pescado fresco o nadando en esas piscinas naturales con fondos de piedras refulgentes. Otras veces mi cabeza me lleva a recorrer esas ciudades detenidas en el tiempo, donde los remates de arquitectura colonial y los monumentos son un espectáculo para la vista. Pero los achaques de la edad hacen que una se vuelva más temerosa y postergue semana a semana la aventura de convertirme, al menos por unos días, en otra.

Le comenté a Luci que quería darme el gusto de viajar, de sacudir este letargo que llevo a cuestas hace años. Ella, como siempre, me sermoneó sobre los problemas de presión y que ya estoy grande para estar moviéndome sola. Recordé haber guardado una nota sobre las iglesias de San Salvador de Bahía, junto a un recuadro de una agencia de turismo que decía Conozca los destinos que siempre soñó, hágalo en grupo y viva la experiencia inigualable de viajar. Agencia Intermundo, Esmeralda 320, 2do piso. Recorté el anuncio y me fui decidida.

Para mi sorpresa, la agencia se había mudado y ahora un letrero con el nombre de Glusberg señalaba su nuevo funcionamiento. Entré para ver de qué se trataba y también porque mi turno con la peluquería era recién en media hora. Un naranja escandaloso reunía distintos fragmentos de documentos y recortes de archivos sobre las paredes de la sala. Al parecer eran proyectos artísticos en los que este hombre había participado. Materiales de experiencias grupales y reflexiones personales se encontraban desplegados al tuntún para que una vaya reconstruyendo esa figura. Las fotografías de su imagen, a lo largo del tiempo, adulaban persistentemente una cabellera que no hacía más que confirmar la urgencia de mi brushing.

El Museo surgía como el otro gran protagonista de su vida. Los libros, ensayos y declaraciones dedicados a este, mostraban los vaivenes de ese vínculo. Se me vinieron a la cabeza esas relaciones disparejas que se unen por sus diferencias y que no se necesita ser psicóloga para darse cuenta que, a la larga, nunca terminan en buenos entendimientos.

Como esos prospectos de excursiones de viaje en donde una puede elegir y proyectar el itinerario de sus vacaciones, se me ocurrió que quizás Glusberg imaginó y descubrió esos distintos recorridos para quizás al menos, sacudir un poco al Museo de su eterno letargo.

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