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Daniela Demarziani

La misa del domingo


Recién leí algo que escribió una poeta. Pero no lo leí sola. Lo leí de a muchos, de a desconocidos. Leímos todos sentados en círculo en el living de la casa de Tani que es re linda. Unas proyecciones que Lucas había preparado para la lectura se dibujaban en la pared blanca: pájaros y mariposas en high definition.

Leímos dos de sus libros enteros que pasaron de mano en mano hasta acabarse. Y queríamos leer un tercero pero no lo encontramos y además ya no podíamos estar sentados. Así que nos dispersamos. Nos pusimos a cantar canciones vejísimas de Arjona sobre taxistas y señoras engañadas, tirados un par en el sillón, mientras comíamos unos caramelos súper flasheros que llevó Cata; unas tiras de arco iris ácidas y muy, muy dulces. Bailamos Shakira. Jackie se sabe todas las canciones de Shakira. Incluso las partes rápidas que son como un trabalenguas.

Recién leí algo que escribió una poeta y me di cuenta de que es lindo leer de a muchos. Cuando terminamos nos quedamos unos segundos en silencio. Esto es como la misa del domingo, dijo alguien antes de empezar la lectura, mientras me servía un vaso de vino tinto. Y cuando terminamos de leer, todos asentimos. Así que para la próxima comunión en Chacarita va a haber estampitas: Santa Gianina, patrona de los bajitos, San Facundo, patrono de los descargos de responsabilidad antes de leer un texto en el taller, y así.

Nos despedimos con Like a Prayer de Madonna y nos separamos en la esquina de Federico Lacroze. Yo me subí a un taxi borracha de vino y marihuana. Y mañana voy a tener que dar clase borracha de vino y marihuana. Y tengo que explicar tema nuevo borracha de vino y marihuana, y no sé si voy a poder.

Voy a querer decirles mi verdad: chicos, no me rompan las pelotas que ayer que me acosté ebria y hoy me siento mal. Fumé un porro muy fuerte y tomé vino. Esa combinación solo es buena en lugares cerrados, en livings ajenos. El aire no es bueno en esos casos. Lo supe cuando salí de la casa de Tani que es re linda. El fresco del primer otoño me pegó de lleno en la cara y me revolvió el estómago. Y el movimiento del taxi de vuelta a casa hizo su parte e instaló la náusea. No griten que me duele la cabeza y hoy sí pueden usar el celular.

Chicos, lean libros con desconocidos, pero no fumen porro y tomen vino al mismo tiempo, consejo de profe. Ustedes saben que yo los cuido. Los cuido de ser como yo. De que la literatura les provoque náuseas. Porque las ganas de vomitar en realidad aparecieron cuando me di cuenta de que tenía que escribir todo lo que había pasado para no olvidarlo. Y porque la consigna para el taller de este viernes es “Recién leí algo que escribió…”.

Sí. Ahí empezó la náusea. La cabeza me va a mil kilómetros por hora cuando necesito escribir. No me dan abasto los dedos. Son párrafos y párrafos de notas inútiles en el celular que ya siento de antemano que no sirven para nada y me odio. Borracha de vino y marihuana la sensación se multiplica y me marea peor. Pero es o escribir o bajar la ventanilla del auto y vomitar bordó sobre Avenida Corrientes. Compruebo una vez más que cuando la literatura es mía siento unas maravillosas ganas de vomitar.

No. Ustedes no van a ser como yo. Ustedes van a ser mejores. Y van a leer y a escribir más que yo. Ustedes van a saber más que yo y van a ser menos sensibles a la belleza del amor pasados sus dieciocho. Es mejor así... Aunque ustedes no se den cuenta, yo los veo hacerse mimos en las manos por debajo del pupitre.

En el taxi garabateo: recién leí algo que escribió una poeta. Pero no lo leí sola. Lo leí de a muchos y fue hermoso. La leímos en la casa de Tani que es re linda y tiene un olivo que tapa los rostros de quienes se sientan a fumar en el banco de plaza que está en el patio. Y tiene una salamandra que como no hacía suficiente frío no hubo que prender. Qué lástima, ojalá la próxima lectura de bien entrado el invierno sea en su casa también.

Una pareja de chicas que estaba sentada enfrente mío se hacía mimos en la manos por debajo de una manta de polar. Nosotros ya estamos perdidos. Una de ellas llevaba pegado en el pecho un sticker de un kiwi.

Descansé mi cabeza en el asiento del auto y vi por la ventanilla un parque oscuro y nocturno. Nos imaginé a todos errantes, deteniendo por un rato nuestros viajes nómades y solitarios para sentarnos en círculo ritual de domingo, de pelo sucio de domingo, a sentirnos menos solos en esta búsqueda inacabable por la belleza del amor.

No. Ustedes no van a ser como yo. Ustedes van a ser más valientes que yo. Y van a decir su verdad. Ustedes no van a tener miedo de confesarle a un excompañero de taller literario que creen que se están enamorando de él. Que se dieron cuenta un mediodía gris, volviendo de su casa en el centro, por culpa de un tema de Babasónicos que sonaba en la radio (qué me importa ser vampiro si igual voy a enamorarme) y las esquirlas de un beso divino. Aunque a él le de lo mismo todo esto. Y no vaya a las lecturas. Y este tipo de cosas se pongan más complicadas pasados los dieciocho. Solo porque es la verdad. Y porque no poder decir la verdad es injusto. Y hay que decir la verdad siempre.

Lo aprendí el sábado, un día antes de ir a la casa de Tani que es re linda, a aullar a una poeta en voz alta con una manada de desconocidos que, al igual que yo, son sensibles a la belleza del amor. Nosotros ya estamos perdidos.

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