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Ale Moreyra

Acerca de Intersticios en Cruda gallery


Hace unos cuantos años que Buenos Aires ofrece muestras de arte en espacios que tienen formato de vidriera comercial. Recuerdo proyectos como Metrónomo, Una Obra - Un artista, Museo Urbano, o bien propuestas como las que actualmente lleva a cabo El local, por citar tan solo algunos ejemplos que me vienen a la mente en esta ocasión. Todes sostienen una fuerte interacción con la dinámica urbana, ampliando siempre la propuesta de exhibición a un modelo de espectadore que puede estar especializade en arte o no. Iniciativas como la de en este caso, Cruda gallery, y las mencionadas anteriormente, explotan el fenómeno del espacio urbano parasitado con arte, en la difícil misión de retener al transeúnte que circula en una ciudad repleta de imágenes y estímulos.


“Intersticios” es una muestra colectiva que no solo se impone por la calidad de sus pinturas, en su mayoría de amplias superficies con repertorio colorido, sino también, por la disposición de las mismas.


Generalmente la manera que tengo de acercarme a este tipo de circunstancias es la de alguien que produce y, alguna que otra vez, se encontró frente al desafío de mostrar. Resulta un tanto difícil correrme de ese lugar. Es por esto, que en mi capricho, el montaje es algo que atiendo al primer golpe de vista incluso antes de detenerme a ver las obras en detalle. Siento que allí se desnudan las intenciones con respecto al sentido de la muestra. Me gusta pensar que quienes planearon esto (artistes, curadores, montajistes, o quien fuere) idearon un relato, una especie de pequeño cuento que construye una narrativa espacial que es esa, y no otra.


En primera instancia, al llegar a la inauguración, detecto rápidamente que esta vidriera admite otra funcionalidad que trasciende el área de veda meramente contemplativa. Aquí se puede ingresar a pervertir el diorama sagrado que se atesora detrás del vidrio, transitar los intersticios que titulan la muestra, mirar de cerca la pintura y toda esa materialidad que la sostiene. Oleo, acrílico, papel, telas, madera, hierro, clavos, constituyen una escenografía que además de revelar decoro, acentúa en su reverso el signo de lo ficticio, lo montado. Estableciendo así un contrato con le espectadore desde una perspectiva casi teatral. Una vez que la noche cae, Cruda cierra sus puertas. Desde la vereda tomo distancia, y logro ver como una leve penumbra baña al conjunto de imágenes que sugieren una especie de intimidad cotidiana enrarecida.


En las obras de Pablo Houdín sobrevuela cierto aire kafkiano, el cual se manifiesta en la animosidad de flores, objetos incendiados y principalmente en el fragmento de un cuerpo, que se transmutó para volver convertido en un centro de mesa un tanto peculiar. Fernanda Kusel ofrece un clima aletargado, de luces altas y sombras grises azuladas, una pintura que referencia la fotografía de un momento edulcorado por la abundancia. Un instante detenido previo al goce de alimentarse que pareciera transcurrir en un sueño. Julieta Oro y Torcuato González Agote trabajan espacios que agudizan el vacío. El ángulo de una esquina donde las luces en el techo parecen interrogar a nadie. Belleza y sospecha representadas a través de elementos dispuestos en un rincón cotidiano. Tal es así que en todo el conjunto de obras cobra fuerza el intento por representar un contexto dudosamente habitable a través de los distintos sectores de una casa.


Yendo de la cocina al estacionamiento se puede experimentar cierto halo ominoso, reforzado por la luz de un tubo intermitente, que atiende a la expectativa de lo humanamente espectral. Ese fantasma del que habla Houdín en el texto que acompaña la muestra:


“El proyecto expositivo apunta a afectarse a lo fantasmal de las obras. Desde los restos de experiencias, momentos esperando realizarse que jamás lo harán, música que suena y seguirá sonando por siempre. Tiempos detenidos, resabios de fiestas y bailes. De deseos sin realizar, donde paradójicamente la sensación de aquello que está en medio de lo que ya no es y lo que pudo haber sido, nos acechan pero también nos recuerdan aquello... que tal vez…todavía podríamos llegar (o volver) a ser.”


Al adentrarme por última vez en cada una de las pinturas me siento como en esas escenas de películas en donde llega une forastere extraviade a un pueblo desolado, ingresa a una casa y se encuentra con que a pesar de estar servida la cena con el fuego encendido, no hay habitantes. Algo así como el síntoma de una urgencia, que opera sobre aquello que estaba por acontecer y tuvo que ser olvidado. Quizás sea por todo esto que no puedo dejar de trazar un paralelismo con la situación coyuntural actual y compartir la experiencia de una muestra que en tiempos de pandemia, reflexiona acerca de la ausencia, el cuerpo, la escenificación y la distancia en múltiples dimensiones que van desde lo conceptual hasta lo físico.


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