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Bob Lagomarsino

arteBA, brutos y vagos

En el siglo XXI nadie podría cuestionar que las ferias de arte son eventos fundamentales para impulsar el crecimiento y el desarrollo de un sector que involucra a curadores, coleccionistas, galeristas, dealers, lavadores de dinero, evasores de impuestos, fundaciones que intentan recomponer su imagen pública y muchas otras identidades vinculadas al ocio y la recreación de una clase alta aburrida en busca de hobbies. Claro que entre tantas personalidades construidas por pasatiempos de ricos y entretenimientos de hijos y amantes no deberíamos olvidarnos de los críticos y los artistas que con sus producciones le dan algo de sentido y un poco de color a todo ese circo de feria.


Más allá de poder apreciar, en las peores condiciones posibles para un espectador, las obras menores de algunos artistas importantes, el arte de Buenos Aires parece algo imposible de encontrar en la feria. Entre tantas galerías, incluso muchísimas más de las que una ciudad como la nuestra es capaz de soportar, se volvía difícil distinguir las pocas cosas importantes. Con un poco de sensibilidad y algo de habilidad para esquivar los bártulos era posible ver un hermoso collage con fotografías de lavarropas, algún libro con dibujos libertinos, la mirada perdida de un intelectual que no encuentra un objeto atencional en el que depositar la mirada, o un artista desbocado hablando de un plan maestro absolutamente delirante para ganar las elecciones. 


Pero eso no debería ser algo cuestionable, se entiende que los objetivos propuestos por las fundaciones no son escritos tanto para ser cumplidos como para proyectar una imagen altruista y distorsionada, como la fachada de un kiosco que vende droga. 


Lo peor de la feria quizás sea el despropósito de realizar semejante evento sin poder generar ningún tipo de capital que parezca al menos un poco cognitivo. La feria resultó algo parecido a un mercado de pulgas que brindaba una plataforma para que los artefactos exhibidos simulen ostentar un valor simbólico que en la mayoría de los casos no tienen.


No había nada similar a un proyecto, un programa o una idea capaz de acompañar a las personas que hacen y le dan valor al arte. Ni siquiera algo básico, un poco aburrido y poco imaginativo, como alguna actividad con el filósofo de turno. Al menos algo chico, algo parecido a lo que esa misma Fundación hizo tímidamente en años pasados. 


Esto, lejos de ser un problema meramente intelectual es algo que afecta de manera directa los intereses económicos que promete priorizar la feria. Es verdad que los precios de las obras parecen haber crecido de manera exponencial en esta última edición y, a priori, para los redactores de gacetillas de prensa de Clarin y La Nación, eso es un indicio evidente del éxito comercial de la feria. Pero, si miramos con algo de rigor, el overshooting parece más evidente que el experimentado por el dólar CCL después de las Paso.


 La feria celebró sus números. El éxito de ventas, la participación de más de 50 galerías y cientos de artistas! Pero su problema no parece ser del orden cuantitativo sino cualitativo. La ecuación es clara, creo que alcanza con señalar que el arte sólo funciona como reserva de valor cuando existe una correlación entre su valor económico y su valor cultural (simbólico, cognitivo, o como queramos llamarlo).


La acusación de vagos y brutos que los ricos le imputan a los pobres viene de no poder reconocer cómo es el funcionamiento de los mercados; esta edición de la feria arteBA es una clara demostración de eso.


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