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Javier Soria Vazquez

Cantero


Sobre Cantero, intervención de Nicolás Rodriguez en Los Palacios, La Rioja. Septiembre 2022


Cantero:


Lo primero en lo que pienso es en este cuadrilátero de tierra de proporciones variables, cubierto de plantas con sus flores.


Pero este es un cantero extenso. Podríamos imaginarlo y obviarle el horizonte.


Las flores podrían ser amarillas de esas silvestres de cinco pétalos.


De esas silvestres que nadie plantó. Que están ahí porque un puñado de semillas se dejó arrastrar por el viento hasta que el viento con esa misma fuerza con la que puede elevar las cosas, las encalla.


Y el viento podría haber movido la tierra hasta sepultar estas semillas tal como si hubiesen sido sembradas por dos manos callosas.


Las semillas brotan porque linda un río que acaricia la tierra casi siempre en las mañanas.


El río humedece esa tierra que en su seno esconde semillas hasta que una rompe su tegumento.

Y así otra

.

Y así unas y otras.


Y los tallos se asoman a la luz y el sol las baña y las plántulas producen vástagos y yemas.




Entonces el campo se cubre de flores y el río se desagua para trocar como un hilo brillante y extenso bordeado de amarillo.


(un hombre se aproxima, se detiene y contempla)


El tiempo transcurre, el río seca y la lluvia esquiva.

El borde amarillo prevalece y se extiende ahí como un cantero de horizontes inciertos


hasta que la lluvia regresa de su letargo para azotar.


Y ahí, exhortado por la lluvia, el rio se envalentona y con incontinente furia arrasa con todo aquello que antes dejó prosperar.


Y el cantero es ahora una planicie difusa de costra roja y quebradiza sin siquiera un rastro de pétalo amarillo.


Este desierto parece imperturbable y aquel cantero un pasado imposible. Pero hay aquel testigo que decidió volver al terruño con una ofrenda. Con una idea fija para un cantero de flores amarillas hallado a la vera de un río reflectante y manso. Con una idea fija estancada en un tiempo y sobre un manto que la tierra ya no tiene.


Las historias. (Las buenas historias) tienen estas cosas. Se nutren de naufragios sobre ojos de agua que pueden succionarte al fondo hasta que (a un punto del fin) el cuerpo impera y se eleva hacia la superficie como un madero. En las historias buenas, la aflicción es la incógnita.

y la incógnita el fulgor.


Hay formas que deja el río, dice. Formas que son una suerte de recordatorio de su naturaleza iracunda.


La constancia del cuerpo es labor, prosigue impávido.


Y ahuecando las manos, moldea pequeñas esferas que se multiplican y extienden.




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