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  • Valeria López Muñoz y Mario Scorzelli

Corazón imperfectx


zzz zzz... zumbando como una abeja molesta y laboriosa comenzó a vibrar el iPhone sobre la mesita de luz y se movió dando saltitos hasta caer al piso. Con un golpe suicida se abrió una grieta y fragmentó la simpática carita peluda de Osvaldo que adornaba el fondo de pantalla de ese siniestro aparato. Ya eran las nueve y media, pero para mí esa mañana el planeta aún no había girado lo suficiente.


No lograba recomponerme de una jornada maratónica de anime cuando los primeros rayos de sol arrancaron con violencia el sueño de vampiro que se ocultaba en mis ojos. La ciudad naranja como un frasco de miel barata aglutinaba las primeras sensaciones del día tragándose como el magma de un volcán a lxs trabajadorxs somnolientxs que estaban listxs para entregar otro día de su vida a la misma rutina aterradora. Una ciudad de insectos revoloteando alrededor de sus colmenas… zzz zzz mi celular seguía vibrando.


Compré en un bar un café negro para llevar y caminé hasta la plaza con Osvaldo, mi perro. Necesitaba asegurarme que esté todo bien en la plaza que estuvo cerrada por varios meses, de paso Osvaldo y yo paséabamos, eso a él le encanta, pero solo por un rato, debido a que su corazón no resiste largas caminatas. Aunque Osvaldo es un excelente perro cazador japonés Shiba Inu no se comporta como tal.


En la plaza nos sorprendió una gran mancha circular de pasto quemado, Osvaldo olfateó un par de veces, dio algunas vueltas sobre su eje, hizo caquita y seguimos con nuestro paseo sin hacernos preguntas raras. Los árboles jóvenes y las palomas de ojos rojos como lásers brillaban mucho con el sol generando formas muy nítidas y superpuestas en las baldosas del piso. Era extraño. Recordé que en las noticias habían dicho que ese día se produciría un eclipse llegado el mediodía. Otras cosas seguían siendo como de costumbre. Osvaldo interactuaba con las palomas y los otros perros con alegría y ahínco, mientras tanto yo me acerqué a los chicos vendedores de espejos que hace un tiempo venía esperando cruzarme por el barrio. Estaban vestidos con unas túnicas oscuras algo sucias y alpargatas agujereadas, si fuera más prejuiciosa diría que parecían integrantes de una especie de culto budista dark.


Miré uno a uno los espejos y elegí uno grande con marco rojo para verme de cuerpo entero. Rojo para que le de un poco de ánimo y color al paisaje demasiado opaco y blanquecino de mi departamento dos ambientes. En el camino, saqué fotos con mi iPhone a las sombras extrañas que demarcaban repetidamente todas las cosas sobre las superficies, fotos de Osvaldo y las sombras, fotos mías con Osvaldo y detalles de la arquitectura.


Crucé de vereda para ver de cerca el decorado de un edificio art noveau. Osvaldo me miraba como si entendiera, como si a él también le pareciera llamativa y preciosa la fachada ondulante del edificio cubierta con motivos de flores y ramas de cemento. Acaricié sus orejas tibias y la puerta del edificio y volvimos con el espejo en mano caminando lentamente al departamento, mientras se proyectaba el mundo que se cruzaba frente a nosotros.


Cuando vi reflejado mi rostro comenzó la pesadilla. Algo raro estaba pasando, miraba el espejo como tratando de encontrar algo que se había perdido. Mis ojos se veían más grandes, era algo casi imperceptible. Al principio quise pensar que se trataba de una deformidad de los reflejos o alguna cosa extraña producida por el eclipse que estaba engañando a mis sentidos. Pero una sensación muy fuerte en mi interior, como el chirrido de un murciélago que cuelga con sus patas para arriba y emite ese molesto sonido para tratar de ubicarse, me convencía de que algo había cambiado. Estaba segura que esos ojos ya no eran los míos, alguien los había cambiado.


Alguien o algo hizo que yo no sea más la que era. Sentía confusión y terror. Sentía que en cualquier momento podía perder mi humanidad y convertirme en otra cosa, quizás en un ornamento arquitectónico, en una cariátide o una gárgola gótica, quizás en alguno de los personajes de anime que me obsesionan con locura, quizás en un perro. Siempre deseé tener pensamientos de animal y estaba comenzando a tener muchísima hambre, un tipo de hambre desconocida, voraz.


Entonces me serví un vaso de agua de la canilla porque la mineral me daba desconfianza desde la vez que vi como le habían nacido unos gusanitos traslucidos adentro del dispenser. Me preparé un sándwich y a Osvaldo le serví su comida balanceada. Sentí una extrema tentación por comer lo de él. Tomé gajos de una mandarina que había dejado a medio comer sobre la mesa y con los dedos mojados por el jugo agarré un puñado de trocitos dietéticos de Osvaldo. Era la misma. Alguna vez ya había querido hacerlo. Con una sensación algo salada y un dejo de miguitas en mi paladar me tiré en la cama para tratar de dormir.


No podía explicar qué era lo que le había pasado a mis ojos, intentaba cerrarlos con fuerza como si al meterlos para adentro se hundieran hasta desaparecer, al menos logré mantenerlos alejados por un rato de esa extraña realidad que estaba allá afuera, pensé... ¿de quién serán estos ojos? ¿es una pesadilla?¿será que estuve mucho tiempo mirando la tele? ¿será el espejo? ¿el eclipse? Tal vez ahora en un rato me levanto, me lavo la cara y todo vuelve a la normalidad. Había conseguido relajarme hasta el punto de escuchar los latidos imperfectos del corazoncito de Osvaldo. Los perros son muy perceptivos a este tipo de cosas ¿se habrá dado cuenta de mi cambio? En ese momento, sentí su lengüita áspera recorriendo toda mi cara, como si hubiese estado escuchando mis pensamientos y me dijera tranquila está todo bien seguís siendo la misma.


Cuando abrí los ojos, con la cara babeada como un bebé bendecido, lo primero que vi fue una imagen del Papa Francisco en la tele... “la propiedad privada es un derecho secundario que depende de un destino primario que es el destino universal de los bienes.” Eso decían las noticias. Yo era una militante anticlerical confesa, hasta tenía un perfil en twitter para pelear con miembros de la iglesia, sin embargo en algún punto me sentí seducida por esa narrativa jesuita. En ese momento entre en pánico, me di cuenta que quizás mis ojos no eran lo único que había cambiado. Para enrarecer más la situación, después de la noticia del Papa, un periodista de la CNN en español anunciaba que revelarían información secreta de los extraterrestres. A través de la ventana de mi cuarto entraban los últimos rayos de sol naranja que sentenciaban el fin del eclipse y nos bañaban de color ámbar como si fuéramos insectos atrapados en una pegajosa resina.


Yo sabía que los jesuitas habían trabajado en crear escuelas de oficios manuales en la época del Virreinato, pero eso para mí quedaba en un lejano limbo. Lo de ahora era un problema de ahora, el Papa, los extraterrestres… Es momento de aceptarlo, las cosas cambian, se transforman y es imposible detener los cambios. Debería tratar de amigarme con la situación, tal vez estos nuevos ojos grandes sean incluso más hermosos que los anteriores y quizás hasta me permitan ver las cosas de una manera diferente.


Y tengo otra idea: si Osvaldo estuvo un poco raro este último tiempo y ahora que yo igualmente estoy enrarecida, no hace falta que hablemos para decirnos las cosas. Solo tengo que dejar que mi cuerpo y el suyo amen lo que aman. Pero no se me ocurrió a mí, sino a Osvaldo, en un sueño donde todo era muy naranja, o una pesadilla naranja, no sé como lo sé.


Esa tarde, después del eclipse, una cosa suave y peluda había nacido de mi cuerpo, una cola para mí, nueva y muy hermosa para resolver problemas de ahora.


100 años antes...


- Tenes un poco de ojeras, Jennifer. Me dijo uno de los jesuitas y me reí. Qué bueno! Algo nuevo!, respondí. Pero acá las ojeras no tienen nada que ver con el sentido de la belleza hegemónica y las mías no son maquilladas, como se estila en otras partes del mundo. A veces las percepciones que tienen las personas acerca de la belleza y la verdad, lo bueno y lo malo, lo entretenido y lo aburrido son muy distintas y complicadas. A mi lo de considerar bellas las ojeras maquilladas me resulta un poco frívolo.



Continuará...



imagen: Maximiliano Masuelli.


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